En muchas y diversas circunstancias, la Iglesia ha olvidado el sentido último de su ser en el mundo: estar al servicio de los hombres construyendo el Reino de Dios. Según el Concilio Vaticano II, la Iglesia es sacramento universal de salvación (LG 48), pero como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres (LG 8). De esta manera demuestra que no impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido (GS 3). Este servicio se expresa de dos modos muy concretos: uno como servicio a la verdad y por tanto como crítica a todo cuanto se oponga al bien de los hombres, el otro como servicio a los oprimidos en medio de un mundo lleno de injusticia con la que muchos hombres de hoy siguen pretendiendo ocultar la verdad del amor de Dios.
Al vivir en medio del mundo como expresión de los valores del Evangelio de Jesús de Nazaret, la Iglesia continúa la misión iniciada por el mismo Jesús y encomendada a sus discípulos y discípulas para toda la historia. Esta misión conlleva una existencia liminal en medio de un mundo herido por el pecado, pues no se puede pertenecer al mundo sin hacerse partícipe de su pecado. La única manera de ser instrumento de salvación sin dejarse atrapar por las redes del mal es estar en el mundo sin ser como el mundo. Esto es lo que denominamos liminalidad. Esta situación es ambigua, pues de un lado exige estar incorporados en los instrumentos de organización de este mundo, pero, a la vez, reclama de la Iglesia una posición externa, una radical alteridad respecto a los modos y medios por los que este mundo se perpetúa como opresión de unos contra otros y como injusticia lacerante.
La acción caritativa es la vivencia del amor de Dios que experimenta la Iglesia, el instrumento para poner remedio a los sufrimientos de los hombres. Por la Caridad, la Iglesia es capaz de reducir los padecimientos de tantos hijos de Dios que no disponen de lo mínimo para mantener la dignidad de la imagen divina que portan. Esta imagen se ve deformada por el pecado del mundo, un pecado tanto personal como estructural que desfigura y afea la Creación de Dios, su voluntad de entrega a los hombres. Esta acción kenótica divina, que es la creación del mundo, se ve continuada en la entrega de Cristo en la cruz del Imperio romano y en la entrega diaria de tantos fieles que dejan de lado su interés egoísta y se dan hasta el extremo de una negación de la imagen de este mundo en ellos y del ser solipsista que lo define.
De la misma manera que la Caridad exige vivir la experiencia del amor de Dios en medio del mundo, la Doctrina Social de la Iglesia expresa su estar en el mundo de forma crítica. Viene a ser la continuación de la denuncia de los profetas y de la crítica de Jesús ante la injusticia del mundo. No es suficiente con la proclamación del Evangelio, es necesario estructurar la crítica de forma sistemática con el fin de poder responder a todas las cuestiones que suscita el mundo actual: el problema medioambiental, la superpoblación, el consumismo, el subdesarrollo, la guerra y la industria de armamentos… Muchos son los problemas y variadas las posibles soluciones y la Iglesia necesita tener un cuerpo de doctrina que le permita valorar este mundo con el fin de acercarlo al Reino. Pero, como bien dice la propia DSI, no se trata de ninguna opción política concreta, aunque sí se trata de Política, así, con mayúscula, porque es el modo en el que los hombres se organizan. El pecado y la injusticia dependen de este modo de organización, de la misma manera que la salvación y la justicia dependen de otro modo de organización.
Desde los tiempos en los que la cuestión social se hizo ineludible, la Iglesia ha ido acumulando un conjunto de textos con cierta coherencia orgánica y que permiten ver una orientación en la concepción del mundo que es reflejo del Evangelio y adaptación de toda la Tradición sobre la justicia, la moral social y la política. Aunque la DSI es un corpus nacido con la encíclica Rerum Novarum de León XIII, su existencia hay que buscarla mucho más atrás. Podemos rastrear estas intenciones en los reformadores de los siglos XII y XIII, así como en los grandes místicos posteriores. Pero, también hay que buscar en los Santos Padres, tanto latinos como griegos, aunque en especial estos últimos. Y, cómo no, hay que ir al Nuevo Testamento, y los profetas, hasta llegar al momento fundante de la preocupación por la organización del mundo: el Éxodo. En aquel momento histórico, un grupo de esclavos oprimidos por uno de los grandes imperios, experimenta el amor de Dios como liberación de la situación de pecado que es un Imperio. Es decir, la DSI es la expresión actual de toda la historia de crítica profética y de acción liberadora de la tradición juedocristiana. Aunque sí es cierto que la DSI se ha quedado más en lo teórico y ha dejado la acción práctica a la Caridad del fiel o a los instrumentos organizados de esta Caridad.
La Iglesia, creo, debe ser consciente y no olvidar nunca en su acción social, que es seguidora de un ejecutado por el mayor imperio de la historia hasta aquel momento. Su ser crítico debería llevarle a la superación de este mundo, no sólo a la crítica del mismo. En esta globalización postmoderna, en este Imperio Global Postmoderno, es imprescindible proponer una alternativa radical, de eso se trata en esta reflexión que proponemos: proponer los límites y las carencias, pero también los aciertos y virtudes, de la acción social de la Iglesia en medio de un mundo herido por las injusticias lacerantes de una globalización del capitalismo que supone el mayor ataque contra la posibilidad de pervivencia de la humanidad. La Iglesia, el cristiano, no puede servir a dos amos, si sirve a éste mundo, un mundo de injusticia y pecado, que lleva la muerte inútil de millones de seres humanos, mientras unos pocos despilfarran los recursos arrancados en vano a la naturaleza, se convertirá en cómplice del mal y legitimadora de la injusticia; si sirve a Dios, pondrá en práctica todo su ser en el mundo para proponer una alternativa radical que nos empuje hacia el Reino de Dios, y lo hará bebiendo de las fuentes más puras de su Tradición: el Evangelio de Jesús de Nazaret, los profetas del Antiguo Testamento, los Santos Padres y los grandes reformadores. En esta línea, la DSI puede ser una continuación en la apuesta por el Reino o un giro que nos deje amarrados a un mundo que se hunde sin remedio, aunque eventos como el que pronto viviremos en Madrid, nos alejan más de esto.
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