lunes, 13 de mayo de 2019

"Esclavos por 400 euros en África"

Así reza la noticia que comentamos hace unos días un amigo historiador y yo: "Esclavos por 400 euros en África". Libia se ha convertido en un mercado de esclavos y mi amigo me comentaba que esto ya ha sucedido otras veces y que quizás, tras muchos muertos, los libertos que se generen en 100 años puedan dar lugar a una burguesía que modifique esa realidad, pero hará falta un siglo y millones de muertos. Es lo que da la perspectiva del historiador, que sabe que todo lo que está sucediendo, de una manera u otra ya sucedió y que los ciclos históricos se repiten. 

Siendo muy doloroso saber que a pocas millas de nuestras costas hay seres humanos siendo vendidos como ganado, lo que me preocupa más es el orden social que esto lo ampara, o más bien el desorden social. No basta con comprar a un esclavo, es necesario tener un sistema de coacción que lo mantenga en esa situación. Este sistema de coacción viene propiciado por la situación de guerra casi tribal que vemos en Libia y por la desesperación de millones de africanos por llegar a Europa. Es decir, existe un pecado estructural, por decirlo con palabras de Juan Pablo II, que pone las bases para que el mal se extienda de esta manera. Esta estructura del mal está integrada por tres pilares básicos. El primero es por la situación de miseria y violencia que se vive en gran parte de África, sobre todo el Sahel. La situación social es un verdadero 'efecto expulsión', que lleva a millones de personas a plantearse arriesgar sus vidas para venir al 'paraíso' europeo. El segundo pilar de esta estructura maléfica son los intereses de los países occidentales que una y otra vez intervienen en África para obtener el mayor rédito posible: EE.UU y Europa en Libia para liberar los recursos del subsuelo o Francia en Mali para proteger el Uranio. Estos son solo algunos, pero siempre es la misma lógica: destruir estructuras políticas que impiden obtener los recursos del país, como se hizo en Irak y se intentó en Siria, o ahora en Venezuela. Y el tercer pilar, muy importante porque sin él todo sería imposible, el miedo de los europeos y su necesidad de continuar con la lógica de la sociedad de consumo-producción-destrucción. Este pilar nos afecta moralmente, pues somos, todos los europeos, responsables morales del mal que sufre África. Una parte no menor de nuestro 'bienestar' depende de que los recursos africanos lleguen de forma segura y económica a Europa, pero también de que no lleguen los africanos. Queremos sus recursos, pero no les queremos a ellos.


El mal, para producirse, requiere de personas que lo ejecuten, pero las personas no son 'malas' por naturaleza, sino que insertas en un sistema perverso, tienden a realizar la perversión en la que viven. El pecado estructural es la base sobre la que se asientan los pecados personales, por eso es posible que muchos de los 'pecadores' no seamos ni  siquiera conscientes de tal pecado, pues consideramos como normal lo que no es más que injusticia y perversidad. Y más aún, acabamos colaborando con un mal del que seguramente abominaríamos si lo viéramos desde una perspectiva impersonal. Si nos hablan del comercio de esclavos del siglo XVIII todos renegamos de él, como algo abominable, pero hoy nos dicen que abramos nuestras fronteras para que esos seres humanos accedan y tengan un mínimo de dignidad, y ya no pensamos lo mismo. Creemos que la esclavitud en Libia no tiene nada que ver con el freno a la inmigración, pero los campos de internamiento que Europa financia en el norte de África son la base material para generar el nuevo comercio de esclavos. Para no ser culpable de esto, Europa debe dejar de financiar esos campos, abrir un corredor humanitario que permita a todos los seres humanos escapar de la barbarie y crear los condiciones para que esos agujeros negros de la dignidad humana desaparezcan.

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