miércoles, 20 de febrero de 2013

El silencio de Dios

Imagen de Los Comulgantes. Ingmar Bergman 1963
Cualquier creyente ha de enfrentarse en su propia vida con el tema central de la experiencia de Dios: su silencio. Dios no habla, ni física ni metafóricamente; Dios calla. Calla cuando sus supuestos hijos desfallecen o mueren; calla cuando los tiranos hacen escarnio de los opositores; calla cuando la desolación se apodera de un pueblo; calla cuando tantos y tantos mueren sin una causa justificada; calla cuando alguno de sus hijos le pide explicaciones; calla, con un silencio atronador que deja escuálido cualquier pensamiento que quiera enfrentarse a ello. Por eso, las palabras de Pascal siguen siendo hoy vigentes, quizás más que nunca: "me aterra el silencio de los espacios infinitos". Me aterra, con pavor enorme, que mientras en algún lugar oscuro se está torturando a alguien, el cielo no denuncie a los torturadores. Me aterra, con un horror indescriptible, que un niño sea obligado a matar a sus padres e incorporado a uno de los múltiples ejércitos al servicio de espurios intereses de multinacionales, mientras el cielo sigue impertérrito los acontecimientos. Me aterra que sigamos comprando y vendiendo como si tal cosa, como si nuestros actos no fueran crímenes diarios contra el planeta que nos acoge, y el sol siga saliendo todos los días sobre las muchedumbres zombis que pululan por los parques temáticos del horror posmoderno que son los centros comerciales.

Siento verdadera conmoción al ver todo esto y contemplar que Dios sigue sin decir nada, sigue oculto y alejado, sin intervenir en nada de lo que es culpable desde el mismo momento que es su Creador, es Todopoderoso, es Omnisciente y es Benevolente. Si Dios es eso, entonces no veo cómo arrancar de su debe la culpa ominosa de todo el mal que hay en el mundo. La conclusión no puede ser otra que el silencio de Dios lo condena como culpable de los crímenes que se comenten. Por acción, por omisión o por complicidad, él es culpable y no queda otra opción ante esto. Así lo ha visto la cultural popular del siglo XX y ahora en el XXI. The Walking dead no es sino un alegato contra el sentido del mundo y por tanto contra Dios. Confieso que tuve que dejar la serie porque me dañaba. No me dañaban las imágenes de zombis comiendo seres humanos, no deja de ser irrisorio, sino la profunda carga contra Dios que se oculta tras la serie. Cuando el oficial de policía llega a una capilla a pedir a Dios un gesto, un signo de que merece la pena seguir adelante, la respuesta es que su hijo es herido por una bala dirigida a un animal. Ahí concluye todo para él: este mundo no tiene ningún sentido y lo único que podemos hacer es sobrevivir sin preocuparnos por cuestiones morales. Si Dios no existe o está mudo, lo mismo al fin, entonces la moral es una farsa y el mundo una pura mentira.

La Niebla, basada en la novela homónima de Stephen King, nos presenta un mundo donde las cosas dejan de tener sentido. Una niebla cubre un pueblo y unos extraños seres con tentáculos empiezan a invadir las casas y llenarlo todo de una espesa tela donde los humanos son utilizados como alimento. Después de proteger a su hijo y prometerle que nunca dejará que los bichos lo cojan, el protagonista decide, ante la imposibilidad de huir de ellos, matar a su hijo y suicidarse, pero solo queda una bala, mata al hijo y cuando está desesperado ante la imposibilidad del suicidio, desaparece la niebla y ve pasar en camiones del ejército a toda la gente que lo había combatido con un fundamentalismo religioso brutal. La conclusión es que este mundo no tiene ningún sentido y lo único que merece la pena es vivir sin preocuparte por los demás, o bien suicidarse, como había propuesto Eugéne Fink.

Otro film, anterior a todos estos y en una línea diferente, La Misión, nos muestra cuál es la acción en el mundo de un verdadero creyente: el compromiso por cambiar las condiciones de este mundo, que no son obra de Dios, sino de los hombres. A Dios no podemos cargar en su debe el cómo nos hemos organizado los hombres. La mayor parte del sufrimiento humano, también el injusto, procede de la organización social y política, no de cómo ha sido creado por Dios este mundo. Hemos sido los hombres sus creadores. Ante eso solo queda el compromiso. Lo que se hace de una manera puede ser hecho de otra. Los jesuitas en América pusieron en práctica la mejor de las políticas evangélicas: la organización de los indios en comunas donde podían desarrollar sus capacidades y vivir felizmente. Pero eso entra en conflicto con los intereses de los poderosos y ahí es donde viene el problema. Cuando los poderes, también el eclesial, deciden acabar con un intento comunal de organización que evitaba el enriquecimiento de las élites, deciden acabar con él, también en nombre de Dios. En el film, uno de los sacerdotes toma las armas, el otro le asegura, entre lágrimas, que si es necesario defender con las armas sus proyecto, no le merece la pena, prefiere morir, como Cristo. La escena es dramática en extremo.

En fin, creo que no es que Dios mantenga silencio, sino que su lenguaje no es comprensible para nosotros, porque Él no es Todopoderoso y Omnisciente. Dios no es como la corriente ontoteológica occidental lo ha descrito. Lo único que sí sabemos los creyentes que es Dios es Agape, es decir, una comunión, una solidaridad extrema, una puesta en común de todo lo que somos. Dios es aquellas comunas que fundaron los jesuitas, y las comunidades de los primeros cristianos, y los grupos de seguidores que se extienden por todos sitios y que sufren en su carne los padecimientos que faltan al Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Es tremendo, pero la única opción ante un mundo que se ha creado desde la injusticia y el mal es el sufrimiento, como Jesús, como los jesuitas, como tantos que se han comprometido para hacer de este mundo aquello que puede ser: un lugar de comunión y de entrega. Dios no calla, utiliza otro lenguaje, el lenguaje de la pobreza, la humildad y la solidaridad, un lenguaje que este mundo no sabe escuchar.


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