Filosofía
de la Globalización
Reder nos instala en el locus amoenus de esta antesala a la
Nueva Edad Media que es la globalización: la sociedad mundial está sometida al
cambio permanente en todos sus ámbitos, sea el económico, el cultural, el
científico o el social, y esta es la característica fundamental de la
globalización. Es decir, la globalización sería la realidad tout court, sin aditivos, sin conservantes
ni colorantes. La globalización es lo que hay y lo es en cambio constante. Es
la dinamis profunda de lo real. La
globalización es la expresión de la única realidad que ha existido siempre. Por
eso, la filosofía hoy solo puede pensar este fluir constante, este cambio
incesante, para dar razón del mismo e inscribirlo en un orden del ser y del
decir que lo haga pensable, pero que le dé legitimidad y estabilidad. La
filosofía ha quedado, de nuevo, reducida al análisis y la síntesis, sin
mediación crítica. Las luces se han apagado y solo nos queda afirmar la
legitimidad de lo real: lo real es racional, ser y pensar coinciden.
La globalización es lo real, y se
caracteriza por las múltiples conexiones, por la relación incesante, por la
transgresión de las fronteras, también las sokalianas, por el movimiento
incensante. Nada permanece, la inquietud es su máxima y su estrategia, es, en
fin, un estado de ánimo, un modo de ser, el ser la relación. En la globalización no se está en relación a, o no se
es en relación con, sino que se es la misma relación. Los hombres y su realidad
social viven en constante vaivén, en una modificación vertiginosa de sus
pulsiones y necesidades, de ahí que no vivan en relación sino que son las
mismas relaciones que establecen. Relaciones variadas y promiscuas, pero
también efímeras, precarias, transitorias, fugaces; siempre provisionales. Se
trata de vivir en el interim, no ser
nunca nada en concreto para poder ser cualquier cosa a cada instante. Es el
famoso “reinventarse” que ahora imponen a los parados para que se adapten a las
condiciones del capital, la mayor desconstrucción ideológico del sujeto llevada
a cabo en los últimos treinta años. El hombre, en la globalización debe
reinventarse cada día para así adaptarse a las condiciones cambiantes de los
tiempos y dar un impulso a su vida profesional y personal que le permita vivir
sin ataduras, sin complejos, sin rumbo ni destino; que le permita, simplemente,
vivir.
La filosofía de la globalización de Reder enaltece lo procesual en lo
que se funda la unidad del mundo globalizado. La economía es el sustrato,
siempre lo fue, de la construcción social de la realidad, por tanto, queda
fuera de la crítica social, es autónoma respecto a las decisiones políticas. La
sociedad civil, ese fantasma al que
recurren los neofascismos cuando quieren dejar incólume el modelo de producción
capitalista, tiene suficiente con identificar qué, dónde, cómo y cuándo
comprar, pero no puede entrar en el meollo de la economía: qué, cómo y cuándo
producimos. La producción queda reservada a las decisiones apolíticas de las empresas, mientras que la sociedad civil, no las
instancias políticas tradicionales, caducas y corruptas, decide sobre la
distribución y la elección de productos. Los beneficios están, cómo no,
reservados a las frías decisiones profesionales de los economistas, al igual
que la producción. Pero los hombres, bajo la égida de la globalización, somos
libres, pues podemos elegir entre McDonalds o Burger King, entre Zara o Nike.
Somos libres porque nos hacemos en nuestras decisiones y el campo de estas es
enorme. La entera sociedad de consumo. La ética y la política quedan reducidas
a la relación reticular de las múltiples culturas e individuos. Sin embargo, ni
particularismo ni relativismo, Escila y Caribdis de los proglobalizadores,
pueden frenar el universalismo que subyace a la globalización: “¿crece la
conciencia de la interdependencia de la realidad global?, entonces lo humano
también triunfará – esta es la esperanza de muchos filósofos que se ocupan de
la globalización” (84).
Lo humano reducido a lo interdisciplinar, a la
interconexión, a lo reticular. Dicho de otra manera, el sujeto moderno sólido ha sido, no ya licuado sino vaporizado. El hombre global vive en un halo insustancial que lo
lleva directamente a la intercambiabilidad, a la reproductibilidad técnica de
lo humano. El hombre global es la muerte del hombre.
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1 comentario:
"Panta rei", díjo Heráclito. "Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir,....", dijo el otro. Y esta otra dice:¿qué sería de nosotros sin historia, sin un yo que subyaciese al movimiento, sin conciencia de que es el mismo, el que se mueve, el que vivió ayer y aprendió quizás lo que no debería hacer hoy?.
Trabajo móvil, relaciones afectivas móviles, leyes móviles, sociedades móviles (que han perdido toda identidad),..... Esto, traducido a los efectos psicológicos producidos, sólo tiene un nombre: PRECARIEDAD.Y vivir en el puro "accidente", en la inseguridad, sólo es aceptable desde la muerte. Para vivir, todos y cada uno de nosotros, necesitamos agarraderos, apoyos firmes que posibiliten nuestro movimiento.Y eso sí es vida. Vivir en la incertidumbre absoluta es estar muriendo en vida. ¡No lo merecemos!
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