sábado, 26 de marzo de 2011

El despertar de la materia

Que la materia tiene una potencia vital intrínseca es algo que Chardin ya advirtió y le sirvió para salir del dualismo que atenaza, como si de una enfermedad genética se tratara, a la teología cristiana. Da la sensación de que cierta vulgarización de Platón se implantó durante los primeros siglos del cristianismo en su ser más íntimo y no somos capaces de arrancarlo sin, a la vez, acabar con el cristianismo. Por esto, nos produce mucho miedo hacer nada que suponga poner en cuestión esa tradición que, por lo demás, poco tiene que ver con la verdad de la Encarnación. Sin embargo, es necesario salir de esa trampa en la que hemos estado atrapados tantos siglos si queremos mantener viva nuestra propuesta y, de paso, recuperar lo que el cristianismo es en verdad. Y en esta labor hemos encontrado una inesperada aliada: la Ciencia, en concreto la neurociencia.
Ya hemos glosado en este blog las obras de Antonio Damasio y de Sandro Iacoboni sobre las neuronas espejo y la unidad del cerebro y la mente. Hoy introducimos una autora sueca que da un paso más en este camino, Kathinka Evers, que ha publicado en Katz: Neuroética. Cuando la materia se despierta. Si ya teníamos claro que la conciencia es una función del cerebro, ahora avanzamos a comprender que la ética, el comportamiento humano dirigido, es una función de las emociones y estas están unidas al organismo, en lo que Damasio define como marcador somático. No hace falta, por tanto, ningún milagro para que se produzca la vida humana, más allá del milagro mismo de la vida misma. El ser humano es un producto de la evolución de la vida, es el resultado, necesario afirmo yo, del proceso evolutivo que lleva 13.700 millones de años desarrollándose, desde el Big-bang hasta hoy, y que no cesará hasta que Dios sea todo en todas las cosas (1 Cor 15, 28).

Resumamos lo que nos dice la neurociencia desde una perspectiva materialista ilustrada de la vida y el ser humano:
1. La conciencia es una parte irreductible de la realidad biológica, una función del cerebro aparecida en el proceso de la evolución.
2. El cerebro es un órgano plástico, proyectivo y narrativo que actúa tanto consciente como inconscientemente de manera autónoma y resultante de una simbiosis sociocultural-biológica.
3. La emoción es la marca distintiva de la conciencia, pues las emociones fueron las despertadoras de la materia, permitiéndole producir un espíritu dinámico, flexible y abierto al medio natural y social en el que se desenvuelve.
4. Las estructuras socioculturales y las estructuras neuronales están en simbiosis, de modo que se retroalimentan mutuamente. Unas son causas de las otras y viceversa, de manera que la estructura del cerebro determina el comportamiento moral y social humano y las estructuras socioculturales influyen en nuestros cerebros.
5. La Naturaleza es dinámica, está en constante cambio y adaptación, y en este proceso el ser humano es parte sustancial del mismo. El cerebro humano registra e imprime en el plano biológico, estructuras neuronales, los cambios a nivel sociocultural, de ahí que la Naturaleza siga su evolución a través de la sociedad e historia humanas (¡cómo le gustaría esto a Hegel!).
6. El hombre no es una mera máquina biológica automática, como quisieron los científicos de los dos últimos siglos, sino que tiene una acción autónoma, necesaria para la existencia, incluso en el nivel moral, donde se toman decisiones casi pre-elaboradas como medio para evitar el vacío moral, pero también hay espacio para la reflexión consciente y el libre albedrío.
7. Somos, por último, epigenéticamente proactivos, de modo que las modificaciones de las estructuras neuronales fruto de la actividad sociocultural, pueden quedar fijadas genéticamente y así modificar la especie y hacer avanzar la evolución, fijando los cambios.

En este marco que acabamos de describir, la teología cristiana debería sentirse muy cómoda, mucho más que en el anterior marco dualista-idealista. Me atrevería a decir que ninguno de estos puntos contraviene las verdades cristianas, muy al contrario, las refuerza y confirma. El concepto cristiano de Creación-Redención viene a coincidir con ese proceso descrito arriba que lleva la materia a despertarse y a ser consciente, hasta el punto de poder llegar a modificar esa misma Creación y que esta sea plenamente la Vida. El ser humano naciendo de la realidad biológica, cultural, social e histórica y caminando hacia un perfeccionamiento propio, no forzado, está más de acuerdo con la libertad del ser humano y la bondad de la Creación que lo que hemos estado viviendo en los últimos siglos.
También hay algo preocupante e inquietante en esto. Si la estructura sociocultural tiene efecto sobre la estructura neuronal y esta puede fijarse epigenéticamente en la herencia del ADN, entonces corremos el peligro de fijar algo que no sea lo mejor para el ser humano, como creo que está sucediendo en la sociedad actual. Aunque, como el cerebro es plástico, también es posible que una profunda crisis puede llevar a una metanoia, a un cambio de mente y por tanto de cerebro. Todo está por hacer; la materia sigue despertándose.

3 comentarios:

Martín dijo...

Gracias, Bernardo, por tocar esos temas, que son fundamentales para hacer hoy una "nueva" teología, para hacer hoy lo que Sto. Tomás hizo con Aristóteles. Entonces Aristóteles era la fuente, atea por cierto, la fuente más fiable para el conocimiento de la naturaleza. Y a ella acudió Sto. Tomás. Nosotros debemos acudir a otras fuentes, como son los estudios sobre neurociencia. Solo una pequeña cosita sobre tu texto. Cuando dices que las emociones fueron las despertadoras de la materia, no sé si conviene matizar alguna cosa: si el cerebro es resultado de la evolución de la materia, antes de su "aparición" no podía haber emociones. Por tanto, las emociones no despertaron a la materia, sino que la materia dió origen a las emociones y una vez aparecidas éstas, una vez aparecido el cerebro, se dió una interactuación entre ambas dimensiones (que no partes separables) de la realidad. No sé si ahora a quien hay que matizar es a mi, pero bueno, sirva como contribución al diálogo.

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Gracias, Martín, por tu precisión. Sí, es como tú lo dices. Las emociones son la interfaz entre el cerebro y el resto de la materia. Pero como el cerebro es materia, también las emociones son despertadoras de la materia. Es evidente que antes del cerebro no había emociones, pero estas surgen justo del impacto del organismo sobre el cerebro, el famoso "marcador somático" de Damasio.
Un abrazo

Delia María dijo...

Me ha gustado mucho que toques este tema, singularmente grato para mi por diversas circunstancias. Comentando a Katinka Evers me has hecho recordar a Teilhard de Chardin cuya idea de la evolución universal he apreciado mucho, si bien, en aquellos momentos, con varias dudas debido a la formación teológica que estaba recibiendo. Lo que en esos momentos intuía como verdad, y lo defendía con fuerza,era que la materia y el pensamiento estaban involucrados y que tal evolución tenía un sentido. No recuerdo con qué términos, pero estoy segura que Chardin señalaba los males estructurales de la sociedad como un "freno" al proceso natural de evolución, y ésta podía convertirse en opcional.
Precisamente en tu comentario veo muy claro este aspecto, pues con los avances de la neurociencia, ya se puede afirmar que las emociones tienen una función despertadora de la materia, y, por tanto, dinamizan la conciencia, siempre, por supuesto en apertura y mutuo influjo con la naturaleza y la cultura.
Cuánta razón hay que dar al Maestro de Nazaret que nos urgía a la conversión, necesaria entonces y ahora todavía más, a fin de que las estructuras neuronales que están en plena evolución lleguen a fijarse o a modificarse hacia el Punto Omega.
Escribo esto porque también Teilhard de Chardin decía que es necesario pensar en comunidad, para despúés saber vivir en comunidad haciendo la guerra al aislamiento.

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