domingo, 12 de marzo de 2017

Sal de tu tierra... Y me acogisteis.

En la tradición judeocristiana hay una realidad que se repite sin cesar. Como leemos en el libro del Génesis, Dios quiere tomar un pueblo sacándolo de su realidad para llevarlo hacia un lugar distinto con el fin de crear una realidad nueva. El mandato a Abraham "Sal de tu tierra" es un mandato que se extiende a lo largo de la historia. Debemos, siempre, salir del lugar de confort en que estamos instalados para ir hacia la realidad nueva querida por Dios. Por eso, Jesús, en esta misma línea, dirá aquello de "Fui extranjero y me acogisteis". Se trata de uno de los criterios del juicio que Dios realizará a cada uno de nosotros el día del Juicio Final. La acogida del extranjero nos identifica como siervos de Dios. De ahí que esté presente de forma constante en la Biblia. La acogida del extranjero, del emigrante, del que está de paso, es algo esencial en la tradición semítica. Lo vemos perfectamente reflejado en los textos del Antiguo Testamento y con total claridad en el famoso pasaje de Mateo 25: “fui extranjero y me acogisteis”. La acogida del que no forma parte de nuestro pueblo o de nuestro entorno no era algo absolutamente usual en el mundo antiguo. El extranjero no tenía derechos y podía ser sometido a esclavitud, sin embargo, en la tradición hebrea, el extranjero se ha convertido en una especie de enviado del mismo Dios. Las palabras con las que se justifica en el Antiguo Testamento la necesidad de la acogida hacen referencia a la propia historia del pueblo de Israel: “recuerda que fuiste extranjero”. Abraham dejó su tierra y la casa de su padre para ir a un lugar distinto donde fue extranjero. Acoger al extranjero es, por tanto, una forma de recordar quiénes somos y de dónde venimos. El pueblo de Israel es hijo de un arameo errante que bajó a Egipto. Allí fue esclavizado, en lugar de recibir atención como un ser humano más. Pero Dios escuchó el lamento de su pueblo esclavizado en Egipto y bajó a liberarlo. Este es el núcleo del Antiguo Testamento que hemos heredado por medio de Jesús los cristianos. El pueblo hebreo y la tradición cristiana es consciente de este origen de la fe. Dios tomó a un grupo de nómadas semitas, extranjeros oprimidos en tierra extraña, para hacerlos su pueblo, constituir con ellos una realidad alternativa al orden mundial. El nacimiento de los grandes imperios en Mesopotamia y Egipto supone el auge de un mundo marcado por la injusticia y el pecado estructural. Como alternativa a este mundo de pecado, Dios toma el deshecho social, los descartados por el mundo, los extranjeros, para hacer de ellos su pueblo y constituir en medio del mundo una realidad distinta de gracia y misericordia.

Los textos del libro del Éxodo y del Levítico son muy claros: Dios toma un grupo de nómadas esclavizados, los saca de la esclavitud y los lleva a un lugar donde pueden vivir una situación radicalmente opuesta. Pueden crear una comunidad donde rijan la misericordia y la justicia. Así se intentó, pero pronto cayeron en el mismo pecado estructural del mundo de los imperios: corrupción, opresión, injusticia y muerte. De ahí que se dieran leyes como el Año Sabático y el Año Jubilar para que periódicamente se retornara a la situación de inicio, se repartieran las tierras y se librara a los esclavos por deudas, condonando las mismas. Los textos recuerdan constantemente que el pueblo fue extranjero, que la tierra pertenece a Dios y que ellos son usufructuarios de los bienes de este mundo. Los hombres somos, según esta concepción, como extranjeros en este mundo, somos, todos, peregrinos. Estamos de paso y todo lo que hagamos lo hacemos para vivir en plenitud no para poseer y acumular. El paradigma de la posesión lleva a considerar al otro como un extraño y a utilizarlo en mi propio beneficio. Mientras que el paradigma del éxodo considera al otro como prójimo y a la tierra como un don que nos ha sido dado para compartir y vivir en plenitud.


El Éxodo es el paradigma que permite entender la voluntad de Dios. Dios quiere que los hombres vivan la misericordia y el amor en el mundo y para ello deben estar saliendo constantemente del paradigma de pecado en el que el modelo imperial ha sumido al mundo. Este paradigma de pecado entiende el mundo como una posesión y a los otros como competidores en este mundo. El extraño, más aún, debe ser convenientemente asimilado, destruida su alteridad. Sin embargo, desde el Dios que se manifiesta en el Éxodo, el otro, el extraño, es el trasunto de lo divino. Por medio del otro, del extranjero, del emigrante, del pobre molido a palos en el suelo, del oprimido, entra en este mundo la realidad divina. Por eso siempre debemos estar abiertos al otro, al extraño, porque puede ser un enviado del cielo, un ángel en nuestra vida, como los tres que visitaron a Abraham en los terebintos de Mambré. Hoy, también, el otro, el extranjero, el emigrante, el refugiado, es un enviado de Dios a nuestro mundo de pecado para recordarnos que la Tierra es de Dios, que nosotros somos usufructuarios de la misma y que todo lo que existe es un don puesto a nuestra disposición para servirnos unos a otros. Así lo expresó Jesús: “yo estoy en medio de vosotros como el que sirve”. El servicio es la base del paradigma exodal, un paradigma que tiene en la misericordia y el amor, en la caridad, su máxima expresión.

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