Una de las causas de la profunda crisis que padecemos es la pérdida del control de la economía y su segregación en un ámbito separado que, a su vez, es el que rige al resto de las realidades humanas. Durante milenios, el equivalente a la economía, la búsqueda del sustento humano que diría Polanyi, el arte de proveer las necesidades de Aristóteles, estuvo integrado en la realidad social, gobernado por lo político y sometido a la religión. Esto hacía de la economía una realidad instrumental que evitaba sus dislocación de lo humano. Pero la llegada del capitalismo, sobre todo en su fase final, el neoliberalismo globalizado posmoderno, ha liberado a la Bestia y esta se ha otorgado todos los poderes. Hoy, la economía es una especie de ciencia exacta, como las matemáticas, o empírica, como la física, cuyos postulados, emanados de las facultades de economía y los think tanks más ultraliberales, rigen el devenir de la humanidad saltándose convenciones sociales, morales y políticas. Si queremos llegar a algún tipo de solución, no nos queda más remedio que volver a poner la economía donde siempre estuvo: integrada en el todo de la realidad humana. Santo Tomás lo tenía muy claro y en la Summa lo podemos ver.
En la Summa no hay un tratado propiamente sobre la economía, pero sí se
trata de la cuestión de fondo de la economía. El problema es cómo
proveer al hombre de lo necesario para su sustento en condiciones que permitan
la reproducción constante de la vida humana y de su entorno. Esto lleva a la
unión entre lo que hoy entendemos por economía y por política. Esta unión la
realiza el aquinate tratando ambas artes, la económica y la política, como
partes de la prudencia en la Summa[1].
Allí considera que la prudencia es el arte de distinguir el bien del mal en
algún aspecto de la existencia, de ahí se deriva que la prudencia en economía y
en política es distinguir el bien del mal en la administración de las cosas
comunes, de las cuestiones del aprovisionamiento y en el organización social.
En el artículo 3 de la quaestio 50, Tomás advierte que las
riquezas están referidas a la prudencia económica como su medio y no como su
fin, de ahí que los medios de obtener la riqueza están supeditados a la rectitud y a la virtud. Pero el uso de los bienes, de
por sí bueno y querido por Dios, tiene límites. En la quaestio 66 lo explica pormenorizadamente. El hombre posee
naturalmente los bienes que hay en la naturaleza, pero esta posesión debe
someterse al bien común y a la propiedad comunal querida por Dios de los bienes
existentes. Todo lo que el hombre posee de sobra lo ha obtenido con violencia
(a.2), de ahí que deba ser repartido lo superfluo.
El hombre tiene dos tipos de
necesidades, de indigencia y de estatus. Las necesidades de indigencia son
aquellas referidas a la supervivencia del hombre como tal en su sociedad:
alimentación, habitación, vestido y cuidados (hoy serían estos la educación,
sanidad y cultura). Las necesidades de estatus son las referidas a la posición
social, como por ejemplo un doctor o un profesor que requieren de instrumentos
para cumplir su labor que son necesarios. Una vez cumplidas estas necesidades,
ambas, el resto es superfluo y por tanto sobrante. Puede, una autoridad,
repartirlo para satisfacer las necesidades de indigencia de la población.
Por tanto, la economía está al
servicio del hombre y la sociedad para satisfacer las necesidades, limitadas,
que esta tiene y hacer prosperar una vida buena. Lo demás es pecado o va contra
la naturaleza de las cosas. El ser de la economía es satisfacer el sustento del
hombre dentro de un mundo limitado. La autoridad legítima debe conseguir que todos los hombres satisfagan sus necesidades de indigencia y de estatus. Si es necesario deberá tomar lo que exista de superfluo en la sociedad y remediar las necesidades de los que no pueden satisfacerlas. Si la autoridad legítima no lo hace, cualquiera puede tomar lo que a otros sobra (especialmente si estos son responsables de la carencia de otros), bien para cubrir su propia necesidad, bien para cubrir la de otros. La propiedad nunca es absoluta sino relativa al Bien común, cuando este se ve conculcado, el derecho de propiedad cede ante el superior Bien común, pues Dios ha querido que todos los bienes sean tenidos en común por sus hijos.
Nota bene: una autoridad que permita la indigencia de unos a costa de lo superfluo de otros, que encarcele a quienes ejercen la justicia y deje impunes a los responsables de las carencias sociales, deja de ser autoridad y empieza a ser autoritaria, cumpliendo el dicho de Catón en el 189 a. C.: " Fures privatorum in nervo ataque in compendibus aetatem agunt, fures publici in auro ataque in purpura". En paladino: mientras los ladrones de lo privado viven en la cárcel y con cadenas, los ladrones de lo público viven entre oro y púrpura.
2 comentarios:
Santo Tomás es más actual de lo que muchos piensan. Desgraciadamente a veces se olvidan esas cuestiones y artículos a los que tú te refieres. Bien situado, en su contexto histórico, es imposible hacer de Tomás una bandera de integrismo. Saludos
No sólo son vigentes las opiniones de Sto Tomás en cuanto al reparto equitativo de los bienes (aunque todo es malinterpretable, y es seguro que muchos encuadrarían las necesidades de estatus, dentro de la barbarie económica actual), también podemos resaltar la actualidad de legendarios personajes como Robin Hood, encargado de establecer justicia real, de quitar el dinero a los ricos para DEVOLVÉRSELO a los pobres.
Creo que el mayor de los errores actuales reside en el concepto de "necesidad". La economía debería encargarse efectivamente de cubrir necesidades reales (derechos mínimos e inalienables de todo ser humano), pero no de cubrir necesidades creadas. Y muchos hay que confunden la "necesidad de tener más"(insaciable,inagotable, capaz de crear una cadena de necesidades que apuntan a otras "ad infinitum") con la "necesidad de tener lo mínimo". Sin el necesario equilibrio que debería proporcionar el estado, el maltratado estado de bienestar, quedamos situados en tierra sin ley, ¡que coja el que pueda!, y, en estas circunstancias no hay justicia, humana o divina, capaz de condenar la apropiación DEBIDA de lo que a todos, como individuos, nos pertenece.
Enhorabuena, Bernardo, por PENSAR (así).
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