lunes, 13 de diciembre de 2010

El cuerpo vivo, nudo del Ser.

El filósofo alemán, Hans Jonas, que se dio a conocer mundialmente por su libro El Principio responsabilidad, donde realiza un análisis crítico desde una ética kantiana de la sociedad tecnológica, tiene sus reflexiones más metafísicas en un libro anterior que se ha traducido recientemente al castellano. Los españoles, como siempre, llegamos tarde a todo. El libro es El principio vida. Hacia una biología filosófica, editado por Trotta. En él hace un repaso por el concepto de vida y muerte desde la experiencia del ser humano en tanto organismo y no como un compuesto separado de cuerpo y alma. Precisamente es este el punto que me interesaba, a raíz de un post reciente de Martín Gelabert (pichar para leer) donde resumía muy acertadamente el pensamiento actual cristiano sobre el hombre en tanto que unidad psicosomática. Creo que es Jonas el que mejor ha reflexionado sobre este punto en concreto, aunque no lo haga desde posiciones creyentes sino desde la propia filosofía, la que él llama Filosofía de la vida, porque es una filosofía así la única que puede dar respuesta cabal a lo que es el ser humano y a su fundamental interés por el Ser.
En línea con Whitehead, describe el proceso de la vida como el resultado de una unión entre lo orgánico y lo espiritual: "lo orgánico prefigura lo espiritual ya en sus estructuras inferiores, y el espíritu sigue siendo parte de lo orgánico incluso en sus más altas manifestaciones". El verdadero filósofo, insiste, no se da por satisfecho con la respuesta que presupone la suficiencia de lo orgánico para autoexplicarse, sino que verá en los rodeos del proceso de la vida la presencia de una finalidad, que este proceso no es ciego. Pero de ahí no inferirá que hay una intervención externa, sino que el proceso es complejo, gradual y progresivo. Este proceso de complejización, término que Jonas no utiliza, pero que subyace a su reflexión, va perfilando un mundo cada vez más claro, donde el saber aumenta, la conciencia se incrementa y se llega al espíritu, prefigurado ya en lo orgánico desde el principio y ejercido desde el propio metabolismo de lo orgánico. Cuando se llega a la existencia de libertad, entonces hay espíritu y lo humano se muestra como la cima de todo el proceso.
Las distintas concepciones del mundo, entre ellas las filosofías, han entendido este proceso, pero lo han hecho perdiendo de vista la unidad del mismo. Así, en el origen tenemos las concepciones que pueden resumirse bajo el epígrafe de monismo vitalista. El universo es considerado como Espíritu que se hace materia, que se degrada o que está atrapado en ella. Léase según esto el Hinduísmo-Budismo, las religiones mesopotámicas y egipcia y el fondo del pensamiento griego. Esto es así hasta que surge el dualismo como medio para salir de una visión ingenua del universo hacia otra más compleja. El valor del dualismo estriba en que es capaz de sacar a la luz la dualidad del universo: espíritu-materia, pero su riesgo es el de la división tajante entre ellos, llegando al extremo de la ruptura de esa unidad sustancial.
Según Jonas, el dualismo es el paso necesario para la madurez del pensamiento, todo lo anterior debe ser considerado predualista y todo lo posterior postdualista, pero toda reflexión seria lo es en función del dualismo. Porque éste se toma en serio el problema de la muerte y por tanto el sentido de la existencia. Pero al final cayó en la ruptura de la unidad y dejó de ser realmente útil para pensar la realidad. Desde el pensamiento dualista se rompe con el pasado del monismo viatalista, pero de su muerte no nace un pensamiento nuevo que dé respuesta a la unidad, sino que nace el monismo materialista; la negación del otro polo necesario para pensar lo real, el espíritu. El monismo materialista moderno cae en el mismo error que quería combatir. Al pretender dar explicación de lo real, se queda en uno de los elementos y no da cabal cuenta de su objeto. Como reacción nace otro monismo particular, el idealista, que tampoco es capaz de explicar lo real en su unidad. De ahí que se necesite un pensamiento unitario, una filosofía de la vida integral, una biología filosófica. Porque el mundo es orgánico y lo orgánico prefigura lo espiritual, siendo lo espiritual una expresión acabada del metabolismo propio de lo orgánico.
El ser humano es la expresión más acabada de esta unidad procesual y gradual que es el Ser. En él confluye lo orgánico que llega hasta la expresión de la libertad como proceso natural de su metabolismo propio. El dualismo queda superado en sentido hegeliano: negado y asumido. Se niega la separación de principios, pero se asume la dualidad de los mismos. Espíritu y cuerpo, son la expresión del ser que mejor expresa la realidad: el hombre. En el hombre se expresa el Ser en tanto que Vida, siendo la Vida la única forma de explicar realmente el Ser. "En el cuerpo vivo está atado el nudo del ser", dice Jonas, nudo que el dualismo corta y que los monismos ignoran. En el cuerpo vivo del hombre, el organismo se trasciende y encuentra en la Vida su plenitud.

1 comentario:

Martín dijo...

Gracias Bernardo por tu post. Todo lo orgánico es psíquico y todo lo psíquico es orgánico. Ni monismo ni dualismo parecen buenas respuestas para explicar la condición humana. Otra cosa es que la unidad psicosomática que es el sujeto humano esté dotado de facultades físicas, mentales y espirituales. Hoy no podemos hacer teología a partir de imágenes incompatibles con los datos de la ciencia y sin tener en cuenta la mejor reflexión filosófica. En este sentido se agradece la acertada referencia a Hans Jonas.

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