jueves, 11 de mayo de 2017

Quousque tandem abutere patientia nostra?

Vi una conversación emitida por El Mundo entre Joaquín Sabina y Pérez Reverte* en la que éste último decía que era pesimista sobre la situación de España porque todo el que ha leído la historia de España lo debe ser. España, añadía, no ha dejado de repetir su historia y vuelve a hacerlo. Sin embargo, si abrimos el foco y leemos la historia universal, no solo la española, creo que hay motivos para la esperanza, a pesar de coincidir, muy a mi pesar, con el diagnóstico del cartagenero. La historia de la humanidad es un relato que puede ser contado desde muchos puntos de vista, pero da la sensación que a la barbarie de unos contra otros podemos unir los momentos de enaltecimiento de lo verdaderamente humano. Desde que los grandes imperios empezaron a moldear nuestro mundo, todos ellos han convertido este lugar minúsculo del Universo en un lodazal de muerte e injusticia para que una pequeña parte de la población pueda permitirse una vida que por exceso no es humana, se trata de una vida determinada por la extralimitación, por la hybris, por el pecado. Ahora bien, han sido también muchos los momentos en los que ha habido una erupción de las experiencias antropológicas marcadas por la justicia y la misericordia. No puedo olvidar que hace 3200 años, en un rincón de un gran imperio, un grupo de esclavos decidió que aquella vida no merecía la pena ser vivida y huyó, se marchó, para fundar una realidad nueva. En nuestra tradición cristiana lo conocemos como el Éxodo. Desde entonces, los movimientos emancipatorios no han dejado de repetirse, junto a los anhelos de la humanidad de crecer.



Por esta realidad, sigo teniendo esperanza, aunque soy tan pesimista sociológico como optimista antropológico, de que el mundo en general y España en particular, sean capaces de salir de una situación que ya desde hace unos meses solo me produce estupor y acedia. No consigo entender que la población de este territorio apéndice de Europa no expulse de una vez a la caterva de corruptos que pueblan nuestro país. Cuando un país soporta sin inmutarse los ríos de corrupción que vemos que están manando por todo el territorio, es que es un país corrupto en esencia. Lo expliqué en La corrupción no se perdona, estamos ante un problema estructural, ni coyuntural ni puntual. El régimen español es un sistema estructuralmente corrupto y solo hay una solución: disolverlo. Cualquier intento por arreglarlo, por reformarlo, cae en los mismos errores que pretende evitar. Vemos, cada vez con más claridad, como los resortes del poder se revuelven contra los que quieren luchar contra la putrefacción: un fiscal anticorrupción que persigue a sus fiscales para proteger a los corruptos; jueces que son expulsados por investigar a los corruptos; políticos que toman decisiones para proteger a corruptos y tantas cosas más. Lo que observamos, lo peor de todo, es que no hay un movimiento de indignación generalizado, como sucedió en Argentina en su momento y esto es porque mientras los estómagos están llenos no importa cuánta corrupción hay.

Vivimos en un pueblo de corruptos por acción o por omisión, por cooperación o colaboración, por hacer la vista gorda o por mirar para otro lado. La corrupción es la seña de identidad del pueblo español y eso no tiene un arreglo sencillo, pues hay que transmutar el alma del pueblo, hay que hacer un ejercicio de transformación radical ontológica de España. Hago mía hoy la frase de Cicerón a Catilina y la aplica a España: ¿hasta cuándo abusarás de nuestra paciencia?


(https://www.youtube.com/watch?v=xIxNOcST-xg&t=1254s)

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