Existe un paradigma primigenio que configuró la humanidad tras el paleolítico, es el paradigma de una economía de salvación. En él son las personas las que intercambian sus bienes o bien el fruto de su esfuerzo,
no mercancías. La consideración de los
productos, los bienes y los servicios como mercancías es muy tardía y requiere
la existencia de un mercado para tal efecto. Pero no existió tal hasta el siglo
XVI en muchos órdenes de la vida social. Por ejemplo, no existía un mercado de
tierras, aguas, bosques o caza. Estos bienes estaban fuera de la
mercantilización, se entendía que no se podían comprar y vender, sólo heredar o
conseguir como derecho de guerra. Las personas también quedaban al margen de la
mercantilización, a lo sumo iban en el lote con el usufructo de una tierra o
como parte del botín de guerra, pero no se podían intercambiar. Las cosas que
sí se podían comprar y vender eran los frutos del esfuerzo humano, pero para
ello había fuertes y restrictivas normas sociales que limitaban su
comercialización.
Durante milenios eran las
personas las que intercambiaban los productos, en un acto más social que
crematístico. La existencia de los mercados está atestiguada desde muy antiguo,
pero todos ellos poseían férreas normas que limitaban su extensión, duración e,
incluso, los precios de venta. Tabúes sociales rodeaban a los mercados y
protegían así a la sociedad contra este poderoso destructor social que es el
ánimo de lucro. El mercado, como medio de intercambio de productos, ha existido
desde que nació la sociedad agraria sedentaria. Si los grupos no nomadean se
requiere de una estructura, más o menos permanente, para organizar el
intercambio de productos. Estos mercados siempre están perfectamente regulados
y controlados, sea por la autoridad local o por la autoridad nacional. Se
regula desde los productos que pueden ser intercambiados, los agentes
encargados de ello, los precios de cada producto y la calidad del mismo.
Se ha podido constatar la
existencia de fuertes regulaciones para el establecimiento de los intercambios
en las culturas más primitivas. En ellas se considera peligroso este
intercambio, de ahí la existencia de tabúes que controlan los mercados para impedir
que éstos fagociten a las ciudades o a las relaciones de los grupos humanos. Se
trata de mantener a los mercados a raya, bajo el control de la sociedad. Bien
sabían que estas relaciones económicas podían llegar a controlar a las
relaciones sociales. Están documentadas normas muy estrictas para una amplia
casuística: muerte violenta o no en el mercado, parto, reyertas, incendio. Todo
supone un peligro y debe estar bien regulado.
Este paradigma de
organización social tiene como característica fundamental la no
mercantilización de la existencia y la integración de lo económico en lo
social. La religión determina a la economía y la organización social funda la
relación económica y no al revés. Sin embargo, en el capitalismo, el dinero
es la medida de todas las cosas, no el hombre. El dinero es el eidolon que determina el valor, no solo
el precio, de los bienes, servicios e, incluso, de los mismos hombres. No se
trata de un simple instrumento de intercambio, no lo fue nunca y no lo es, es
mucho más, es el seguro de vida para quien lo posee, de ahí su poder sagrado.
Pero en la sociedad capitalista, ya desde sus orígenes en el siglo XV, el
dinero es un dios profano, una realidad cotidiana devenida divinidad por el
aprecio que el paradigma de salvación por la economía ha puesto en él. Es un
falso dios, un ídolo, ante el que los hombres se someten, pero que destruye la
base de la realidad humana: la separación de órdenes y la estructuración
axiológica de la sociedad. Al ser la medida de todo, todo se iguala con el
dinero, nada vale nada,
todo es indiferente. El hombre deja de ser hombre y pasa a ser una mercancía
más que puede ser producida, como todas, comprada y vendida, incluso desechada.
El capitalismo supuso la verdadera Gran Transformación de la realidad humana, hoy amenazada. Son los tiempos modernos que tan dolorosamente retratara Chaplin, otro experto en humanidad, como Polanyi.
Karl Polanyi, La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro
tiempo, FCE, Buenos Aires 2007.
Karl Polanyi, El sustento del hombre,
Capitán Swing, Madrid 2009.
Raj Patel, Cuando nada vale nada. Las
causas de la crisis y una propuesta de salida radical, Libros del lince,
Barcelona 2009.
*En memoria de Karl Polanyi, a quien tanto debemos, especialmente en estos momentos.
1 comentario:
Polanyi sigue siendo el que más me ha enseñado.Gracias Bernardo
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