jueves, 17 de febrero de 2022

Amad a vuestros enemigos

 


Evangelio del 7o domingo de Tiempo Ordinario. Ciclo C. 20-2-2022.

  

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. ¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros».

                                                                                                                                                                  Lucas 6, 27-38


El Evangelio de Lucas que estamos leyendo domingo a domingo, sigue el orden de los dichos de Jesús que Lucas encontró en el primitivo documento Q, perteneciente a una comunidad de seguidores y seguidoras distribuidos por Galilea y Judea y al que no interesa ni la muerte ni la resurrección de Jesús. Al menos, no les suscita un interés central, sino que lo nuclear de estas comunidades es cómo se vive el Reino de Dios anunciado por Jesús. De este modo, a las bienaventuranzas de los pobres sigue la enseñanza sobre el comportamiento personal y comunitario, un comportamiento que permitirá a las comunidades vivir aquí y ahora el Reino de Dios que se plenificará en el futuro.

El núcleo de este comportamiento radica en dos claves: el amor a los enemigos y la perfección personal a imagen de Dios. La comunidad del Reino de Dios, de la que la Iglesia debe ser imagen, se construye desde valores alternativos radicales que permiten construir un mundo absolutamente diferente. El Jesús de Q invita a la misericordia que imita a Dios, «sed misericordiosos como Dios lo es, que hace el bien a justos e injustos». Esta forma de ser comunitaria extiende el bien para romper con la lógica mundana que divide la sociedad en amigos y enemigos. El bien ha de hacerse a todo el mundo porque es la única manera de frenar el mal y extender una sociedad humana plena. De ahí se sigue el otro mandato: «amad a vuestros enemigos», pues solo el amor destruye realmente al enemigo, el odio lo acrecienta, haciendo a uno mismo enemigo de su enemigo. Amar a los enemigos supone destruirlos como tales, aunque eso pueda suponer la renuncia radical a uno mismo. Y el texto Q lo explica nítidamente: «si amáis a quienes os aman, ¿qué ‘gracia’ es esa?». Dicho de otra manera, amar al que me ama es mera justicia retributiva, pero amar a mi enemigo es el cambio radical, la gracia máxima, pues la renovación radical de la sociedad que es el Reino de Dios solo se puede hacer desde la gratuidad, la entrega y el amor.

Ahora bien, el concepto de amor que utiliza el Evangelio es la traducción del griego ágape. En castellano, ágape indica una comida compartida y en ese significado guarda algo del original griego. En griego existen tres términos que en castellano se pueden traducir por amor: eros, philia y ágape. Eros es el amor de deseo, philia de amistad y el ágape es el amor comunitario, el amor compartido, la entrega a otro que puede o no incluir algún tipo de sentimiento, positivo o negativo. Quien ama de esta manera a su enemigo, puede albergar sentimientos negativos hacia él y sin embargo amarle. No se pide ni deseo ni amistad hacia el enemigo, sino ágape, pues es este tipo de amor el que realmente construye la comunidad y la sociedad, crea vínculos estables y hace madurar a las personas. De hecho, la única definición de Dios en el Nuevo Testamento lo identifica como Ágape. Dios es un amor de comunión absoluta; las comunidades de Jesús son común-unión; la Iglesia es comunión; el cristianismo es un comunionismo.

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