Cuentan que el hermano Francisco andaba por la comarca italiana de Gubbio
cuando supo de un feroz lobo que atacaba tanto animales como personas. Movido
por su compasión, tanto por las personas como por los animales, el poverello se acercó al lobo y lo amansó.
Algunos relatan que aquella fiera vivió en la comarca hasta que murió de viejo
sin molestar a nadie más. De todos es conocida la pasión de Francisco de Asís
por todo lo creado, porque todo le hablaba del Creador de todas las cosas y
así, por medio de lo creado, Francisco era capaz de amar al Creador. Todo lo
creado es fraternidad porque nace de la misma entraña divina que se identifica
por el amor de comunión, de ahí que el sol y la luna, el agua, el aire y las
nubes, las flores y hierbas, llevan significación de Dios mismo. El Universo entero es un canto de comunión
que nos lleva a la fraternidad universal, no solo de los seres humanos, sino
con todo ser viviente y con el no viviente. Por eso, Francisco pudo amansar
al lobo, porque en el lobo anida el mismo amor creador que en el resto de las
criaturas y el Universo entero, es cuestión de actuar y sentir con ese amor de
comunión que es capaz de transformar la realidad para que sea lo que Dios quiso
en el origen. Encontramos aquí los ecos del profeta Isaías: “Pastarán juntos el
lobo y el cordero, el león comerá paja como el buey y la serpiente se
alimentará de polvo. No habrá quien haga mal ni daño en todo mi monte santo”. Cuando el amor misericordioso de Dios
impregna el Universo y rebosa los corazones, entonces nadie ni nada hará daño.
En el fondo, lo que nos
cuenta el profeta y la historia de Francisco de Asís es que el mal que vemos y
padecemos es causado por el odio que nosotros mismos introducimos en el mundo. Cuando la
justicia divina y su misericordia rigen a los hombres, el mundo entero es
transformado hasta el punto de que las relaciones naturales quedan
transfiguradas y ya no funciona la ley de la supervivencia, sino que la
compasión se extiende por el Universo. De alguna manera, el lobo de Gubbio
actuaba en respuesta a la pérdida de su hábitat natural, un hábitat invadido
por la acción humana. Son muchos los casos de animales salvajes que atacan a
las personas o sus animales porque estos han invadido sus territorios y les han
quitado su medio natural de vida. La acción de Francisco con los animales, como
con las personas, es introducir la compasión y la misericordia que la
desestructuración del orden social impide. El final de la Edad Media es un
tiempo de cambios radicales en el orden social que se está abriendo al mundo
mercantilista y al posterior capitalismo, rompiendo los equilibrios sociales y
naturales que sostenían un modelo de mundo con más de ocho siglos de historia.
No es que aquél fuera un mundo justo, pero al menos se sostenía en unas
relaciones personales amplias que permitían construir lo humano como comunión. La revolución introducida por las
estructuras protocapitalistas romperá con aquellos equilibrios y con ese mundo
donde las personas se construyen desde las relaciones sociales y personales,
hasta llegar al mundo actual, donde corremos el riesgo cierto de que los seres
humanos se construyan sin relaciones de tipo personal y sin vínculos
comunitarios.
Hoy necesitamos la misma compasión e igual misericordia que manifestó
Francisco hace ocho siglos. Necesitamos una gran dosis de amor para lograr la
conversión de los lobos, pero hoy, los lobos ya no son los cánidos de entonces,
hoy son las personas destruidas en su interior por mor de un sistema
socioeconómico que fuerza a la licantropía. Hará falta mucho amor para lograr la conversión de los lobos.
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