A este ritmo, la fecha que el Panel Intergumental para el Cambio Climático da como límite para tomar medidas eficaces de reducción de las emisiones contaminantes, 2020, se antoja imposible de cumplir, toda vez que en este año en el que estamos deberíamos reducir un 15% las emisiones sobre 2007 y lo que estamos haciendo es aumentar en un 10%. Con estos datos, de forma totalmente realista, la Agencia Internacional de la Energía, ha dicho que será imposible evitar el aumento de 2ºC a final de siglo. Es más, lo seguro es que superaremos los 3ºC en 2050 y eso es catastrófico. Aunque lo más catastrófico sería que la alternativa, ya dejada de lado por algunos, de la energía nuclear se impusiera como modelo energético futuro. Ya hemos visto las consecuencias que la imprevisión y la disminución de inversión en seguridad ha tenido en Japón. La semana pasada reconocía la empresa propietaria de Fukushima que al día siguiente del tsunami ya se había fundido el núcleo de tres reactores, no de uno. Hoy nos dicen que creen poder controlar la temperatura y que evitarán lo peor: que se funda la vasija del reactor y el magma nuclear se filtre hacia el subsuelo. Pero, a estas alturas quién los cree.
Debemos tirar del freno de emergencia y dar marcha atrás. Es necesario que pongamos nuestras mentes a pensar rápidamente y reduzcamos de forma drástica nuestro nivel de consumo. Habría que establecer un sistema de cartillas de racionamiento para los productos básicos y para la energía y distribuir así lo que es escaso en el planeta. Hay que poner en práctica la filosofía del decrecimiento y todas las medidas ecológicas que el movimiento ecologista ha estado siempre impulsando. Ya no hay tiempo para dilaciones, hemos llegado a la era de las consecuencias y sólo podemos tomar medidas de emergencia.
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