martes, 11 de septiembre de 2012

Contra gentiles 4: la globalización es el opio del pueblo.


La imagen especular de la vieja tesis 11

Si hasta ahora los filósofos, Hegel en especial, no habían hecho otra cosa que pensar el mundo, iba siendo hora de transformarlo. Y eso hicieron los globalizadores desde los años setenta: transformar el mundo en la Segunda Gran Transformación polanyiana. Esta transformación no ha sido solamente de las condiciones económicas del capitalismo, ha sido, muy especialmente de las condiciones de vida, políticas y culturales en las que se desarrollaba la evolución del proceso transformador global. La primera Gran Transformación se produjo tras el crak del 29, la segunda tras la quiebra del 89. Una y otra han dado los fundamentos a la actual globalización y esto es lo que Reder no quiere ver, por mucho que esté ante los ojos de todos los que esto estudian.

Sin embargo, esto no es un problema de miopía moral, no, lo es de ceguera epistémica. Su método lo lleva hasta ahí de forma ineludible. Separar la política de la economía y esta de la ética es la causa y la consecuencia de esta legitimación de la globalización; legitimación que llega al paraxismo al dar ciertas recetas para su mejoramiento. Exactamente se llaman “facetas de una filosofía de la globalización”, el capítulo que supone la parte del león de la obra.  Son seis facetas que integran los aspectos separados que la supuesta filosofía práctica abordaría en torno a la globalización, pero que expresan desde el mismo epígrafe la idea central de la obra: la filosofía de la globalización como una legitimación ideológica de la misma.
El tema inicial es el de la paz, por supuesto con relación a los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 y sin ningún viso de crítica a la responsabilidad propia de la política del país anfitrión, y probablemente coautor, de los crímenes perpetrados. La paz como instrumento y no como finalidad, la paz como arma de destrucción masiva de conciencias críticas, atrapadas en la imposibilidad de pensar el conflicto más allá e los límites irrevasables del discurso oficial, y el terrorismo como fetiche para el vulgo. Pero la paz, como la guerra, no es sino la continuación de la política por otros medios, Clausewitz dixit. Mediante esa paz se consigue el consenso social necesario para que prosperen los negocios, diría Smith, y así que las empresas, comprometidas con el medio ambiente, inmersas en un proceso de responsabilidad social corporativa y dedicadas a satisfacer las necesidades de consumidores, usuarios y trabajadores, nos pueden llevar a un mundo feliz donde la plenitud de lo humano, inscrita en la red como elemento sustentador y en las TIC como su emblema, llevará, ahora sí definitivamente y por siempre, al fin de la historia. Ya no habrá ulterior realización porque la Globalización es el telos inscrito en los genes del devenir del tiempo cósmico; es la voluntad de la naturaleza expresada en la evolución de las especies hasta el homo sapiens; y es, la expresión de la voluntad divina en medio del devenir humano.
Así llegamos al sancta sanctorum del meollo de esta obra: la teodicea de la globalización, efectuada mediante la religión. La religión fue la primera víctima de la disección de la realidad realizada para separar la economía y así poder seguir llevando adelante el proyecto globalizador. Pero la globalización requiere de mayor poder de adocenamiento que el que dan los medios de comunicación o la satisfacción de pasiones consumistas, necesita el consuelo de la religión, como siempre. Al hombre no le basta con esta vida, necesita asegurar algo más y ahí están las religiones. Todas son útiles, pues ya sean legitimadoras del orden, la mayoría, o proféticas, unas pocas, todas pueden ser compradas por menos de 30 monedas. El precio varía según la sociedad, pero todas lo tienen.
La religión del cusano, la que propone como modelo Reder, no es sino un amoldamiento a la sociedad capitalista incipiente. Ese modelo, traído al siglo XXI, es la justificación de la lacerante injusticia que supone el mundo globalizado actual. Sí, lacerante injusticia, porque aunque la justicia sea imposible, según el teutón, la injusticia no hay forma de eliminarla de la vista. Ni todas las bussines schools juntas pueden modificar un ápice el interrogante que inquiere: ¿por qué mueren de hambre 30 millones de personas al año cuando 3 personas poseen la riqueza que las salvaría? Sí, es difícil hacer rascacielos epistemológicos cuando se pasa hambre, pero ni todos ellos juntos pueden tapar la miseria moral, política y religiosa que es la globalización.

Dónde estamos

La última parte de la obra de Reder se intitula “cosmopolitismo, ¿hacia dónde?”. Allí intenta dar un resumen de esta filosofía de la globalización amparada bajo el paraguas del clásico cosmopolitismo. Su resumen consta de cuatro puntos: a) la realidad se concibe como una trama de relaciones; b) el mundo global es inaccesible como tal; c) el universalismo ético emanado de la concepción relacional de la realidad exige una interrelación entre unidad y diferencia; y d) la relación dialéctica entre unidad y diferencia se traduce en una concepción del poder débil: la gobernanza global.
Sin embargo, es muy fácil ver que estos cuatro puntos esconden otros tantos: a) que el hombre ha sido desustanciado con el fin de no poder transformar su realidad, el viejo adagio empirista del haz de impresiones; b) la globalización queda mistificada, de modo que es intangible, como el ámbito de lo sagrado en las civilizaciones tradicionales; c) estamos ante un nuevo totalitarismo, pero de cuño suave, que se impone sin aparente fuerza, que entra en las conciencias y las resetea para que no sean capaces de pensar fuera de lo dado; y d) la economía, convenientemente liberada del control social o de los grupos oprimidos, puede dejar que la sociedad civil decida cómo gestionar esa pequeña parte que les deja: la preocupación ecológica, la gestión de recursos humanos, la responsabilidad social corporativa e, incluso, la aparente cesión de poder en las empresas, al estilo Google.
Estamos aquí mismo, donde lo vemos todos, en un mundo regido por el 0,1% de la población que controla, de una u otra forma, el 85% de la riqueza. Esto son los datos brutos, los hechos bestiales que se nos imponen como si fueran maldiciones bíblicas inamovibles. Pero los legitimadores del desorden social se empeñan en seguir por este camino y avanzar hacia… creemos que hacia la consumación de un mundo aberrante que no merecerá ser vivido como tal. Si el lector no lo cree, lea las últimas palabras de la obra: “De este modo se rechaza un pensamiento de la factibilidad que quiere regular la dinámica global en un sentido mecanicista, pues es inadecuado para la situación actual de la sociedad mundial. En lugar de esto, se subraya el carácter reticular de la globalización y se buscan nuevas formas de cooperación. La actual filosofía de la globalización debería prolongar esta tradición de pensamiento cosmopolita” (222).

Finis operae.

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