viernes, 24 de agosto de 2012

No se ha hecho el hombre para la economía...


Existe un paradigma primigenio que configuró la humanidad tras el paleolítico, es el paradigma de una economía de salvación. En él son las personas las que intercambian sus bienes  o bien el fruto de su esfuerzo, no mercancías. La consideración de los productos, los bienes y los servicios como mercancías es muy tardía y requiere la existencia de un mercado para tal efecto. Pero no existió tal hasta el siglo XVI en muchos órdenes de la vida social. Por ejemplo, no existía un mercado de tierras, aguas, bosques o caza. Estos bienes estaban fuera de la mercantilización, se entendía que no se podían comprar y vender, sólo heredar o conseguir como derecho de guerra. Las personas también quedaban al margen de la mercantilización, a lo sumo iban en el lote con el usufructo de una tierra o como parte del botín de guerra, pero no se podían intercambiar. Las cosas que sí se podían comprar y vender eran los frutos del esfuerzo humano, pero para ello había fuertes y restrictivas normas sociales que limitaban su comercialización.

Durante milenios eran las personas las que intercambiaban los productos, en un acto más social que crematístico. La existencia de los mercados está atestiguada desde muy antiguo, pero todos ellos poseían férreas normas que limitaban su extensión, duración e, incluso, los precios de venta. Tabúes sociales rodeaban a los mercados y protegían así a la sociedad contra este poderoso destructor social que es el ánimo de lucro. El mercado, como medio de intercambio de productos, ha existido desde que nació la sociedad agraria sedentaria. Si los grupos no nomadean se requiere de una estructura, más o menos permanente, para organizar el intercambio de productos. Estos mercados siempre están perfectamente regulados y controlados, sea por la autoridad local o por la autoridad nacional. Se regula desde los productos que pueden ser intercambiados, los agentes encargados de ello, los precios de cada producto y la calidad del mismo.
Se ha podido constatar la existencia de fuertes regulaciones para el establecimiento de los intercambios en las culturas más primitivas. En ellas se considera peligroso este intercambio, de ahí la existencia de tabúes que controlan los mercados para impedir que éstos fagociten a las ciudades o a las relaciones de los grupos humanos. Se trata de mantener a los mercados a raya, bajo el control de la sociedad. Bien sabían que estas relaciones económicas podían llegar a controlar a las relaciones sociales. Están documentadas normas muy estrictas para una amplia casuística: muerte violenta o no en el mercado, parto, reyertas, incendio. Todo supone un peligro y debe estar bien regulado.

Este paradigma de organización social tiene como característica fundamental la no mercantilización de la existencia y la integración de lo económico en lo social. La religión determina a la economía y la organización social funda la relación económica y no al revés. Sin embargo, en el capitalismo, el dinero es la medida de todas las cosas, no el hombre. El dinero es el eidolon que determina el valor, no solo el precio, de los bienes, servicios e, incluso, de los mismos hombres. No se trata de un simple instrumento de intercambio, no lo fue nunca y no lo es, es mucho más, es el seguro de vida para quien lo posee, de ahí su poder sagrado. Pero en la sociedad capitalista, ya desde sus orígenes en el siglo XV, el dinero es un dios profano, una realidad cotidiana devenida divinidad por el aprecio que el paradigma de salvación por la economía ha puesto en él. Es un falso dios, un ídolo, ante el que los hombres se someten, pero que destruye la base de la realidad humana: la separación de órdenes y la estructuración axiológica de la sociedad. Al ser la medida de todo, todo se iguala con el dinero, nada vale nada, todo es indiferente. El hombre deja de ser hombre y pasa a ser una mercancía más que puede ser producida, como todas, comprada y vendida, incluso desechada.

El capitalismo supuso la verdadera Gran Transformación de la realidad humana, hoy amenazada. Son los tiempos modernos que tan dolorosamente retratara Chaplin, otro experto en humanidad, como Polanyi.



Karl Polanyi, La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo, FCE, Buenos Aires 2007.
Karl Polanyi, El sustento del hombre, Capitán Swing, Madrid 2009.
Raj Patel, Cuando nada vale nada. Las causas de la crisis y una propuesta de salida radical, Libros del lince, Barcelona 2009.

*En memoria de Karl Polanyi, a quien tanto debemos, especialmente en estos momentos.

1 comentario:

Unknown dijo...

Polanyi sigue siendo el que más me ha enseñado.Gracias Bernardo

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