miércoles, 2 de mayo de 2012

La entrega y el sacrificio

Que un joven, en la flor de su vida, decida una entrega tan absoluta como la del sacerdocio da mucho que pensar. No es posible una explicación de tipo funcional o materialista; nada se gana con la dedicación plena a los demás y la renuncia a uno mismo, mucho menos si esta se hace dentro de una Orden como la de Hermanos Menores, presidida por la pobreza y la abnegación. No es posible entenderlo desde el punto de vista meramente humano, ni siquiera recurriendo a cierta escolástica laicista que ve en el sacerdocio una ocultación de carencias afectivas y de ocultas represiones. Resulta estéril buscar en el ámbito puramente práctico, como cierta campaña publicitaria para levantar vocaciones ha sugerido, mostrando el supuesto lado positivo de encontrar un puesto de trabajo seguro de por vida. Tampoco, creo, se puede encontrar la respuesta en el ambiente familiar, parroquial o social, nada de eso puede explicar de forma definitiva los motivos que llevan a un joven a renunciar a la vida afectiva expresada sexualmente, a la familia, a la seguridad de un cuidado futuro en los hijos, a la legítima búsqueda del propio beneficio y al progreso social, tal como se entiende hoy.

Desde que el pasado 28 de abril asistí a la ordenación sacerdotal de un alumno franciscano del Instituto Teológico de Murcia, me da vueltas de forma más intensa la idea de que únicamente la vocación, es decir, una llamada personal y única que siente el ordenado, puede explicar esta realidad, sobre todo conociendo a Fray Antonio Trucharte, una persona humilde y servicial donde las haya que dedica todo su ser al servicio en su comunidad y a sus alumnos como profesor de religión. Todos los que lo conocemos sabemos que posee una cualidad que es difícil encontrar hoy en mucha gente: la bondad, una bondad natural, sin dobleces, pero sin candidez. Antonio es, como decía el poeta, un hombre bueno, que sabe servir sin que el servicio se torne una carga; se hace presente sin que la presencia sea un obstáculo para los demás; que actúa siempre mirando el bien del otro y saber poner a los demás antes de sus propios necesidades. Pues bien, estas cualidades, raras hoy día como digo, son las que más se necesitan para llevar a cabo la vocación del sacerdocio.

El sacerdote, en medio de la comunidad, es la persona siempre dispuesta para el bien común, que sabe renunciar a todo lo propio para que la comunidad crezca y sea cada día más imagen del ser divino, porque Dios es vivido por los hombres en el grupo humano en medio del cual se da, en la Iglesia, habitada por el Espíritu, pero no puede ser vivido sin la mediación personal de alguien que actúe como Cristo mismo lo hizo entre sus discípulos y discípulas: sirviendo, amando, orando y muriendo por ellos. Pues eso es el sacerdote, quien sirve, ora, ama y muere por su comunidad. Una vez ordenado, el sacerdote debe considerarse muerto, en cualquier instante puede tener que entregar su vida por el bien de su comunidad, debe estar dispuesto a dar testimonio con su sangre, a cargar con la cruz, a ser víctima propiciatoria; no otra cosa es la que realiza en la Consagración cada vez que in persona Christi realiza con la comunidad el misterio eucarístico. El sacerdote es esa persona que a fuerza de estar dispuesto a la renuncia se torna imprescindible en un grupo humano. El sacerdote vive la transformación que Jesús pidió para sus discípulos: quien ame a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí. En Cristo han desaparecido las diferencias étnicas, sexuales, culturales y sociales, de ahí que sólo en él se cumple la perfección del ser humano.

Deseo fervientemente que se susciten más vocaciones para este servicio extremo a la comunidad y que la propia comunidad eclesial sea capaz de reconocerlas en las muy variadas formas y condiciones que se están dando hoy día. La entrega absoluta puede realizarse desde el matrimonio, como mujer o en otras muchas condiciones, puesto que en Cristo Jesús somos todos uno y no hay diferencia alguna. Enhorabuena a Antonio Trucharte y ánimo para los que siguen el camino de esta vocación.

5 comentarios:

Martín dijo...

Has hecho un hermosa descripción de lo que debe ser un sacerdote. La Iglesia los necesita, claro. Pero sin olvidar que en la Iglesia todos somos necesarios, es un cuerpo en el que todos los miembros tienen una función imprescindible. Y, en todo caso, el sacerdote se entiende a partir de la comunidad y no la comunidad a partir del sacerdote. Enhorabuena a este religioso, a fray Antonio.

Anónimo dijo...

Buen post, te felicito. Una sugerencia: quita el pajarito azul ¿twuitt? porque despista de la lectura, más bien estorba. Gracias.

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Gracias por la sugerencia, ahora falta que me acuerde cómo se quita el pajarito.
Saludos

checha dijo...

T u descripción del sacerdote coincide con la mía de los ÁNGELES, personas de buen corazón, entregadas al máximo a los demás, ofreciéndoles cariño, ayuda y confianza, personas capaces de llevarte a cuestas cuando caes, elevándote incluso por encima de ellas mismas. Mi definición parece laica, fuí profundamente religiosa, abandoné la religión y ahora, lo soy más. Me considero uno de los seres más creyentes, más esperanzados y capaces de ver y experimentar ÁNGELES en el mundo, la única diferencia reside en que no veo más mundo que éste.
Los anuncios televisivos de compra-venta de vocaciones me exasperaron, indignaron, me pusieron los pelos de punta.Asimilan la esperiencia religiosa con el "shintoísmo" (pura estética basada en las buenas formas que carece de v"erdad, de sintonía del hombre con en hombre), que es algo así como la "religión" de los capitalistas japoneses. Y esto es algo que, a cambio de un puesto de trabajo (como en tiempos de nuestros padres y abuelos), sí podría venderse: ritualismo, idolatría, oraciones vacías de contenido. Me avergüenza que la iglesia, en esta terrible crisis, haya puesto también sus "letras de la Iglesia" a la venta, que denota asociación con los poderosos, justo lo contrario que se espera de sacerdotes como el que mencionas, de vocaciones por las que sé que tú abogas.
Gracias, Bernardo, por no pertenecer al sector hipócrita de la iglesia. Y conozco a muchos, cuya labor es excepcional, igual de excepcional que la de otras PERSONAS, cuya finalidad en la vida es: simplemente serlo.
Reitero las gracias por tu entrada.
Un abrazo

Anónimo dijo...

jajajaja... El pajarito en un gadget. No tienes más que ir a diseño y eliminarlo.

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