Evangelio del 6o domingo de Tiempo Ordinario. Ciclo C. 13-2-2022.
En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con
los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo,
procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus
discípulos, les dijo: «Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los
que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los
hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame,
por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque
vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros
padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis
vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque
tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis.
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros
padres con los falsos profetas.»
Lucas 6, 17. 20-26
El discurso de las bienavuenturanzas
es muy conocido por el gran público. Creo que no es necesario ser cristiano
para conocerlo, pues está insertado en el imaginario colectivo. Lo que
seguramente la inmensa mayoría desconoce es que este discurso procede de uno de
los documentos más antiguos creados por las comunidades cristianas primitivas,
llamado documento Q. Se trata de un texto perdido y que está inscrito en los evangelios
de Mateo y Lucas. Fue producido por grupos itinerantes que recorrían Galilea y
Judea llevando el mensaje del Reino de Dios, clave de comprensión del proyecto
de Jesús. El evangelio de Marcos, que no conoce Q, tiene un guiño hacia estas
comunidades, cuando el ángel invita a los discípulos que buscan el cuerpo de
Jesús en la tumba a buscarlo en Galilea. En Galilea están las comunidades Q que
construyen el Reino de Dios. A Q no parece importarle ni la muerte ni la
resurrección, se centra en el mensaje y su núcleo interpretativo está en las
famosas bienaventuranzas.
Tenemos dos relatos de las bienaventuranzas. En Mateo
son ocho y en Lucas cuatro. Los especialistas coinciden en que las de Lucas son
las originarias y que Mateo las duplica para integrar su proyecto de presentar
a Jesús como el nuevo Moisés, que transmite su ley desde el monte. Mientras, en
Lucas tenemos el discurso en un llano. Más en concreto, en la llanura costera
que separa la altiplanicie de Galilea del Mediterráneo. Allí se reúne una
multitud de personas procedentes tanto del judaísmo como de la gentilidad;
llegados desde Judea y desde Tiro y Sidón. Lo que les identifica es pertenecer
a los estratos desposeídos del momento. Y es a este grupo de personas
subalternas a las que Jesús dirige su discurso: «dichosos los pobres, porque
vuestro es el Reino de Dios». Se trata de un discurso revolucionario. Los
judíos esperarían que dijera que ellos son los dichosos porque el Reino es
suyo. Los puros, los cumplidores de la ley, los que gozan del favor divino en
sus riquezas están tranquilos pues todo les dice que Dios está de su parte. Sin
embargo, Jesús rompe con todo esto y proclama que Dios y su Reino es de los
pobres. Y no de cualesquiera pobres. En griego existen dos términos para
designar a los pobres. El primero es penés,
que hace referencia al pobre que sobrevive con lo poco que tiene. Pero el
Evangelio utiliza ptojós, que es el
pobre de solemnidad, el mísero, quien no puede sostenerse vitalmente. Pues
bien, es de estos últimos de quienes es el Reino de Dios. Las otras
bienaventuranzas refuerzan esta idea: dichosos los que ahora pasáis hambre… dichosos los que ahora lloráis. Los miserables, los hambrientos y los que sufren,
esos son los titulares del Reino por derecho propio. El adverbio temporal ahora, refuerza la idea de que la
miseria es material, no simple indigencia espiritual.
La cuarta bienaventuranza, dirigida
a los que son perseguidos por causa de Jesús, es un añadido de Lucas para
incluir a quienes construyen el Reino y por eso mismo son perseguidos, como el
mismo Jesús lo fue. No existe aquí ningún rastro de mistificación de la muerte,
ningún atisbo del triunfalismo de la resurrección. Estamos antes un nítido
compromiso de los primeros cristianos en el seguimiento del Jesús de Galilea,
del proyecto del Reino de Dios para los pobres y oprimidos. Estamos ante el
núcleo esencial del mensaje de la buena noticia, subversiva ayer, hoy y
siempre.
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