Un oxímoron
razonable: filosofía práctica
Incluir las reflexiones sobre la
globalización desde la filosofía en el ámbito práctico, al menos tras haberlo
situado en el esencial in oblicuo,
requiere de alguna justificación, aunque sea con un lacónico “esta acepción
amplia de la filosofía práctica constituye el contexto de reflexión sobre la
globalización” (16). Esa acepción amplia
es el resquicio por donde se cuela la filosofía sensu stricto. La obra no hace otra cosa que utilizar la filosofía
teorética, aunque luego la disfrace de práctica, porque su interés latente es
mostrar la legitimidad de la globalización. La filosofía práctica, en este
caso, no es sino una reducción de la filosofía a pura técnica utilitarista. Las
distintas ramas de la filosofía práctica: la ética, la política, la estética,
no harían sino analizar alguno de los aspectos en los que la Filosofía
justifica la globalización.
La justicia, reducida a una
determinación finalista de las relaciones sociales, queda como un límite de la
razón, como la asíntota a la que tienden las relaciones sociales, pero
irrealizable, queda como mera utopía. La justicia social es una quimera que
todos deben desear, pero que nadie puede intentar llevar a la práctica. No
puede vivirse la justicia, pues ese mismo intento nos conduciría a la pérdida
misma de la globalización. Por tanto, la justicia como límite al que tender y
la política como una mera instrumentalización de la realidad social. La
política reducida a la dimensión de la gobernanza global, una forma débil de
ejercer la autoridad. Se trata del no-poder, de la no-autoridad, de la
desconstrucción del ejercicio de la política. Lejos de ser un modelo más
humano, como así se nos vende, esta gobernanza es la pérdida de la único opción
de influir en la economía. Las decisiones económicas las toman las empresas y
las políticas, reducidas al trajín cotidiano de lo humano, solo pueden
modificar pequeñas condiciones de vida a nivel personal o comunitario, nunca
social. El ejemplo que nos da Reder de la construcción europea es
paradigmático. Supuestamente, son decisiones que se imponen a los políticos
profesionales, que todo el mundo quiere, aunque nadie en concreto puede ser
señalado como su fautor. Sin embargo, la verdadera decisión de la Unión
Europea, como todo el mundo puede saber, se toma tras la Segunda Guerra
Mundial, como intento por frenar a la Unión Soviética. Caído el muro, ya no es
útil para el capital, de ahí la demolición controlada a la que estamos
asistiendo del modelo europeo de estado social y de la propia Unión Europea.
La supuesta filosofía práctica
nos da dos dimensiones fundamentales de la legitimación de la globalización: la
ética y la política (dejamos la religión para después). El universalismo ético
basado en la elección del consumidor simbólico, se une al proyecto político de
gobernanza global para destruir el proyecto moderno ilustrado que podía poner
en jaque real a la globalización y así ir un paso más allá: avanzar hacia la
reconstrucción del discurso crítico desde pilares que permitan la revolución
permanente de la globalización del capital posmoderno. Filosóficamente hablando
se trata de la zombificación de Marx y la resurrección de Schmitt. El Smart power está aquí.
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