Frank Capra nos ha legado una serie de películas donde sus personajes resultaban ingenuos e incluso infantiles cuando se les compara con los personajes «reales» que también nos muestra. El protagonista de Juan Nadie y El secreto de vivir, con Gary Cooper o el de Qué bello es vivir, con James Stewart, o la disparatada familia de Vive como quieras, son algunos ejemplos. Gente «buena» —en el sentido machadiano de la palabra— que vive en un mundo desquiciado, preocupado por las cuestiones más crematísticas: dinero, poder, prestigio… pero en absoluto interesados en encontrar el lado humano de la vida, la manera más normal de ser hombre. De ahí se deriva su ingenuidad o infantilismo, del choque brutal de una realidad que es y no debería ser con un vivir que debe ser y sin embargo no se da. Si la tragedia griega nace del conflicto entre la necesidad y la casualidad, la comedia de Capra nace del conflicto entre la realidad y la bondad. Sus personajes mueven a risa y producen compasión, aunque también recaban de nosotros un verdadero asentimiento a su forma de ser.
Hay una cinta de Capra que no encaja en el molde de las otras, que es, precisamente, su reverso. Arsénico por compasión (Arsenic and Old Lace, 1944) es un film formalmente idéntico a los otros. Tenemos una familia que habita en una casa de la zona acomodada de Nueva York, que entra en contacto con la realidad externa y se produce la síntesis entre ambas realidades. El protagonista vive con sus dos tías solteronas en un buen barrio de Broocklin. Se dedica a la crítica teatral y a escribir libros contra el matrimonio, pero lo contrae con la hija del pastor de la comunidad. Sus tías viven tranquilamente con un hermano que sufre un tipo de demencia que le hace creerse el presidente Roosevelt. Esta familia tan normal guarda un macabro secreto. Desde hace unos años las hermanas solteronas —samaritanas modernas— se han dedicado a «ayudar a dejar esta vida de sufrimiento» a los mendigos que llegaban pidiendo a su casa. Les invitaban a comer como un acto de caridad, informándose detenidamente si la víctima tenía a alguien en el mundo, si no lo tenía le proporcionaban una bebida a base de vino, licor de arándanos y arsénico. Una vez que el infeliz había muerto llamaban al hermano y le comunicaban que «había caído otro debido a la malaria». Él, inmediatamente bajaba al sótano para excavar otra exclusa para el canal de Panamá (trasunto del patio trasero), lugar que era aprovechado para enterrar al fallecido.
La familia que nos presenta Capra es la perfecta imagen de la sociedad americana de su época. Puritanismo externo, cumplimiento de los convencionalismos sociales y buena relación con los poderes fácticos. Pero debajo de esta fachada se encuentra la verdad oculta. Dos ancianas reprimidas que encuentran sentido a su existencia «ayudando» a otros a dejarla. Dos ancianas que sufrieron una juventud de sometimiento y violencia que se refleja en la cicatriz dejada por su padre en el cuello de una de ellas cuando quiso estrangularla. Una violencia que se ha transmitido familiarmente a los dos sobrinos. Uno que ya conocemos, se dedicaba a despotricar contra lo más sagrado de la sociedad hasta que ésta le paga adecuadamente (matrimonio con la hija del pastor); el otro, que aparece mediada la cinta, un convicto fugado que quedó marcado por la violencia familiar desde la infancia y siempre fue un delincuente. Ha vuelto para esconderse en la decente casa de sus tías por considerarlo lugar seguro para hacerse una operación facial que le cambie el rostro y no lo pueda encontrar la policía. Es ya la enésima operación que le realiza un médico que le ha ayudado a escapar. Su rostro es similar al de Frankesntein, un mosaico nada agradable.
El único que es realmente lo que parece es el hermano fugado de la cárcel, él es verdadero, pero su verdad es una verdad marcada por aquella otra verdad oculta familiar, de modo que su verdad está viciada por una maldad originaria. El pastor, los policías y el médico, los tres representantes del sistema: fe, razón y ciencia, se limitan a mantener la mentira o directamente a producirla, como el caso del médico. El poder, representado en la figura del hermano demente que se cree el presidente, tiene la función de mantener la verdad aparente.
Puede ser que Capra quisiera hacer una sátira de la historia americana y su American way of life, pero también resulta una patentización de eso que llamamos «verdad profunda». Es muy fácil que la verdad profunda resulte sinónimo de verdad oculta y por tanto encubridora y veladora de su propio ser. No cabe la posibilidad de una verdad profunda, si hay verdad debe ser patente, pero como demuestra el film de Capra, toda verdad esconde algo siniestro. Cuando las cosas están muy claras es que algo no funciona.
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