Leemos en el libro del Deuteronomio, capítulo 8:
"Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto; para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus preceptos o no. Él te afligió haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para enseñarte que no sólo vive el hombre de pan, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios. No te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres."
El hagiógrafo nos invita a leer nuestra vida desde el Señor y no desde nuestros propios criterios. Nuestros caminos no son sus caminos, nuestras formas de actuar no son las suyas, nuestros análisis no corresponden con los suyos. El pueblo, tras salir de la esclavitud de Egipto, creyó que todo estaba concluido, pero lo cierto es que la libertad no había hecho más que empezar. El camino para ser uno mismo es muy duro: está lleno de sinsabores y peligros, sobre todo de aquellos peligros que nos desviarían de nuestro camino hacia la libertad plena. Encontramos dragones y alacranes, es decir, peligros ocultos en el camino y otros que son demasiado visibles y producen pavor, hasta el punto de hacernos desistir del camino. El autor del texto, bellamente, le recuerda al pueblo, con palabras en la boca de Moisés, que no puede desfallecer, porque Dios es el que guía sus pasos y nunca lo dejará caer. Cuando falte agua la sacará del pedernal y cuando falte pan, de lo imposible.
Algunos erramos al creer que el agua y el pan que Dios nos promete son como los que conocemos y no es así. Hemos de aprender a beber otra agua y a comer otro pan; hemos de rastrear la historia para reconocer el pan que nos ha de alimentar y el agua que aliviará nuestra sed. Puede ser que no bebamos, no por falta de agua, sino por no saber reconocerla. Porque el Señor sabrá sacar pan de las piedras y agua del desierto. Él puede, el problema está en que nosotros sepamos verlo y acogerlo. A veces, la vida se nos nubla y somos incapaces de encontrar el verdadero pan que nos alimenta, el pan del cielo.
Te basta mi fe, le dijo el Señor a Pablo. Con esa fe es con la que nos alimentaremos con los nuevos nutrientes de un nuevo tiempo que está naciendo, un tiempo difícil y donde muchos sufrirán mucho, pero el que persevere se salvará. Toca, otra vez, repetir el camino de Abraham, salir de la tierra asegurada del pasado y avanzar hacia una tierra, prometida pero incierta, donde seremos como las estrellas del cielo o la arena de la playa.
2 comentarios:
Al final ganan los que resisten. Lo grave no es caer o equivocarse. Lo grave es pensar que porque una vez las cosas han salido mal, van a salir mal siempre. Hermosa reflexión la de hoy.
Gracias Martín. La verdad es que la vida, para el que cree, se convierte en exégesis de la presencia de Dios. Su amor nos acompaña, aunque no sepamos verlo y, en ocasiones, nos indica que debemos cambiar o buscar otros caminos.
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