lunes, 15 de noviembre de 2010

¡Eureka, es la desigualdad!

Robert Reich y David Moss, dos conocidos y reputados economistas de Harvard han dado con la causa última y real de las crisis recurrentes en el capitalismo. Les ha llevado su tiempo. Tras sesudos análisis han concluido que existe una relación estrecha entre el aumento de la desigualdad social y la aparición de las crisis. ¿El motivo? Muy sencillo. Cuando aumenta la desigualdad, la capacidad de retorno del capital a los capitalistas disminuye y por tanto se produce una crisis de rendimiento del capital que es necesario reconstituir. Si el motor del capitalismo se cifra en la frase auris sacra fames, algo así como la voracidad de riquezas, entonces se entiende que en el momento en el que el capital es altamente productivo se tienda a la desigualdad como medio para adquirir más riqueza, pero esta desigualdad acaba socavando la base misma de la producción de riqueza, que no es otra que el trabajo humano, de ahí que la crisis vuelva a hacer necesario un mínimo de distribución con el fin de que los trabajadores vuelvan a gozar de un poco de lo que producen. De esta manera el ciclo recomienza. Esto, que les ha llevado varios años a estos economistas y que muestran como un descubrimiento fue explicado por Marx en "El Capital" hace más de 15o años, un simple estudio de aquella obra en su época de estudiantes hubiera bastado, pero Marx no es un economista serio y no se estudia en Harvard ni en casi ninguna facultad de economía. Los economistas han necesitado varios decenios para inventar la rueda.
Si los economistas quieren ahorrarse tiempo en inventar la bombilla eléctrica, deberían hacer un esfuerzo por comprender cómo funciona el mundo y no en intentar explicar porqué el mundo no sigue sus modelos matemáticos. Ellos piensan que si el mundo no es como dicen sus modelos, peor para el mundo, pero entonces la realidad se rebela y aparece lo inesperado, inesperado según el modelo que han puesto como anteojera que impide ver la realidad creando otra distinta, lo que viene siendo una ideología. Cuando su ideología falla, como vemos en la actualidad, entonces culpan a la realidad. Es curioso que cometan el mismo error hoy los panegiristas del capitalismo que cometió siempre la escolástica comunista: negar la realidad.
Si estos economistas llegaran a percibir, por un rapto místico quizás, que la fuente del valor social es siempre y sólo el trabajo del ser humano, es muy probable que en algún momento nos ahorremos la profunda crisis que nos amenaza. No es la naturaleza, con todo lo que esta aporta a la producción económica, la fuente del valor social, porque el valor surge cuando el ser humano pone algo de su parte, antes de ello apenas hay un mínimo valor de uso humano, pero no un valor social. La naturaleza, en bruto, apenas ofrece nada, excepto un modelo de vida de caza y recolección que aún así requiere de trabajo humano para darle valor. Tampoco es el comercio o mercado el que crea el valor social, como creen los economistas clásicos y los actuales neoliberales. El mercado, a lo sumo, aumenta el valor de cambio de un producto o servicio, pero no lo crea, no es su fuente. El mercado es un instrumento útil para poner en relación a los seres humanos que intercambian sus bienes y servicios, pero no es un instrumento para crear el valor social, a lo sumo lo asigna. Este es el error de toda la economía actual. No ve que es el hombre con su trabajo sobre la naturaleza o con otros hombres el que crea, en sentido real y casi teológico, el valor social. Las cosas valen en la medida en que en ellas hay algo que no estaba antes y que les da una utilidad social. Eso que no estaba y después sí lo está es el espíritu humano objetivizado por medio del trabajo.
Si los economistas llegan a entender esto y los políticos lo ponen en práctica, es probable que escapemos a la destrucción asegurada de la economía que es fruto de la voracidad de riquezas que rige en el sistema de apropiación capitalista. Sólo una economía centrada en el ser humano y sus relaciones sociales puede sacarnos de aquí. Sólo una sociedad consciente de que el valor es una coproducción social y que por tanto a todos pertenece con la necesidad de compartirlo como medio de extenderlo, podrá crear un mundo humano para todos y para siempre. A ver si los economistas llegan a este descubrimiento que, por otro lado, las tradiciones y religiones ya habían descubierto hace mucho.

1 comentario:

Anónimo dijo...

el cristianismo sostiene al capitalismo en muchos lugares. Suele estar aliado con el poder politico y económico. Por otra parte el propio catolicismo mantiene en su estructura una ferrea estructura piramidal y medieval, clerical, machista y medieval. Y no parece querer caminar hacia caminos de igualdad social. Más bien todo lo contrario. Aunque también el Imperio Romano llegó a su fín. ¡ Se parece tanto a esta época! La esperanza es signo de lucidez. Y fe en el mensaje evangélico, limpio de polvo y paja. Y de las garras del capital.

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