Las palabras del papa atribuyendo al sistema capitalista la causa de la crisis actual, no por una mala praxis del modelo, sino por una maldad intrínseca, ha armado un pequeño revuelo en algunos sectores. Pero, como siempre, los críticos con el capitalismo no hacen mucho caso a la Iglesia y los católicos no se toman en serio esta crítica, pensando que al fin la Iglesia está del lado de la libertad económica del orden liberal y que lo que en realidad quiere decir el papa es que hay quien se porta mal y hace lo que no debe. Creo que esta última interpretación es un error de percepción. Los gestos y las palabras de Francisco han cambiado esta realidad y ya no es posible interpretar de esta guisa al papa. Con Juan Pablo II y con Benedicto XVI aun era posible; con Francisco no lo es.
La crítica de Centessimus annus al capitalismo iba a la esencia del mismo: la búsqueda del lucro sin más miramientos. La crítica de Benedicto XVI, en Caritas in veritate, apenas rozaba la superficie, aunque es cierto que documentos menores posteriores han profundizado en una crítica de la esencia perversa del capitalismo, sin llegar a tocar el fondo problemático. Sin embargo, Francisco ya ha marcado una línea roja frente al capitalismo, una línea que supone ponerlo en su lugar y evitar ese contubernio de algunos grupos católicos que afirman la supuesta bondad, no solo instrumental, también esencial, del modelo capitalista. Si leemos bien a Francisco vemos que el capitalismo es perverso por negar la dimensión fundamental del mundo creado y del hombre: el don. La Creación es un don para que el hombre lo cuide y el propio hombre es un don que debe ser respetado. El capitalismo destruye esta lógica de la Gracia y convierte la Creación y al propio ser humano en un instrumento al servicio de la creación de lucro a toda costa, destruyendo la realidad creado por Dios. El capitalismo es, en esencia, diabólico, es decir, separa a los hombres de Dios y destruye la lógica de la Gracia y el orden del don en el ser. Por eso debe ser combatido con todas las energías del cristianismo.
Se anuncia encíclica sobre la pobreza, Beati pauperes, de la que esperamos que la pobreza se sitúe no como un valor moral sino como un valor político. Debería quedar claro que la civilización de la riqueza ha fracasado, que la riqueza solo produce exclusión y que lo que hay que combatir no es la pobreza, sino la riqueza. Una civilización verdaderamente humana es una civilización que vive dentro de la lógica de la Gracia y el don que llevan a la pobreza asumida como la voluntad de Dios para el mundo. La pobreza salvará al mundo y nos devolverá la esencia cristiana de la existencia humana: la entrega por los demás. En mi último libro, No podéis servir a dos amos. Crisis del mundo, crisis en la Iglesia, realzo una crítica substancial al error de aceptar el capitalismo de forma instrumental por parte de Caritas in veritate. Dejo aquí el texto correspondiente a las páginas 72 y 73 del mismo para que pueda cotejarse esta idea que está naciendo en el pensamiento del actual papa.
Como
decíamos en el inicio de esta lectura de Caritas
in veritate, la encíclica ha llevado a cabo una forclusión del término
Capitalismo, no se trata de que se corrija una percepción inapropiada de la
sociedad como es el Capitalismo, sino que el término ha desaparecido del
discurso, pero la realidad sigue estando ahí, tozuda como siempre, para
imponerse y cobrarse sus reales. No por no citarlo el Capitalismo dejará de ser
el sistema económico, social y político que gobierna y rige los destinos de,
ahora sí, toda la humanidad. No basta con culpar a la razón oscurecida del
hombre, ni a la pérdida de los fundamentos éticos de los inversores, ni a la
confusión entre fines y medios, ni a la perversión de la moral moderna. No, no
se trata de malas aplicaciones de correctas recetas económicas, se trata de que
el Capitalismo es en sí mismo un sistema perverso de organización social, no es
el orden natural de las cosas, ni mucho menos querido por Dios. El Capitalismo
es la explanación social del famoso seréis como dioses, tras estas palabras la
humanidad quedó prendada en su corazón y en su acción, convirtiendo todo lo
posible en beneficio y lucros, sin atender a las consecuencias naturales y
humanas de tal aplicación. Como dijera Kafka, el Capitalismo es un estado del mundo
y un estado del alma. El ser humano, desde el advenimiento de la Modernidad
capitalista, y más específicamente desde la configuración del orden
monopolístico capitalista, cuyo fruto último es la Globalización, ha perdido su
capacidad para ser lo que varios millones de años de evolución consiguieron: un
ser humano concreto. Desde el advenimiento de la Postmodernidad globalizada
capitalista, la humanidad ha entrado en un periodo de pérdida de su ser y de
destrucción del medio de vida y de la humanidad misma de los hombres.
El actual
estado de crisis sistémica capitalista, como lo explican los analistas serios,
no así los estipendiados por el modelo económico capitalista, no se ha debido a
una mala aplicación del modelo, ni a la razón oscurecida del hombre, ni
siquiera a la sola avaricia de unos cuantos; la crisis sistémica depende de la
lógica propia del sistema capitalista: se trata de un sistema económico de
destrucción generalizada, no de intercambio generalizado, es un sistema que
necesita convertirlo todo en capital, es decir, necesita destruirlo todo al
transformarlo en beneficio objetivo. El Capitalismo es el mayor crimen que se
ha cometido contra la humanidad y no podemos contemporizar con este mal que
está destruyendo a la humanidad.
Esta
encíclica es un acto fallido, y será necesario reconducir otra vez la doctrina
social hacia la línea que desde el Concilio Vaticano II nos llevaba,
tortuosamente, hasta Centessimus annus.
A menos que aceptemos la Kehre que
esta encíclica supone respecto a la doctrina precedente. El giro ha sido
brutal, pues de criticar el Capitalismo hemos pasado, no sólo a aceptarlo, sino
a considerarlo como natural al hombre y al mundo, mediante el proceso de no
cuestionarlo, de ni siquiera nombrarlo. Esta forclusión del término, por la
cual ya no se habla de ello porque se presupone como lo lícito, es un gran
motivo de riesgo para el cristianismo en los tiempos que corren. De la misma
manera que el agustinismo modeló el cristianismo durante el milenio que siguió
a su formulación, este neoagustinismo puede suponer la desaparición del último
reducto de lo que hemos entendido en los años posteriores al Concilio como
catolicismo, haciéndose necesaria una reformulación completa del mismo. Si no
ayudamos a reconducir esta Kehre de
la doctrina social, podemos vernos en la necesidad de plantear el grave
problema del ser eclesial al nivel más alto y más grave posible. Las
consecuencias pueden ser importantes, aunque estamos convencidos de que las
puertas del abismo no prevalecerán.
1 comentario:
Cierto, Bernardo, el capitalismo es una perversa masificación de lo humano individual en aras de una supuesta "riqueza", que realmente individualiza a unos pocos, pero no como hombres, sino como vampiros sociales.
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