La imagen
especular de la vieja tesis 11
Si hasta ahora los filósofos,
Hegel en especial, no habían hecho otra cosa que pensar el mundo, iba siendo
hora de transformarlo. Y eso hicieron los globalizadores desde los años
setenta: transformar el mundo en la Segunda Gran Transformación polanyiana.
Esta transformación no ha sido solamente de las condiciones económicas del
capitalismo, ha sido, muy especialmente de las condiciones de vida, políticas y
culturales en las que se desarrollaba la evolución del proceso transformador
global. La primera Gran Transformación se produjo tras el crak del 29, la
segunda tras la quiebra del 89. Una y otra han dado los fundamentos a la actual
globalización y esto es lo que Reder no quiere ver, por mucho que esté ante los
ojos de todos los que esto estudian.
Sin embargo, esto no es un
problema de miopía moral, no, lo es de ceguera epistémica. Su método lo lleva
hasta ahí de forma ineludible. Separar la política de la economía y esta de la
ética es la causa y la consecuencia de esta legitimación de la globalización;
legitimación que llega al paraxismo al dar ciertas recetas para su
mejoramiento. Exactamente se llaman “facetas de una filosofía de la
globalización”, el capítulo que supone la parte del león de la obra. Son seis facetas que integran los aspectos
separados que la supuesta filosofía práctica abordaría en torno a la
globalización, pero que expresan desde el mismo epígrafe la idea central de la
obra: la filosofía de la globalización como una legitimación ideológica de la
misma.
El tema inicial es el de la paz,
por supuesto con relación a los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 y
sin ningún viso de crítica a la responsabilidad propia de la política del país
anfitrión, y probablemente coautor, de los crímenes perpetrados. La paz como
instrumento y no como finalidad, la paz como arma de destrucción masiva de
conciencias críticas, atrapadas en la imposibilidad de pensar el conflicto más
allá e los límites irrevasables del discurso oficial, y el terrorismo como
fetiche para el vulgo. Pero la paz, como la guerra, no es sino la continuación
de la política por otros medios, Clausewitz dixit. Mediante esa paz se consigue
el consenso social necesario para que prosperen los negocios, diría Smith, y
así que las empresas, comprometidas con el medio ambiente, inmersas en un
proceso de responsabilidad social corporativa y dedicadas a satisfacer las
necesidades de consumidores, usuarios y trabajadores, nos pueden llevar a un
mundo feliz donde la plenitud de lo humano, inscrita en la red como elemento
sustentador y en las TIC como su emblema, llevará, ahora sí definitivamente y
por siempre, al fin de la historia. Ya no habrá ulterior realización porque la
Globalización es el telos inscrito en los genes del devenir del tiempo cósmico;
es la voluntad de la naturaleza expresada en la evolución de las especies hasta
el homo sapiens; y es, la expresión
de la voluntad divina en medio del devenir humano.
Así llegamos al sancta sanctorum
del meollo de esta obra: la teodicea de la globalización, efectuada mediante la
religión. La religión fue la primera víctima de la disección de la realidad
realizada para separar la economía y así poder seguir llevando adelante el
proyecto globalizador. Pero la globalización requiere de mayor poder de
adocenamiento que el que dan los medios de comunicación o la satisfacción de
pasiones consumistas, necesita el consuelo de la religión, como siempre. Al
hombre no le basta con esta vida, necesita asegurar algo más y ahí están las
religiones. Todas son útiles, pues ya sean legitimadoras del orden, la mayoría,
o proféticas, unas pocas, todas pueden ser compradas por menos de 30 monedas.
El precio varía según la sociedad, pero todas lo tienen.
La religión del cusano, la que
propone como modelo Reder, no es sino un amoldamiento a la sociedad capitalista
incipiente. Ese modelo, traído al siglo XXI, es la justificación de la
lacerante injusticia que supone el mundo globalizado actual. Sí, lacerante
injusticia, porque aunque la justicia sea imposible, según el teutón, la
injusticia no hay forma de eliminarla de la vista. Ni todas las bussines schools juntas pueden modificar
un ápice el interrogante que inquiere: ¿por qué mueren de hambre 30 millones de
personas al año cuando 3 personas poseen la riqueza que las salvaría? Sí, es
difícil hacer rascacielos epistemológicos cuando se pasa hambre, pero ni todos
ellos juntos pueden tapar la miseria moral, política y religiosa que es la
globalización.
Dónde
estamos
La última parte de la obra de
Reder se intitula “cosmopolitismo, ¿hacia dónde?”. Allí intenta dar un resumen
de esta filosofía de la globalización amparada bajo el paraguas del clásico
cosmopolitismo. Su resumen consta de cuatro puntos: a) la realidad se concibe
como una trama de relaciones; b) el mundo global es inaccesible como tal; c) el
universalismo ético emanado de la concepción relacional de la realidad exige
una interrelación entre unidad y diferencia; y d) la relación dialéctica entre
unidad y diferencia se traduce en una concepción del poder débil: la gobernanza
global.
Sin embargo, es muy fácil ver que
estos cuatro puntos esconden otros tantos: a) que el hombre ha sido
desustanciado con el fin de no poder transformar su realidad, el viejo adagio
empirista del haz de impresiones; b) la globalización queda mistificada, de
modo que es intangible, como el ámbito de lo sagrado en las civilizaciones
tradicionales; c) estamos ante un nuevo totalitarismo, pero de cuño suave, que
se impone sin aparente fuerza, que entra en las conciencias y las resetea para
que no sean capaces de pensar fuera de lo dado; y d) la economía,
convenientemente liberada del control social o de los grupos oprimidos, puede
dejar que la sociedad civil decida cómo gestionar esa pequeña parte que les
deja: la preocupación ecológica, la gestión de recursos humanos, la
responsabilidad social corporativa e, incluso, la aparente cesión de poder en
las empresas, al estilo Google.
Estamos aquí mismo, donde lo
vemos todos, en un mundo regido por el 0,1% de la población que controla, de
una u otra forma, el 85% de la riqueza. Esto son los datos brutos, los hechos
bestiales que se nos imponen como si fueran maldiciones bíblicas inamovibles.
Pero los legitimadores del desorden social se empeñan en seguir por este camino
y avanzar hacia… creemos que hacia la consumación de un mundo aberrante que no
merecerá ser vivido como tal. Si el lector no lo cree, lea las últimas palabras
de la obra: “De este modo se rechaza un pensamiento de la factibilidad que
quiere regular la dinámica global en un sentido mecanicista, pues es inadecuado
para la situación actual de la sociedad mundial. En lugar de esto, se subraya
el carácter reticular de la globalización y se buscan nuevas formas de
cooperación. La actual filosofía de la globalización debería prolongar esta
tradición de pensamiento cosmopolita” (222).
Finis operae.
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