Miguel de Cervantes, acusado de marrar en la fe, escribió en el Quijote un episodio más de la Biblia. En los capítulos 48 y 49, nos narra cómo era llevado el Hidalgo infelizmente enjaulado hacia su pueblo, para ver si allí volvía en su cordura. Le acompañan el cura y el barbero, junto con su escudero. En la conversación, el caballero andante quiere hacer entrar en razón a Sancho, explicándole que aquello era un encantamiento muy poderoso por el que no podía salir de aquella jaula. Sancho insiste en que aquello no es un encantamiento y como prueba le hace ver que vienen con ellos el barbero y el cura. Eso fue lo único que le bastaba saber a Don Quijote, era la prueba definitiva de que allí había un encantamiento muy poderoso. ¿Cómo tan buenas personas iban a consentir que él se viera en esas circunstancias? Debía ser que no eran ellos mismos sino otros con su apariencia. Sancho vuelve a insistir y el pobre caballero termina por argumentar: «yo sé y tengo para mí que voy encantado, y esto me basta para la seguridad de mi conciencia; que la formaría muy grande si yo pensase que no estaba encantado y me dejase estar en esta jaula perezoso y cobarde, defraudando el socorro que podría dar a muchos menesterosos y necesitados que de mi ayuda y amparo deben tener a la hora de ahora precisa y extrema necesidad». Si Don Quijote no puede salir de la cárcel en la que está su conciencia es por un encantamiento, por sus fuerzas saldría de cualquier jaula para desfacer entuertos y socorrer a las víctimas. Si no lo hace es porque las fuerzas demoníacas se confabulan contra él.
Según Don Quijote, el socorro a las víctimas es la tierra firme de su conciencia, es su deber y su propio ser. La pasión por el otro sufriente, la conciencia del sufrimiento ajeno, es la verdad del yo y no la autoconciencia pensante cartesiana que niega la existencia de los otros mientras el cogito no se la otorgue. En Cervantes el yo nace de la conciencia de culpa ante el otro sufriente; en Descartes, que es tanto como decir en el mundo actual, el yo nace de la negación del otro y de lo otro. Lévinas, que nos ha regalado esta referencia al Quijote, nos indica cómo salir del laberinto de incerteza del que la modernidad, representada por Sancho Panza, no puede salir. La única vía de salida, el único éxodo es la voz de los afligidos.
Llamamos a esta forma de ser en beneficio de las víctimas actitud quijotesca, porque fue en esta rica tradición hispana, donde se fusionan lo cristiano con lo judío, la teología con la política y estas con la compasión más humana posible. Es una actitud esencialmente antimoderna, porque no nace de la propia conciencia, sino de la conciencia del sufrimiento del otro, muy al contrario que la modernidad cartesiana que parte del yo pensante y niega a los demás ese mismo ser que se arroga para sí mismo. Esta actitud quijotesca puede ser un buen vehículo para salir del marasmo postmoderno y pisar la tierra firme del desvalido, del oprimido, de los humillados y ofendidos que dijera Dostoievsky. En esa línea, podemos recuperar lo más humano que hemos ido perdiendo en todo el trayecto postmoderno. Actitud de quijotes que niegan una realidad que permite el sufrimiento impune del otro.
Según Don Quijote, el socorro a las víctimas es la tierra firme de su conciencia, es su deber y su propio ser. La pasión por el otro sufriente, la conciencia del sufrimiento ajeno, es la verdad del yo y no la autoconciencia pensante cartesiana que niega la existencia de los otros mientras el cogito no se la otorgue. En Cervantes el yo nace de la conciencia de culpa ante el otro sufriente; en Descartes, que es tanto como decir en el mundo actual, el yo nace de la negación del otro y de lo otro. Lévinas, que nos ha regalado esta referencia al Quijote, nos indica cómo salir del laberinto de incerteza del que la modernidad, representada por Sancho Panza, no puede salir. La única vía de salida, el único éxodo es la voz de los afligidos.
Llamamos a esta forma de ser en beneficio de las víctimas actitud quijotesca, porque fue en esta rica tradición hispana, donde se fusionan lo cristiano con lo judío, la teología con la política y estas con la compasión más humana posible. Es una actitud esencialmente antimoderna, porque no nace de la propia conciencia, sino de la conciencia del sufrimiento del otro, muy al contrario que la modernidad cartesiana que parte del yo pensante y niega a los demás ese mismo ser que se arroga para sí mismo. Esta actitud quijotesca puede ser un buen vehículo para salir del marasmo postmoderno y pisar la tierra firme del desvalido, del oprimido, de los humillados y ofendidos que dijera Dostoievsky. En esa línea, podemos recuperar lo más humano que hemos ido perdiendo en todo el trayecto postmoderno. Actitud de quijotes que niegan una realidad que permite el sufrimiento impune del otro.
3 comentarios:
Efectivamente: si el sufrimiento de los demás no nos interpela, si no llega hasta las entrañas más profundas de nuestro corazón, si no nos sentimos responsables ante tanto sufrimiento —la mayor parte causado por nuestra propia especie—, creo que no merecemos ser llamados personas. Simplificando bastante, entiendo que hay dos formas extremas de vivir la vida: para uno mismo y para los demás, que se podrían reflejar respectivamente, en el prototipo de hombre postmoderno y en el mismo Jesucristo. Normalmente nos encontramos en situaciones intermedias, unos más inclinados hacia el primero y otros más inclinados hacia el segundo. En ambos casos, y a esto es a lo que voy, la realidad está ahí, se nos impone, y en función de la opción que hayamos escogido, la asumiremos, la aceptaremos en mayor o menor medida. ¿Cuál es la postura más madura, la que más nos acerca a nuestra dignidad como personas? Pues entiendo que la segunda, la que nos lleva a “salir de nosotros mismos” para entender la realidad, para entendernos a nosotros mismos, y en esa apertura percatarnos de que estamos todos en el “mismo saco”, todos somos prójimos de todos, y debemos contribuir todos a la salvación de todos, tanto espiritual como material. Y ¿qué hace el hombre postmoderno? Pues se niega a aceptar la realidad, y en consecuencia lo que quiere hacer es adaptar la realidad a él: tiende únicamente hacia lo que le gusta (hedonismo, consumo,…) y aparta lo que le disgusta (sufrimiento, muerte, dolor,…), caiga quien caiga. El hedonista no se plantea si su actitud beneficia o perjudica a alguien, le da igual. Por ello, y como dices, hacen falta auténticos quijotes para devolver su dignidad al género humano.
Un saludo.
Desgraciadamente, hoy, lejos de quijotizarnos, preferimos vivir en la comodidad y la inconsciencia. En palabras de Rubén Darío:
"Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque ésta ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente."
Si no somos conscientes de nada, no nos sentimos responsables de nada. Es más, a veces, conociendo la realidad, seguimos sin sentirnos responsables.
No es fácil, ni nunca lo ha sido, ser quijote o ser profeta. Suelen acabar crucificados. Añado una reflexión a la tuya: nuestra mentalidad, no sé si moderna o postmoderna, nuestra sociedad, nuestras novelas y películas, están muy preocupadas por descubrir al culpable. Los quijotes y profetas me parece que buscan algo más: preocuparse y ocuparse de las víctimas. Denunciar al culpable tranquiliza la conciencia. Solidarizarse con la víctima añade un plus de humanidad y nos identifica con Cristo. Saludos
Publicar un comentario