jueves, 7 de mayo de 2009

El Evangelio contra el Imperio

El himno cristológico de Filipenses 2, 5-11, recoge una de las tradiciones más antiguas del cristianismo, independientemente de que sea una carta auténtica de Pablo o no. De él se han dado dos explicaciones que tienen un gran arraigo en la tradición teológica: la primera es la de relacionarlo con Adán. En oposición a Adán que sucumbió a la tentación de querer ser igual a Dios, Cristo no tuvo su condición como presa codiciable. La segunda es la consideración del Cristo preexistente. El Cristo que estaba con Dios antes de su nacimiento, se vació de sí y se hizo igual a nosotros. Pero hay una tercera interpretación que en los últimos años han realizado Crossan y N. Th. Wright.
Si leemos el texto, hemos de preguntarnos: ¿quién había en el mundo que afirmara estar “en morphe Theou” y que considerara esto como algo que retener ávidamente? La respuesta es sólo una: el emperador de Roma, cuya teología imperial ensalza hasta considerarlo un ser divino, Señor del mundo, Hijo de Dios y salvador de los hombres que trae la paz. El emperador es el único del que puede afirmarse “legalmente” que sea divino y que traiga la paz. Si esto se aplicara a cualquier otro, sería un crimen de lesa majestad y se castigaría adecuadamente como merece: la cruz, si no es ciudadano romano. Pablo lo sabe muy bien y compone este poema, según Wright, con sumo cuidado y perfección, pudiendo ser leído como una antiteología imperial.
Si lo vemos pormenorizadamente, siguiendo al obispo de Durham, encontramos que Pablo compuso este retrato de Jesús inspirándose, no simplemente en Adán e Israel, sino en el César, en la entera tradición de emperadores arrogantes que se remonta a Alejandro Magno. Jesús tuvo éxito donde Adán fracasó; completó la tarea asignada a Israel; él es la realidad de la cual el César es una mera parodia. El poema sigue muy de cerca la secuencia narrativa de la propaganda imperial, subrayando los elementos de contraste con esta y proclamando que hay otro rey, Jesús, que es el verdadero Señor del mundo.
Podemos hacer un ejercicio de retraducción del texto, que entendemos es una crítica anti-imperial, para verlo con más claridad. Si cambiamos las referencias a Jesús por las del César y añadimos la teología imperial tenemos lo siguiente:
«El César, a pesar de su condición humana, se aferró a su categoría de Dios, tomando la condición de divino y haciéndose uno de los dioses. Así, presentándose como Dios, se encumbró, oprimiendo hasta la muerte a quienes no le obedecían. Por eso se autoconcedió el título que sobrepasa todo título, de modo que todo ser se arrodille y se someta y toda boca proclame que el César es Señor para mayor gloria del Imperio».
Si esta era la manera de entender este y otros textos, no extraña nada que los cristianos, como el mismo Jesús, fueran perseguidos por el Imperio. Suponían un peligro para su ideología, que era lo que mantenía unido el Imperio. Así se comportaban los primeros cristianos y así crearon su propia teología de la paz y la justicia. Por ello necesitaron toda una reflexión que opusiera el evangelio de Jesús al evangelio del Imperio. Si el Imperio considera al César Hijo de Dios, porque es el representante de la voluntad divina, los cristianos lo afirman de Jesús. Si el Imperio considera al César Señor del mundo, los cristianos llaman Señor a Jesús, pues es el que gobierna el mundo con mansedumbre y amor. Si el Imperio llama pax a la violencia con que somete, los cristianos se darán la pax christi que no se obtiene por la violencia. Si el Imperio cree en la expiación por medio del sometimiento al César, los cristianos afirman la expiación por medio de la víctima ejemplar del Imperio: Jesús, víctima perfecta que reconcilia a los hombres sin la violencia de la guerra.

1 comentario:

M. Gelabert dijo...

Esa retraducción que tú haces del texto del himno de la carta a los filipenses, tiene una base directa en las propias palabras de Jesús: sabeis que los príncipes de las naciones las tiranizan y encima se hacen llamar bienhechores, pero entre vosotros ¡nada de eso!. A mi entender, en cada página de los evangelios pueden encontrarse serias advertencias contra el poder y su otra cara, que es el dinero: no podeis servir a Dios y al dinero; no podeis servir a Dios y al poder. Son incompatibles porque lo que es estimado por los hombres es aborrecible para Dios (palabras también atribuidas por Lucas a Jesús, cito de memoria). Sin duda a la hora de hacer aplicaciones concretas de esta orientación normativa habrá que precisar muchas cosas, pero sin desamortizar la orientación fundamental.

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