Evangelio del 7o domingo de Tiempo Ordinario. Ciclo C. 20-2-2022.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: «A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el
bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os
injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite
la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo
tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten.
Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los
pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen
bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis sólo
cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a
otros pecadores, con intención de cobrárselo. ¡No! Amad a vuestros enemigos,
haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis
hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed
compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados;
no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se
os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La
medida que uséis, la usarán con vosotros».
Lucas
6, 27-38
El Evangelio de Lucas que estamos
leyendo domingo a domingo, sigue el orden de los dichos de Jesús que Lucas
encontró en el primitivo documento Q, perteneciente a una comunidad de
seguidores y seguidoras distribuidos por Galilea y Judea y al que no interesa
ni la muerte ni la resurrección de Jesús. Al menos, no les suscita un interés
central, sino que lo nuclear de estas comunidades es cómo se vive el Reino de
Dios anunciado por Jesús. De este modo, a las bienaventuranzas de los pobres
sigue la enseñanza sobre el comportamiento personal y comunitario, un
comportamiento que permitirá a las comunidades vivir aquí y ahora el Reino de
Dios que se plenificará en el futuro.
El núcleo de este comportamiento
radica en dos claves: el amor a los enemigos y la perfección personal a imagen
de Dios. La comunidad del Reino de Dios, de la que la Iglesia debe ser imagen,
se construye desde valores alternativos radicales que permiten construir un
mundo absolutamente diferente. El Jesús de Q invita a la misericordia que imita
a Dios, «sed misericordiosos como Dios lo es, que hace el bien a justos e
injustos». Esta forma de ser comunitaria extiende el bien para romper con la
lógica mundana que divide la sociedad en amigos y enemigos. El bien ha de
hacerse a todo el mundo porque es la única manera de frenar el mal y extender
una sociedad humana plena. De ahí se sigue el otro mandato: «amad a vuestros
enemigos», pues solo el amor destruye realmente al enemigo, el odio lo
acrecienta, haciendo a uno mismo enemigo de su enemigo. Amar a los enemigos
supone destruirlos como tales, aunque eso pueda suponer la renuncia radical a
uno mismo. Y el texto Q lo explica nítidamente: «si amáis a quienes os aman,
¿qué ‘gracia’ es esa?». Dicho de otra manera, amar al que me ama es mera
justicia retributiva, pero amar a mi enemigo es el cambio radical, la gracia
máxima, pues la renovación radical de la sociedad que es el Reino de Dios solo
se puede hacer desde la gratuidad, la entrega y el amor.
Ahora bien, el concepto de amor que
utiliza el Evangelio es la traducción del griego ágape. En castellano, ágape indica una comida compartida y en ese
significado guarda algo del original griego. En griego existen tres términos
que en castellano se pueden traducir por amor: eros, philia y ágape. Eros es el amor de deseo, philia
de amistad y el ágape es el amor
comunitario, el amor compartido, la entrega a otro que puede o no incluir algún
tipo de sentimiento, positivo o negativo. Quien ama de esta manera a su
enemigo, puede albergar sentimientos negativos hacia él y sin embargo amarle.
No se pide ni deseo ni amistad hacia el enemigo, sino ágape, pues es este tipo
de amor el que realmente construye la comunidad y la sociedad, crea vínculos
estables y hace madurar a las personas. De hecho, la única definición de Dios
en el Nuevo Testamento lo identifica como Ágape. Dios es un amor de comunión
absoluta; las comunidades de Jesús son común-unión; la Iglesia es comunión; el
cristianismo es un comunionismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario