
Puede verse en este magnífico documental cómo sobrevivien las personas que están en esa región. Esto de ver es muy importante porque no es lo mismo ver por ti mismo cómo están las cosas que el relato. El relato escalofriante lo podemos tener en la web de solidaridad con el África negra, Umoya, pero ver el análisis que hacen las personas que allí están es muy instructivo. Lo es porque vemos el sufrimiento en primera persona y vemos la esperanza que aportan los que padecen la situación. Comprendemos la importancia de este mineral, el coltán, una mezcla de columnita y tantalita que tiene unas inmensas propiedades conductivas lo que lo hace muy apropiado para la tecnología punta. Ordenadores, teléfonos móviles, tecnología espacial… todo esto necesita coltán y este mineral es escaso estando el 80% del mismo en el Congo, de ahí la importancia estratégica de esta región y la necesidad de los actores internacionales de controlar la misma.
Imaginemos un Congo libre y fuerte capaz de controlar su producción de coltán. De ser así, el Congo sería uno de los países más ricos de la tierra y podría controlar la producción mundial de la alta tecnología. Esta realidad no es querida por nadie, ni por las multinacionales de telefonía, ni por los ejércitos de las potencias mundiales, ni por las empresas auxiliares, ni por nadie que sea algo en este mundo. Esta confluencia tan extraña de intereses, confluencia que no se ha dado nunca antes ya que siempre entraban en colisión los intereses de una potencia con los de otra, es la que explica los más de cinco millones de muertos, las violaciones a los derechos humanos y la persistencia de tal inhumanidad. Todos colaboraron para que en 1992 las tropas de Rwanda aniquilaran a más de un millón de personas en un mes: colaboró la CIA que puso la logística militar; colaboró Europa mirando para otro lado; colaboró China vendiendo un millón de machetes con los que se cometieron las atrocidades; colaboró Crédit Lyonnais que puso la financiación; y colaboró la ONU legitimando a la postre todo lo sucedido.
Esta es la lamentable realidad del origen de la barbarie. Pero no para ahí, para extraer el mineral a precios bajos que permitan vender móviles como pipas, u ordenadores a precios de risa, es necesario tener un ejército de trabajadores dispuestos a hacerlo por cantidades irrisorias. En el documental se explicaba muy bien: el estado de inseguridad que provoca la guerra y la existencia de grupos armados que campan a sus anchas, hace que la gente tenga miedo de cultivar la tierra o criar ganado, aunque lo hicieran serían robados y asesinados. Lo único que estas milicias permiten es el trabajo en la extracción del mineral, único empleo para millones de personas que deben realizarlo por casi cualquier sueldo. Esta realidad hace que el mineral deje muy poco dinero en el Congo, pero aumente los beneficios de los intermediarios, las milicias que a su vez son armadas por las potencias que negocian el coltán. Se cierra el círculo y vemos que lo sucedido en el Congo está perfectamente organizado por una faltal confluencia de intereses internacionales. El papel más denigrante quizás sea el de la ONU, denunciada por las ONGs como cómplice del tráfico del mineral y cooperador necesario en el crimen continuado que se está cometiendo contra esta población.
Viendo el programa comprendí que, para desgracia de la humanidad, los crímenes en el Congo terminarán cuando acabe el mineral, nunca antes porque la lógica del capitalismo es la extracción del máximo al mínimo coste, eso implica que todos los habitantes de la zona tienen que estar dispuestos a trabajar al precio que sea y para conseguirlo hay que tenerlos en una situación de absoluta indigencia. También comprendí que los que nos beneficiamos de ese mineral porque adquirimos aparatos que lo usan, somos tan cómplices como la ONU, sin nosotros los compradores no se podría justificar el crimen, aunque somos los últimos en la escala de la culpabilidad. La solución está en el cambio de modelo económico y social, de nada sirve ya la información y la concienciación, porque los seres humanos de buena voluntad se quedan perplejos y acaban afirmando su impotencia y nada más. Debemos forzar la caída del sistema y el advenimiento de uno nuevo, que los cristianos, con Jesús, llamamos Reino de Dios: “he venido a traer fuego a la tierra, y qué quiero sino que arda”, Lc 12, 49.
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