jueves, 24 de febrero de 2022

Lo que rebosa el corazón


Evangelio del 8o domingo de Tiempo Ordinario. Ciclo C. 27-2-2022.

 


En aquel tiempo dijo Jesús a los discípulos una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.

Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.

El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca».

                                                                                                                                                                  Lucas 6, 39-45

 

Si quisiéramos buscar entre los textos de los evangelios expresiones propias de Jesús las encontraremos, con total seguridad, entre aquellas en las que se le atribuye un lenguaje directo y cercano, vinculado a las imágenes de la naturaleza, el mundo agrícola o las relaciones sociales más comunes. Un ejemplo claro está en expresiones del tipo «si tu ojo es motivo de escándalo, sácatelo». O «¡hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano». O bien, «el árbol se conoce por sus frutos; porque no se recogen higos de las espinas ni vendimian uvas de las zarzas». El relato que hace Lucas, siguiendo el documento Q, concluye con la comparación definitiva: «el hombre bueno saca lo bueno del buen tesoro de su corazón y el malo lo malo del mal tesoro de su corazón». Jesús utiliza imágenes comunes entre las gentes de Galilea y las utiliza de manera directa, clara, con un lenguaje poderoso que mueve los corazones y las mentes. No hace largos discursos que suelen ocultar aviesas intenciones para, por ejemplo, «comerse la riqueza de las viudas» o embaucar a las  masas. Su discurso brota de manantial sereno, como diría el poeta, pero en él hay gotas de sangre jacobina.

El lenguaje de Jesús tiene un carácter performativo, es decir, pretende modificar la realidad transformando la forma de pensar de sus oyentes. Con sus palabras, va transformando las mentes de modo que el proyecto que Jesús tiene para sus paisanos se vaya implementando en la vida concreta de sus comunidades. No se trata tanto de crear nuevas comunidades sino de transformar las ya existentes en Galilea, de ahí que se dedique a recorrerla con un grupo de seguidores que han abandonado también las familias, al menos en parte, y forman un grupo de combate dialéctico para transformar el orden social. Jesús habla directamente a las gentes de los pueblos y desde sus propias experiencias los mueve para ir recreando la estructura social que supone vivir ya, aquí y ahora, el Reino de Dios. Por eso, lo que busca es una transformación personal que repercute en una transformación social. Para que se den buenos frutos es necesario tener buenos árboles, para que se establezca una vida regida por la justicia y la misericordia es imprescindible que el núcleo de la persona esté construido desde la misericordia y la justicia. El bien sale de un corazón bueno y el mal de uno malo. Jesús lo explica con los ejemplos que todos entienden: no se puede obtener uvas de las zarzas, en las zarzas hay espinas. Quien cuida su interior y ama el bien, será bueno y difundirá a su alrededor el bien. Así tendremos una sociedad humana de verdad.

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