Definitivamente, Dios se ha olvidado de Haití. El único dios que se acuerda de esta hermosa isla caribeña de historia libertadora es el Mercado. Como ya contamos en otra ocasión, esta isla es muy rica en recursos del subsuelo, pero nunca ha podido extraerlos para su propio beneficio. Siempre han sido los intereses de otros los que se les han impuesto. Otrora fueron los de los imperios europeos, en tiempos más cercanos los del gran imperio americano, cuando depuesto Aristide se abrió el mercado interior de la isla a los productos estadounidenses y se destruyó la relativa autonomía alimentaria de la que disfrutaba el país hasta 1994. Siempre ha sido igual y ahora no iba a ser diferente: tras el devastador terremoto y la no menos devastadora organización de la ayuda, que solo ha servido para dejar al país al albur de los intereses de las multinacionales, sean las de confección de ropa, sean las petroleras o bien, como este caso, las empresas mineras, el pequeño país vuelve a sufrir la postración más dolorosa.
El terremoto trajo consigo la invasión encubierta de la zona, una invasión que no se justificaba por sí misma a no ser que allí pudieran encontrarse algo más por lo que mereciera la pena desplazar un contingente de soldados tan grande. Y parece que el tiempo va confirmando los recelos iniciales. A la ya sabida presencia de petróleo en grandes cantidades en la zona marítima de control de Haití, se une ahora las grandes reservas de minerales preciosos como el oro, la plata o el iridio. Las estimaciones de las propias empresas que están explorando el terreno llegan hasta los 20 mil millones de dólares, cantidad más que suficiente para realizar las inversiones necesarias para extraer estas riquezas. Con esa cifra habría más que suficiente para sacar a Haití de la miseria, si se realizaran las inversiones necesarias tanto en infraestructuras sociales como en adecuación del medio natural, pero eso disminuiría el legítimo lucro de estas empresas. Si aceptamos sus propias previsiones tenemos una cifra de beneficio nada despreciable que puede rondar los 7 u 8 mil millones de dólares a repartir entre el Estado haitiano y las empresas al 50%, según dicta la normativa actual del país. Pero no es suficiente esto para la avaricia del gran dios del Mercado. Lo primero que han pedido es que se derogue esa normativa, entendemos que a cambio, los políticos que lo hagan, recibirán su parte del negocio. Además, es seguro que las empresas solo realizarán las inversiones imprescindibles para sacar el producto y contratarán al menor personal posible del país y a con sueldos muy escasos. Con esto nos queda que de una posible vía de salida para el país, la minería volverá a ser lo que siempre es en cualquier país empobrecido una fuente de riqueza: una fuente de males y sufrimientos para el pueblo, un nuevo corazón de las tinieblas.
Como se ve, siempre sucede igual bajo el régimen del dios Mercado: los poderosos organizan el mundo para seguir obteniendo sus beneficios, mientras los pobres continúan siendo expoliados, humillados y ofendidos. Ese es el motivo por el que no podemos admitir el discurso tolerante con el modelo social imperante. No basta con hacer reformas, las reformas solo cambian cuantitativamente el mal, lo atenúan, lo palían, pero no lo eliminan. Hace falta una transformación radical del modelo vigente. Los jóvenes, y en Haití hay muchos, ventanas por donde entra el futuro, tienen la obligación de cambiar radicalmente el mundo, no de reformarlo. Nosotros no somos sus guardianes, somos sus impulsores en ese cambio. ¿Quién si su hijo le pide un huevo le da una piedra? ¿Quién negará el futuro a sus hijos?
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