Parece que al final la Biblia no iba tan desencaminada. La misma ciencia, por medio de la genética, prueba que todos los seres humanos procedemos de un mismo individuo, o grupo, que partió de África hace unos cincuenta mil años. La única diferencia es que ese Adán es negro y no el atlético efebo que nos representan en las imágenes pictóricas. No se trata de ningún tipo de concordismo, por supuesto que el relato del Génesis sigue siendo una preciosa metáfora que nos indica la comunión de toda la humanidad, para lo bueno y para lo malo, debido a su común procedencia de un ancestro único. A nadie se le ocurre hoy afirmar que Adán y Eva fueron dos seres humanos de carne y hueso que vivieron al principio de los tiempos, eso sería erróneo tanto en lo científico, porque está demostrado y porque no es la intención del texto sagrado, como en lo teológico, porque no es función del texto explicar el origen histórico. Antes bien, el texto bíblico nos muestra cómo todos somos partícipes de este mundo y corresponsables de la creación. El origen del mal y la procedencia de todo de Dios mismo son las dos intenciones básicas del texto del Génesis (recomiendo las hermosas páginas que ha escrito Martín Gelabert en La astuta serpiente, Estella 2008).
Lejos quedan ya las explicaciones que en 1860 daba el clérigo Samuel Wilberforce en el Museo de la Universidad de Oxford para defender el texto literal del Génesis contra la teoría de la Evolución de Darwin. Su discurso, elocuente y acalorado, convenció más por la evidencia de que nadie quería estar emparentado con un mono, que por demostraciones convincentes. Llegó, incluso, a fechar el día y hora de la creación con una exactitud y puntualidad británica. Dios no madrugó mucho, a las nueve de la mañana del día 23 de octubre del año 4004 antes de Cristo, se pronunció el famoso fiat lux. Este magno error se une a otros del mismo tenor, como el hombre de Piltdown, debidos al celo literalista en la interpretación bíblica, errores de los que hoy aún no nos libramos. Sin embargo, lo que nos ofrece la ciencia resulta mucho más razonable, más hermoso y más cristiano que algunos dogmas aún vigentes que, bien por miedo o bien por desidia, siguen siendo moneda común en el gremio cristiano. Va siendo hora de poner el reloj del dogma en hora con el teológico.
La teoría del Adán negro, emparentada con la de la Eva negra, la aporta Spencer Wells, genetista y profesor en la Universidad de Oxford. Su libro El viaje del hombre. Una odisea genética, México, D. F., 2007, nos muestra lo que ya ha dejado de ser hipótesis para pasar a ser una verdad científica. El estudio del cromosoma Y, que sólo lo tienen los hombres, por ello lo del viaje del hombre, demuestra que todas las poblaciones de la tierra tienen una procedencia común registrada en la zona sur del Valle del Rift en África hace unos cincuenta mil años. Los análisis del ADN realizados a individuos de todos los grupos humanos del planeta permiten, mediante el estudio de los marcadores genéticos, determinar sin margen de error, la relación que existe entre los distintos grupos humanos. Como se ve en la imagen que acompaña el post perteneciente a las páginas 190-191 del libro de Wells (recomiendo ampliar imagen), los distintos grupos, identificados por sus marcadores del cromosoma Y, coinciden en el grupo con marcador M168, que es el marcador común a todos. Los europeos, por ejemplo, provenimos de un grupo cuyos ancestros emigraron hace 30.000 años desde Kazajstán. Sus descendientes viven hoy allí y poseen el marcador M45, pero llegaron de una emigración de Persia cinco mil años antes (M9), que a su vez procede de una emigración del norte de la península arábiga cinco mil años atrás (M89) y que proviene de la salida originaria de M168 hace cincuenta mil años. Este rastro puede realizarse con todos los grupos humanos. Por tanto, todos somos genéticamente hermanos e hijos de un mismo ser.
Hace apenas 2.000 generaciones, todos estábamos en África, apunto del primer gran éxodo de la historia humana hacia la conquista de la tierra y la creación de un mundo verdaderamente humano. Fuimos expulsados del paraíso africano por unas condiciones climáticas adversas y no nos quedó más remedio que adaptarnos, evolucionar y trabajar por ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente, aunque algunos siguen ganándoselo con el sudor del de enfrente. La lengua originaria, que aún hoy hablan los bosquimanos, la tribu descendiente de aquellos que se quedaron en África, se fracturó en cinco mil lenguas, y ahora el reto es reconstruir aquella unidad originaria mediante la riqueza que la diversidad nos ha aportado. Pentecostés nos espera, la Resurrección está cerca, la Parusía no se hará esperar.
2 comentarios:
Gracias Bernardo por la alusión que haces a mi libro. Estoy totalmente de acuerdo en que, desde el punto de vista genético, todos los seres vivos estamos emparentados y, por supuesto, que no hay más que una única raza y familia humana. Las consecuencias que de eso se derivan es lo que debe ocuparnos y preocuparnos: si hay un origen común, todos somos hermanos. Y, según la fe cristiana, todos hijos de un mismo Padre. Hay también un común destino y eso deberia traducirse en solidaridad a todos los niveles. O nos salvamos todos, o aquí no se va a salvar nadie. Y eso es verdad no solo desde el punto de vista escatológico, sino desde el punto de vista más inmediato y terreno. Si queremos sobrevivir es necesario que nos apoyamos de verdad los unos a los otros.
Personalmente, no creo que el punto de vista genético tenga que determinar el hecho de que formemos una "familia humana", como muy bien denomina el señor Gelabert. Vamos en el mismo barco, independientemente de nuestros genes o de nuestros orígenes, y lo verdaderamente hermoso sería que fuesemos capaces de formar una gran familia, a pesar de todas la diferencias que pudieran separarnos. Lo bonito, creo, no es tanto lo que nos viene dado, como lo bueno que seamos capaces de crear. Saludos.
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