domingo, 24 de abril de 2011

Come, ama, reza... resucita.

Si la vida de Jesús se caracterizó por algo fue por sus comidas, hasta el punto de que el gesto de partir el pan y repartirlo quedó como su representación en la comunidad tras la ejecución y resurrección. Las primeras comunidades llevaron a cabo, día tras día, al atardecer, en la única comida de las clases subalternas de la sociedad imperial romana, aquello que Jesús hizo con su propia vida: darse, partirse y repartirse hasta no ser ya sino la comunidad de los que viven la resurrección. Las comidas podían significar la estructura opresora del imperio, pero también podían ser una realidad alternativa que daba cabida a todos los excluidos sociales. Las comidas de los primeros cristianos eran el medio subversivo de hacer caer al imperio. De ahí que esas comidas fuesen la acción de gracias agradable a Dios; ni el templo, ni los sacrificios, sino la comida compartida de los hermanos en Jesús, la Eucaristía.
Las comidas de Jesús, durante su vida, eran la expresión palpable de la salvación del Reino predicado. En el Reino, los pobres y excluidos pueden tener una vida digna porque ya no hay ninguna jerarquía ni élite que se apropie lo que Dios ha querido que sea para todos. En las comidas de Jesús con las multitudes, como vemos por dos veces en Mateo, todos quedan saciados al compartir lo que tienen. Muchos se sacian con poco, al contrario que las comidas de los poderosos, donde pocos no lleguen a estar saciados con tanto. Con Jesús, poco es suficiente; sin Jesús, mucho no es bastante. Por eso, las comunidades alternativas que forman los cristianos se califican por la comida diaria que se torna canto, rezo, diálogo y amor compartido, es decir, Eucaristía. Si tuviéramos que definirlo con palabras de hoy, en las comunidades cristianos se sigue la norma, come, ama, reza. De esta manera desaparecen los imperios, el mal es derrotado, la avaricia y la envidia no tienen razón de ser y la opresión y la riqueza pierden su fascinación. En las comunidades cristianas, ayer y hoy, los que seguimos a Jesús vivimos como resucitados en la comunidad. Es la comunidad de esperanza, confianza y amor la que nos permite regenerarnos como hombres nuevos para la vida plena, para la resurrección.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que así sea.

Martín dijo...

Cierto, en los primeros momentos del cristianismo la eucaristia se celebraba en el transcurso de una comida fraterna. Poco a poco, ambos momentos se separaron (seguramente para evitar lo que san Pablo denunciaba en su carta a los Corintios, a saber, que la comida hiciera patente las divisiones económicas), pero eso no quita que sigan estando íntimamente relacionados. No hay eucaristía sin fraternidad ni fraternidad sin eucaristía.

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