martes, 5 de noviembre de 2024

Una DANA sobre nuestras almas

 

Las terribles imágenes que hemos visto en el desastre natural de Valencia a finales de octubre han tenido el efecto contrario al que se necesitaría en estas circunstancias críticas de nuestra sociedad. En lugar de unirnos como pueblo, como nación, nos han dividido aún más. Esta crisis social ha llegado en un momento de máxima polarización, donde cada grupo solo piensa en qué rédito político o mediático puede obtener de cualquier evento, sea de la naturaleza que sea. Pero, especialmente los negacionistas del Cambio climático y los suscritos a teorías de la conspiración, hacen su agosto en redes sociales y pseudo medios de comunicación. No estamos aprovechando las circunstancias para hacer un análisis sereno de hacia dónde nos dirigimos como país, de cuáles son los riesgos reales de la crisis climática en la que estamos inmersos.

Los más tibios del amplio grupo de negacionistas nos dicen que esto que ha sucedido es lo mismo de siempre, aunque más fuerte; que es la “gota fría” que siempre ha asolado las zonas limítrofes del Mediterráneo. Los menos cuerdos recurren a supuestos sistemas del globalismo para modificar el clima. En realidad, unos y otros, lo que manifiestan es una clara disociación entre los datos constatados y las causas de esos datos. Es como si hubiéramos vuelto a los tiempos en los que no se tenían recursos científicos para conocer los hechos y los atribuyeran a diosecillos malignos que pueblan el mundo. Antes le llamaban demonio, hoy élites globalistas. Pero es exactamente el mismo procedimiento mental: atribuir a causas ficticias los efectos reales constatados.

No. El problema está en que, efectivamente, estos hechos son las consecuencias evidentes de un cambio del clima que teníamos en los últimos 20.000 años al menos. Antes se producía en el Mediterráneo la conocida “gota fría”, causada por un Anticiclón que penetraba en la Península Ibérica y se instalaba a gran altura sobre el mar aún cálido. La diferencia de temperatura producía lluvias intensas y persistentes en los puntos donde quedaba estacionario el Anticiclón. Así ha sido hasta los años noventa del siglo pasado. Pero, a principios de este siglo se produjo un evento que no pasó desapercibido por los científicos: la corriente de Chorro Polar que circunda el Ártico se rompió y comenzó a generar patrones más parecidos a eses alrededor del Círculo Polar, en lugar de una corriente coherente casi circular. De algunas de estas vaguadas de la Corriente Polar muy fría se desgaja una masa de aire muy frió, produciendo lo que ahora llamamos DANA, Depresión Aislada en Niveles Altos. Se trata de una masa de aire que no debería descolgarse hacia el sur, pero que por efecto del Calentamiento global de la atmósfera, paradójicamente, se produce al enfriarse rápidamente el aire por el deshielo repentino del Ártico. Esta masa de aire muy frío se sitúa en el Mediterráneo, que tiene temperaturas superficiales tres y cinco grados superiores a la media (en julio estaba el mar en frente de Valencia a 30 grados, 3 por encima de la media). El choque de temperaturas produce lo que se conoce como “tren de tormentas” y puede descargar cantidades ingentes de agua en puntos concretos, produciendo la devastación que hemos visto.

Por tanto, este evento es un índice de la crisis climática en la que estamos inmersos a causa del aumento de emisiones de dióxido de carbono y metano producidos por el modelo productivista y consumista del neoliberalismo global. Sabiendo esto, deberíamos poner en funcionamiento medidas paliativas a todos los niveles, tanto el económico como el político. Pero, sobre todo, deberíamos evitar que la DANA meteorológica acabe arrastrando junto a las vidas de muchas personas, las almas de todo un pueblo, embrutecidas por la información falsa y las explicaciones simplistas de eventos que nos superan como especie.

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