En la postmodernidad el hombre ha sido vaciado de su núcleo más profundo y esto lo ha convertido en un ser nadificado en un ser lleno de nada. Este ser nidificado necesita una gama infinita de productos a los que se ha privado de su substancia, de su núcleo duro que le hace ser lo que es. Así, ha nacido el café sin cafeína, la cerveza sin alcohol, la crema sin nata, el chocolate sin grasas… es decir, el producto al que se ha quitado su maléfico efecto dañino sobre los cuerpos estilizados y esbeltos postmodernos; se trata de café con olor y sabor a café pero sin ser realmente café. Dicho de forma más clara, se trata de consumir algo sin su esencia, ingerir productos privados de su realidad, en el fondo, consumir nada.
El individuo consumidor de nada queda nadificado, puesto que nada consume es consumado en el acto de consumir nada. Paradójicamente, esta es la única alimentación posible del hombre postmoderno. Un ser vacío sólo puede consumir nada para poder seguir siendo vacío. Su organismo ya no puede digerir el alimento cargado de substancia, su aparato digestivo está atrofiado. La nada se extiende a muchos alimentos que son privados de su núcleo real; la nada nadea, como diría Heidegger, y crea nada. Los postmodernos hombres occidentales cada vez abarcan más cantidad de productos nihilificados para su consumo masivo de nada. Hace falta mucho para llenar el hueco dejado en el interior del hombre al que se extirpó su ser.
Para hacer esto más efectivo ha nacido también el correspondiente correlato social de estos productos vaciados de su esencia. Por ejemplo, el sexo virtual a través de internet, es decir, el sexo sin sexo; la guerra postmoderna, supuestamente sin bajas propias, doctrina Colin Powell: la guerra sin guerra; la política como una cuestión meramente administrativa: la política sin política; la tolerancia cultural extrema en la que se acepta al otro despojado de su alteridad, de lo que le hace ser otro y no yo: tolerancia intolerante; la realidad despojada de su res, de su núcleo duro: la realidad sin realidad. Todo esto nos lleva a la conclusión de que la sociedad postmoderna construye una realidad virtual donde los patrones de conducta no tienen consecuencias morales, como en los videojuegos, y donde el ser humano es un ente vacío al que se puede manipular, como los Sims, un juego para ordenador donde una familia virtual vive según las decisiones que toma el jugador. Slavoj Žižek, atinadamente opina que esta actitud nos lleva hasta el Último Hombre, aquel que profetizara Nietzsche, es decir, el hombre que necesita la globalización postmoderna, que es el individuo incapaz de crear el mundo o de afirmarlo como fruto de su esfuerzo, es el hombre opuesto al sujeto moderno. En él no hay ambición de futuro ni compromiso con el presente, su máxima es vivir tranquilo y sin sobresaltos. El hombre que necesita la globalización postmoderna es un ser carente de la osadía de afirmarse y afirmar su verdad, un ser inane, huero, sin pasión por la vida, pero lleno de temores, un ser “lleno de nada”.
El individuo consumidor de nada queda nadificado, puesto que nada consume es consumado en el acto de consumir nada. Paradójicamente, esta es la única alimentación posible del hombre postmoderno. Un ser vacío sólo puede consumir nada para poder seguir siendo vacío. Su organismo ya no puede digerir el alimento cargado de substancia, su aparato digestivo está atrofiado. La nada se extiende a muchos alimentos que son privados de su núcleo real; la nada nadea, como diría Heidegger, y crea nada. Los postmodernos hombres occidentales cada vez abarcan más cantidad de productos nihilificados para su consumo masivo de nada. Hace falta mucho para llenar el hueco dejado en el interior del hombre al que se extirpó su ser.
Para hacer esto más efectivo ha nacido también el correspondiente correlato social de estos productos vaciados de su esencia. Por ejemplo, el sexo virtual a través de internet, es decir, el sexo sin sexo; la guerra postmoderna, supuestamente sin bajas propias, doctrina Colin Powell: la guerra sin guerra; la política como una cuestión meramente administrativa: la política sin política; la tolerancia cultural extrema en la que se acepta al otro despojado de su alteridad, de lo que le hace ser otro y no yo: tolerancia intolerante; la realidad despojada de su res, de su núcleo duro: la realidad sin realidad. Todo esto nos lleva a la conclusión de que la sociedad postmoderna construye una realidad virtual donde los patrones de conducta no tienen consecuencias morales, como en los videojuegos, y donde el ser humano es un ente vacío al que se puede manipular, como los Sims, un juego para ordenador donde una familia virtual vive según las decisiones que toma el jugador. Slavoj Žižek, atinadamente opina que esta actitud nos lleva hasta el Último Hombre, aquel que profetizara Nietzsche, es decir, el hombre que necesita la globalización postmoderna, que es el individuo incapaz de crear el mundo o de afirmarlo como fruto de su esfuerzo, es el hombre opuesto al sujeto moderno. En él no hay ambición de futuro ni compromiso con el presente, su máxima es vivir tranquilo y sin sobresaltos. El hombre que necesita la globalización postmoderna es un ser carente de la osadía de afirmarse y afirmar su verdad, un ser inane, huero, sin pasión por la vida, pero lleno de temores, un ser “lleno de nada”.
Se puede consultar mi artículo «"La victoria de la postmodernidad o "el hombre lleno de nada"».
5 comentarios:
Del comentario que haces hoy sobre el hombre light y la sociedad postmoderna —muy acertado a mi parecer—, me quedo con la idea de que se está construyendo una realidad virtual, una realidad despojada de su res, una realidad sin realidad. Me parece sumamente acertada. Si nos fijamos, lo que se está imponiendo a pasos agigantados es “lo virtual”. Me llama especialmente la atención esos videojuegos con los que aprendes, por ejemplo, a tocar la guitarra virtualmente. ¿Por qué no te compras una guitarra y aprendes con ella? ¡Pero si hasta se hace footing con los videojuegos! ¡Salgamos al parque y disfrutemos de la naturaleza! Pero no, nos quedamos con lo virtual. Y este ejemplo sencillo, lo podemos extrapolar a todos los niveles: desde el de las relaciones afectivas hasta, como dices, todos los otros campos.
Me ronda por la cabeza la idea de si este hombre postmoderno no es el mismo hombre que en otras épocas vivía tranquilamente en el seno de una sociedad que le dictaba lo que tenía que hacer, que vivía “disuelto” en ella. ¿Es peor este hombre postmoderno que aquel que Erich Fromm describía en su famosa obra “Miedo a la libertad”? Yo creo que no. Lo único que, en su vaciedad, este hombre que teme a la libertad, que teme a la vida, se adapta a lo que la sociedad es: cuando la sociedad era eminentemente católica, vivía según la forma de vida católica; ahora que la sociedad es relativista, vive en ese relativismo. Pero pienso que en el fondo hay un mismo punto de conexión: un “ser lleno de nada”, como concluyes en tu post.
En una palabra: estamos en la era del vacío. Hemos perdido el sentido y no tenemos ningunas ganas de encontrarlo. Eso me parece lo peor: no hay deseo de verdad, todo es apariencia. Aunque en esto, como en muchas otras cosas, no conviene generalizar. Lo que ocurre es que las grandes palabras y los valores que ellas comportan (Amor, Verdad, Esperanza, Dios) no interesan a los medios. Interesa la nada, el gran vacío, el sucedáneo, el ruído. A veces digo que el ruído ensordecedor de las discotecas está preparado precisamente para que no se pueda hablar, porque los que alli van no tienen nada que decirse.
En una palabra, estamos en la era del vacío, hemos perdido el sentido y no parece importarnos mucho, porque sin sentido también vivimos bien. De vez en cuando notamos que el vacío se nos hace insoportable y entonces para compensar lo llenamos de ruído y de furor, creamos una soledad poblada de aullidos. En día se me ocurrió comentar, a propósito del ruido ensordecedor que hay en las discotecas, que impide todo diálogo, que estos lugares están tan llenos de ruido porque la gente que allí acude lo requiere: es gente que no tiene nada que decirse, nada de lo que hablar. Como descripción de un cierto talante de bastantes de nuestros contemporáneos no está mal eso de estar llenos de nada, aunque hay que matizar: de algunos de nuestros contemporáneos. Porque en este mundo hay de todo. Cada uno, como decía Unamuno, somos especies únicas.
Claro, totalmente de acuerdo en que hay que matizar. Todo el mundo no debe ser metido en el mismo saco, pero de la misma manera que el hombre moderno era el sujeto creador de la historia, aunque no lo fueran todos,el hombre postmoderno, aquel que es creado por la postmodernidad, es el hombre lleno de nada, que no es lo mismo que vacío. Entiendo que alguien que esté "vacío", busca y quiere "llenarse", el gran mal es que el hombre postmoderno no se siente "vacío", sino bien lleno, pero lleno de nada: ruído, lo virtual, relaciones fugaces, spots, consumo...
Asistimos a una situación similar a la decadencia que precedió a la caída del Imperio Romano. Este tipo de ciclos, que suelen predecir un cambio del sistema, se caracterizan por la falta de un sistema de valores. Observamos cómo en nuestra sociedad se percibe una clara tendencia a la pérdida de estos valores. Esto deriva en el vacío y la superficialidad. Todo se hace virtual, hasta las relaciones humanas. En general, se percibe la falta de compromiso social, lo cual que produce seres cada vez más centrados en sí mismos, que se aíslan de la realidad, no sólo utilizando ruído externos, sino su propios ruídos internos.
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