miércoles, 2 de febrero de 2011

El Dios falsificado


Acaba de salir en la editorial Sígueme, con los siete años de rigor de retraso, la visionaria obra del teólogo alemán Thomas Ruster, El Dios falsificado. Una nueva teología desde la ruptura entre cristianismo y religión. Es una obra que plantea de forma precisa la situación en la que se encuentra el cristianismo tras muchos siglos de connivencia con el mundo capitalista. El análisis benjaminiano del capitalismo como religión de este mundo, permite comprender dónde estamos y cuáles son los riesgos que nos acechan. Si queremos que el cristianismo no desaparezca hemos de ir hacia una transformación-conversión absoluta de nuestro modo de estar en el mundo, sin ser por ello de este mundo. Ruster plantea una tesis que tiene un largo recorrido en el ámbito germano: la relación entre el lenguaje cristiano sobre Dios y la experiencia de la realidad que lo determina todo. En esta relación algo fundamental ha cambiado. Si durante el milenio y medio anterior el cristianismo fue capaz de conciliar su Dios con la experiencia de la realidad que lo determina todo, hoy ya no es posible sin modificar ese Dios cristiano. Es decir, si hoy la experiencia de la realidad que lo determina todo siguiera siendo equivalente al Dios cristiano, entonces este dios sería el del dinero y el poder, el dios del capitalismo, que es precisamente la realidad que lo determina todo hoy día.

Ya no es posible seguir conciliando la experiencia de este mundo donde el dinero y el poder lo gobiernan todo con el Dios humilde y servidor expresado por Jesús de Nazaret. El Dios cristiano es un Dios extraño para el mundo de hoy, así lo debemos proponer y vivir y por tanto debemos oponernos al dios de este mundo, el dios del poder, el dinero, el egoísmo y la avaricia. Esto nos lleva, dice Ruster, a proponer una nueva "apologética", rescatándola de la Teología Fundamental donde ha sido atrapada y anulada. En la línea del Dios bíblico, aquél que se expresa como el liberador de un pueblo oprimido, como el valedor de los débiles y excluidos por medio de los profetas, como el Dios Padre de Jesús de Nazaret, en esa línea podemos establecer una crítica al Dios que ha sido asimilado a la ideología imperial, desde Roma hasta el Imperio Global Postmoderno. Una línea de crítica que derroca al dios omnipotente, expresión de un mundo donde se ejerce la tiranía en nombre precisamente de ese dios, garante del orden establecido, de la moral de victoria y de la paz del cementerio.
Ese dios imperial, por resumir con la expresión toda la historia de prevaricación y muerte, es el creador de la religión, es decir, de la práctica del adocenamiento intelectual y la resignación moral. Es un dios opresor y falaz que crea adeptos y adictos al poder, que propugna un orden respetuoso con el pecado, que modula la religión. Si esto es así, si ese dios vive hoy del capitalismo como religión, entonces el cristianismo tiene que desacoplarse de las religiones, tiene que dejar de ser una religión para anunciar la fe en Dios como una liberación del poder de la religión imperial, del capitalismo como religión, del imperio del dinero. De hecho, esto es lo que el cristianismo fue hasta que se convirtió al imperio, hasta que empezó a funcionar como religio licita, como religión imperial.
El afán por ser como este mundo ha llevado al cristianismo a pervertir la imagen del Dios extraño que se expresa en la historia del lado de los oprimidos y no de los opresores. Si queremos llegar a Dios por vía natural acabaremos atribuyéndole las categorías que son las apropiadas a la ideología imperial: poder, violencia, orgullo y vanidad. Pero si leemos a Dios desde la historia de su manifestación concreta en medio de los hombres, entonces Dios es el Padre de los pobres, el Señor de los humildes, el Rey de los oprimidos, el Defensor de los humillados y ofendidos, el Valedor de los huérfanos y las viudas.

Hoy, la religión es el capitalismo, es la experiencia de la realidad que lo determina todo y que nada tiene que ver con el Dios cristiano. Por eso, el cristianismo, para ser fiel a sí mismo, ha de abandonar la religión para ser un fe, una nueva experiencia de realidad, ahora desde la humildad, el servicio, la entrega, la misericordia y el amor.

5 comentarios:

Martín dijo...

Sugerente reflexión. Me parece que hoy debemos presentar el cristianismo como una experiencia de contraste. Frente al poder del mercado, en el que todos somos prescindibles y sustituibles, para el Dios de Jesús todos somos necesarios e insustituibles. Ahora bien, esa presentación debe ser coherente con la vida cristiana. Y así es como realizamos la mejor apologética, desde la praxis que plantea preguntas y obliga a reaccionar. El problema del cristianismo no es su doctrina, es la praxis de las instituciones y de los individuos que no responden al reto que su misma fe les plantea.

Joaquín dijo...

No creo que pueda decirse que sea una reflexión revolucionaria, porque converge con muchas ideas en el mismo sentido. Si nos referimos a la Iglesia Católica, podría pensarse que la dogmática es el principal obstáculo para 'repensar' la fe, depurada de una religión impura.

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Revolucionaria en sí no es, pero tal y como está el patio no me dirás que no tiene su aquél. Creo, Joaquín, que es una ayuda en el sentido de ir desacoplando al cristianismo de las inercias que le llevan a ser cómplice con el pecado de este mundo, lo que viene siendo el capitalismo.

Desiderio dijo...

Leyendo este post, me surge la siguiente inquietud. Solemos afirmar que Jesús estaba del lado de los pobres. Pero, ¿es esto realmente así? Es más, ¿sería esto justo? Lo digo en el sentido de que, ¿quién está realmente más necesitado de Dios, un Herodes o uno de aquellos leprosos, por ejemplo? Quizá estaba más necesitado de Dios el primero. Yo creo que Jesús se acercaba a todos, pobres y ricos, se dirigía a todos. Otra cosa muy distinta es quién le escuchara. Y tampoco debemos pensar que todos los pobres y oprimidos que le seguían le “escuchaban” verdaderamente, ya que probablemente veían en él a alguien que les podía ayudar, sin comprender para nada su verdadero mensaje. Obviamente claro que pienso que hay que ayudar a los desfavorecidos, pero creo que tampoco debemos olvidar que los poderosos también están necesitados de Dios —ya digo, quizá más—.

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Creo que queda claro en los relatos evangélicos que Jesús se dirige a todos, pero lo hace con acento diferente. Mientras que a unos los felicita a otros le impele a abandonar su posición. Unos son los pobres y otros los ricos.
Para acabar con el mal del poder y la riqueza hay que conseguir que los ricos dejen de serlo. Se trata de luchar contra la riqueza que produce miseria, no contra la pobreza, porque la pobreza salvará al mundo.

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