martes, 12 de marzo de 2013

Pro eligendo servum servorum Dei

Hoy es el día elegido para comenzar el cónclave que designará al Papa número 266 de la lista oficial de Papas, excluidos los antipapas. Son 115 cardenales de entre los que deberá salir el nuevo pontífice, por tanto el margen para la sorpresa es bien pequeño. La verdad es que el Espíritu Santo lo tiene difícil con tan menguada libertad para elegir Papa. En primer lugar, no puede elegir a la mitad de los cristianos porque son mujeres y según las normas dadas por la propia Iglesia, que no por Dios, una mujer no puede ser Papa, tampoco puede dirigir una comunidad, ni presidir una Eucaristía, ni dispensar los sacramentos reservados a los varones por la misma Iglesia. Las mujeres, en la actual Iglesia, y por deseo expreso de Juan Pablo II, no revocado por el último Papa, no pueden acceder al sacerdocio ministerial, es decir, al servicio a la comunidad en su grado más alto, aunque sí pueden ser las verdaderas servidoras de las comunidades. No olvidemos que a ellas está casi reservado todo lo relacionado con la limpieza, educación y atención a personas en la Iglesia. Pero no les está permitido presidir esas mismas comunidades a las que sirven con tanto ahínco. Los varones, aunque somos minoría en el quehacer cotidiano de las iglesias, sí podemos acceder a esos puestos de presidencia y decisión, y podemos porque así lo ha decidido la mayoría de varones que siempre han gobernado la Iglesia.


El Espíritu Santo tampoco podrá elegir a un varón o mujer que no esté ordenado, como fue el caso tan conocido de Ambrosio de Milán, no bautizado y elegido por un niño que alzó su voz en medio de la asamblea que decidía obispo para aquella sede. El devenir eclesial ha intentado por todos los medios que errores de este tipo no puedan ser cometidos por el Espíritu. La mejor manera de que una mujer no sea elegida es restringir el censo electoral y el número de candidatos a varones, ordenados y tocados con la mitra. Ningún varón bautizado puede acceder al ministerio petrino, si antes no ha pasado por el resto de órdenes, y aunque para ser Papa no se ordena, no es un orden ministerial, y por tanto podría serlo cualquier cristiano, sí está exigido que sea el obispo de Roma, con lo cual se restringe la cantidad de elegibles.

El modo y el procedimiento para elegir al Papa, a los obispos y a los sacerdotes es una rémora de formas pretéritas de organización social. Cuando el mundo vivía bajo el régimen de la monarquía, el control patriarcal y el gobierno masculino, parecía tener sentido estas formas de elección y ordenación. Hoy, que la misma Iglesia se alegra por la extensión de la democracia, sería bueno que se la aplicara a sí misma. No se trata de hacer elecciones al uso, si no de introducir procedimientos que aseguren que las comunidades tomen parte en el proceso de elección de sus representantes y gobernantes. Una parroquia debería poder elegir a su ministro, una diócesis a su supervisor, la Iglesia a su servus servorum Dei. Aunque la democracia actual, la liberal, tiene muchos límites, bien podríamos adoptar algunas de sus formas para aplicarlas a la Iglesia, lo cual no sería una innovación, en realidad sería la vuelta a las primeras tradiciones. En el origen, la elección de los presbíteros, de los ancianos, como se conoce en los textos, se hacía por elección de la comunidad. Otra cosa distinta era la consagración, que se hacía, para salvaguardar la comunión, mediante la imposición de manos de, al menos, tres obispos de los alrededores. Este método, más acorde con la organización comunitaria y fraterna, podría ser revitalizado para la organización eclesial, puesto que no es de derecho divino a quién se elija sino como sea consagrado. No olvidemos que lo que se debería elegir es al siervo de los siervos de Dios, no a un poderoso o gobernante más.

1 comentario:

checha dijo...

Según tus propias palabras, y a todas vistas, la Iglesia preserva y sustenta una jerarquía social machista, autoritaria y déspota. Perdónenme mi crudeza sintética, pero ante un sistema de privilegios, disonante con el espíritu cristiano, se alza nuestra razón con un estremecedor NO, del mismo modo que se alza contra la sociedad corrupta que estamos viviendo.

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