viernes, 22 de febrero de 2013

La Renuncia a una Era

La Tiara, símbolo del "poder" papal
No han sido pocos los que han insistido en que tenía que escribir algo respecto a la renuncia del actual Papa, Benedicto XVI. La verdad es que no tenía demasiado claro cómo interpretar este acontecimiento, pero la necesidad de responder a las cuestiones de algún medio de comunicación y las cuestiones planteadas por los alumnos me han llevado a clarificar mi posición ante este evento. En todo caso, entiendo que hay que proceder a una interpretación en varios niveles y cada uno de ellos no tiene por qué interferir con los otros. Es más, muchas de las interpretaciones oídas estos días, sesgadas unas, disgustadas otras, de alabanza la mayoría, pueden tener su parte de razón. La verdad no está en un solo lugar, sino que hay que buscarla en la integridad de los hechos acontecidos. Cada ser humano, cada grupo humano, cada sociedad, puede interpretar los hechos según su propia experiencia previa y según sus perspectivas futuras.
Por tanto, el análisis completo de la renuncia de Benedicto XVI a seguir ejerciendo el ministerio petrino como obispo de Roma, tendrá que ser realizado por los historiadores y teólogos futuros, cuando el devenir de los tiempos ponga en su lugar cada gesto, cada acto realizado, cada decisión. Por nuestra parte, nos limitamos a escudriñar algunas causas personales y algunas consecuencias eclesiales.

Benedicto XVI llegó al solio pontificio hace ocho años, en este tiempo ha intentado dar un sesgo al papado menos "mediático" y más eclesial, poniendo un cierto orden en la organización romana de una Iglesia demasiado dependiente de los procedimientos centralistas vaticanos. En su intento nos ha sorprendido a muchos, pues su etapa como Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, no hacía presagiar nada nuevo ni distinto de lo vivido en el anterior pontificado. Sin embargo, su fuerza y valentía para hacer frente a unos modos de actuar anquilosados empezó a dar fruto y como consecuencia la Iglesia dejó de esconder las vergüenzas. De entre estas, las que más daño le han hecho no han sido las que todo el mundo imagina, sino las financieras. El hecho de que el hombre puesto por él para acabar con el secretismo del banco vaticano, fuera defenestrado en una campaña propia de la saga de los Corleone, puso la puntilla a un pontificado que arrastraba un fardo pesado tras 25 años del pontificado mediático de Juan Pablo II. Sus palabras de renuncia suenan sinceras y su conciencia de no poder realizar como es debido su ministerio le honra en la toma de decisión más importante de un pontífice en los últimos ocho siglos.

Este acto de renuncia implica poner como ejemplo para los que vengan después lo que no debería ser sino lo habitual: cuando un hombre no tiene las fuerzas necesarias para ejercer ese servicio, debe dejarlo. De lo contrario nos veríamos de nuevo con la situación del pontificado anterior, donde un Papa moribundo dejaba la función de gobierno a personas que, estrictamente hablando, no habían recibido la asistencia del Espíritu Santo para ello. Una situación como aquella, de repetirse, y a fe que en pocos años la hubiéramos visto, solo puede beneficiar a la Curia, pues la debilidad papal permite que se creen camarillas de poder que pueden medrar y conseguir puestos para el siguiente cónclave. Con la renuncia, Benedicto XVI, ha impedido que esto suceda, ha cortado las alas a los cuervos que sobrevuelan el Vaticano. La renuncia ha imposibilitado la creación de lobbies que podrían haber concitado el suficiente poder como para que la elección papal tuviera menos espacio para la intervención divina. Porque los grupos de poder también actúan en la Iglesia y lo hacen para defender privilegios y prebendas. Benedicto XVI ha impedido esto y además ha puesto el listón muy alto para el siguiente. Veo difícil que otro papa no tome la misma opción, es más, veo difícil que no se legisle la renuncia por edad, como si de un obispo más se tratara; obispo de Roma es, al fin y al cabo.

Otro de los elementos que me parecen de análisis es la fecha elegida. Podría haber renunciado en cualquier momento, pero lo hace antes de la Pascua, antes justo del paso del Señor, en cuaresma, símbolo de la renovación, de la ascesis y de la búsqueda de la verdadera y única vida en el Señor. Si con Cristo morimos, viviremos con él, eso mismo es lo que el Papa ha pensado para la Iglesia, un momento de renovación, de muerte y resurrección. Que el día elegido para la renuncia sea el 28 de febrero, conmemoración del Edicto de Tesalónica por el cual se obligó a todo el Imperio romano a profesar la fe católica bajo pena de muerte, tiene también un carácter simbólico y profético a la vez. Es simbólico porque el heredero real, aquel que lleva sobre sí la Tiara que representa la unión de los tres poderes, el Papa, renuncia a ello en fecha tan señalada. Pero también es profético porque la renuncia puede ser leída como una renuncia mayor: la renuncia a una época, a una forma de vivir y mostrar la Iglesia, a la Era constantiniana, la Iglesia del imperio, apegada al poder y servidora de intereses que no comulgan con el Evangelio.

Creo que estamos ante la renuncia a una Era y el comienzo de otra muy distinta. Nada importa qué decidan los cardenales en el cónclave si lo que deciden no es acorde al Evangelio. Hay que romper el voto censitario en la Iglesia, abrir el colegio electoral restringido que son los cardenales y dar la palabra a toda la Iglesia. La Iglesia tiene nombre de sínodo, dijo San Juan Crisóstomo, la Iglesia es un caminar juntos, un sínodo, y solo caminan juntos los que así lo han decidido libremente. Volvamos al Evangelio, volvamos a Nazaret, volvamos al camino duro y peligroso de la cruz. Solo ahí está Dios esperándonos, solo ahí está Cristo resucitado llamando a todos los suyos.

1 comentario:

checha dijo...

Bonita aclaración e interpretación. Espero que así sea, porque la denostada Iglesia mediática, se ha ganado a pulso el rechazo de muchos, en especial en esta época, en la que presenciamos atónitos los miserables abusos de poder por parte de la mayoría de las "consagradas" instituciones

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