miércoles, 14 de octubre de 2015

La desigualdad va viento en popa

Los datos que anualmente publica Credit Suisse confirman lo que ya sabemos y nos temíamos, que la distancia entre los más ricos y el resto de la población se agranda, hasta el punto de que ya es casi un abismo. Los datos son claros: el 1% de la población adulta posee más del 50% de la riqueza. Es un dato frío, visto así, pero si nos paramos a pensar lo que supone, entonces toma carne ese dato y lo que parece como algo muy alejado de nosotros se convierte en una realidad que nos toca muy de cerca. Si apenas 40 millones de personas adultas, un número inferior a todos los habitantes de España, poseen la mitad de toda la riqueza, eso supone que ese mismo número son responsables de la mitad de la responsabilidad de destrucción medioambiental, de la mitad de la contaminación y de la mitad del consumo mundial. Digo que son responsables, no que ellos mismo lo hagan. Porque, para vivir a ese nivel de vida hay que generar muchos recursos para un grupo tan selecto. Mientras, el 71% de la población adulta apenas dispone del 3% de la riqueza mundial.

Dicho con otras palabras, más de 3300 millones de adultos, 5000 millones si sumamos los niños, disponen de menos de 10.000 dólares al año, cantidad insuficiente para asegurar unos niveles de vida adecuados. Y esto se da a la vez que esos 40 millones de que decíamos arriba atesoran más de 1 millón de dólares, que es la cifra que se toma para considerar la riqueza, pero en realidad son muchos millones más. Basta hacer una simple cuenta: si 40 millones tienen la mitad de la riqueza y 3300 millones el 3%, repartamos aquella riqueza entre estos e igualemos los niveles. Si hacemos esto, desaparecen los súper ricos, pero también los muy pobres y el mundo sería más justo. Pero, claro, para conseguir esto habría que cambiar el modelo que sigue permitiendo que los ricos se hagan cada vez más ricos y que los pobres aumenten. Y no es así. Nada nos permite cambiar el modelo. Al contrario. La supuesta crisis que vivimos desde 2008 ha ayudado a profundizar en el modelo de injusticia y de desigualdad. Lo explica muy bien Piketty en su último libro, El capital en el siglo XXI: La desigualdad está en el ADN del modelo social y económico. Hay que cambiar el modelo económico para dar un giro radical a esta realidad.
Algunos lo llevamos diciendo mucho tiempo: no se trata de luchar contra la pobreza, sino contra la riqueza. Ésta es la causa de aquella. Las teorías desarrollistas del derrame, como bien ha denunciado el Papa Francisco, no sirven para acabar con la desigualdad, la aumentan. No se trata de que los ricos den a los pobres, sino de que no existan los medios para que unos se enriquezcan en demasía. Acabas con la riqueza e ipso facto, acabas con la pobreza. Esto parece una locura para el pensamiento imperante que se impone por los medios de comunicación y casi forma parte ya del 'sentido común' de la mayoría de la gente. Sin embargo, es la única solución al doble problema que tiene el mundo: desigualdad y destrucción del medio ambiente. Si evitamos que se produzca la riqueza, haremos un mundo más habitable, donde vivamos con menos y más felices, evitando la destrucción de nuestro Planeta. Digamos que matamos dos pájaros de un tiro: evitamos la injusticia y salvamos el Planeta. Pero, lo primero, como dice el pasaje evangélico, es arrancarnos el ojo que es motivo de escándalo. Si tu forma de ver el mundo es errónea, sácate el ojo, pues más vale entrar tuerto en el Reino que ir con los dos ojos al infierno.

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