Siendo, como es,
que aún debemos un gallo a Esculapio por nuestra obra crítica de la
Globalización posmoderna[1], hemos decidido pagar ese gallo antes que la muerte del mundo o la
incapacidad para pensarlo correctamente, cuestiones miméticas en sí mismas
según el viejo adagio wittgensteiniano de similitud entre los límites de mi
lenguaje y mi mundo, al fin lenguaje y mundo no son más que pleonasmos o
reiteraciones, hagan imposible cumplir con los dioses y con los hombres. Y la
ocasión, el kairós diría mi lado
creyente, me lo ha dado una obra reciente publicada por Herder en castellano de
un original teutón de 2009. Se trata de Gobalización
y Filosofía (Herder, Barcelona 2011). O, por decirlo en su lengua de
origen, tan dada al matiz y por ende apta para la filosofía, Globalisierung und Philosophie, de
Michael Reder.
Reder lleva unos cuantos años
investigando las realidades de la globalización desde una perspectiva
cosmopolita que permita una verdadera gobernanza mundial y una teoría crítica,
sin adherirse a la famosa escuela que lleva su nombre, que dé cuenta de los
procesos globales que padecemos, más hacia el sur y menos hacia el norte, desde
que en 1979 Thatcher dijera aquello de que la sociedad no existe. No habiendo
rebatido esto, resulta difícil legitimar cualquier otro discurso, pero Reder lo
ha intentado en tres obras, que conozcamos, a modo de sandwich mixto. En 2006 publica Gloval governance. Philosophische modelle von weltpolitik, y en
2010 publica Sozialphilosophie. Se trata de las dos rebanadas de ese pseudo pan
que suele sostener el supuesto alimento que hay en medio.
El alimento, como no
podía ser de otra manera, es la obra que estamos digiriendo, una obra de
enjundia, pues se propone, ni más ni menos, hacer ver que la globalización es
el nuevo zeitgeist, es la razón cuyo
ardid ha llevado a este punto en un largo devenir de siglos, tortuosos y
oscuros en ocasiones, pero necesarios para la constitución de un mundo en orden
como el que se está configurando. Dicho en sus palabras: “hasta qué punto el
fenómeno de la globalización puede describirse y entenderse como una forma
nueva de la cosmópolis” (21). Por eso era necesario analizar primero la
posibilidad de la gobernanza mundial, posibilidad que va más allá de la mera
cuestión histórica y se aloja en un discurso metafísico moebiusiano del que es
imposible salir. Dicho de otra manera: se trata de una petitio principii justificar la globalización como un hecho y el
hecho como una necesidad histórica, como la expresión de un proyecto demiúrgico
secular.
La rebanada
inferior, la gobernanza, está un poco más tostada, para soportar el peso, pero
la superior, el análisis de la filosofía social, es más liviana, menos pesada,
más digerible: la sociedad no es un mero agregado, ni una masa indiferenciada.
Es la sociedad global la que da sentido a la gobernanza necesaria para impedir
que el sándwich se nos caiga al suelo. Pero el núcleo de todo, el verdadero
alimento, está en el centro. Es lo que quiere que nos traguemos sin mirar, sin
percatarnos de si es o no aquello que se nos prometía. Es jamón y queso,
globalización y filosofía. Pero, en realidad es que nos la dan con queso y nos
dicen que la globalización es la nueva filosofía.
Hay, a nuestro
modo de leer, tres elementos ideológicos que permiten pegárnosla en esta obra.
Los tres son elementos que están en el discurso, pero están invertidos, como el
espejo cóncavo maxiano. Lo grave es que se nos presenta como el discurso
posible, como el medium donde se
halla la virtus. Una virtud que
estaría entre dos extremos: el aplauso idiota de la globalización y el rechazo
feroz e irracional de la misma. Como ya nos dijera Centessimus Annus, la globalización es un fenómeno ambivalente,
lleno de ventajas y desventajas, nos dice, como la vida misma. Se trata de
saber mediar entre lo uno y lo otro para conseguir el equilibrio que permita la
tranquilidad de ánimo para juzgar esta realidad. Reder nos llega a amenazar con
el famoso funambulismo positivo de los legitimadores del orden global: “La
globalización, por lo tanto, solo
puede analizarse y discutirse de forma adecuada si no se opta precipitadamente
por su glorificación o por su demonización, sino que se ofrece una imagen
equilibrada de los ambivalentes procesos globales” (11). El solo es el síntoma de este discurso, un
síntoma que nos conduce a la enfermedad. Por nuestra parte, reconocemos la
dolencia propia, el odio por el desorden establecido y la crítica demoledora de
sus bases, como lugar epistémico fundante de cualquier posibilidad filosófica
seria que se haga cargo de la realidad, no que se cargue lo real cuando no
coincide con la prisión en la que nuestra filosofía lo ha incluido.
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