Creo que el libro tiene unos puntos fuertes que se compendian en la solución a las aporías que las ciencias plantean al dogma católico tal y como está planteado. Esta solución parte de una afirmación fundamental y es que los dogmas no son la verdad en sí sino expresiones más o menos acabadas de una verdad fundamental, de ahí la necesidad de seguir reformulando los dogmas. De lo contrario caeríamos en un literalismo dogmático muy peligroso que el cardenal Walter Kasper criticaba justamente en 1967 con una afirmación que hoy puede parecer escandalosa: “no creemos en dogmas, sino en Dios”[2]. Estos dogmas que no pueden ser sostenidos y que hay que replantear son el del origen divino inmediato del alma sin participación de los padres, el del pecado original como un estado de enemistad con Dios desde el nacimiento, el de la resurrección de la carne y el de la condenación eterna al infierno como estado insuperable. Según el autor, todos ellos contradicen lo que la ciencia nos puede decir hoy del hombre, pero también contradicen la razón misma y la más pura teología cristiana.
Contradicen la ciencia porque la existencia del alma y su origen hay que buscarlos en causas naturales, de lo contrario son muchos los problemas que habría que explicar, empezando por el de las personas que nacen directamente deficientes y continuando por aquellas que sin limpieza de ese supuesto pecado han llevado una vida que puede ser llamada santa. También contradicen lo que hoy se investiga sobre el cerebro, en especial las neuronas espejo, que parecen las responsables de lo que el hombre es filogenética y ontogenéticamente. Lo que llamamos alma está tan enraizada en nuestro cerebro que si extirpamos la región prefrontal ventromediana[3] se pierde la capacidad de tomar decisiones y prever nuestra vida, una capacidad que es indispensable para que se dé una vida humana verdadera. De la misma manera, lo que conocemos como alma, no sería sino una realidad potencial en el Sapiens y sólo puede desarrollarse con el contacto con otros, es decir, que necesita de cierta imitación, como reflejan las neuronas espejo. Si no vemos a otros hacer algo, no sabremos hacerlo; si no oímos hablar, no aprendemos a hablar; si no podemos hablar, no razonamos y perdemos la posibilidad de la realidad espiritual. Como se ve, todo nos conduce al surgimiento del alma desde la realidad natural, la acción de Dios hay que buscarla en las causas segundas, no en intervenciones directas que complicarían más que explicar el origen del hombre.
El libro de Mancuso es inagotable y hemos de volver a él para realizar una refundación de la dogmática católica. Aunque hay elementos de esta obra que no puedo aceptar, en conjunto es imprescindible para entender la fe hoy. Volveremos sobre él.
[1] Vito Mancuso, El alma y su destino, Tirant lo Blanch, Valencia 2009.
[2] Walter Kasper, “Geschichtlichkeit der Dogmen?” Stimmen der Zeit 179 (1967) 401-416.
[3] Cf. Antonio Damasio, El error de Descartes. La emoción, la razón y el cerebro humano, Crítica, Barcelona 2008, 53.
1 comentario:
Querido Bernardo: estoy dando unos Ejercicios en Arenys de Mar y mi acceso a internet es limitado. De todos modos sepas que de vez en cuando entro en tu blog, aunque el mío esté de vacaciones. No conozco este libro del que das noticia, pero me ha interesado lo que dices. Dos apostillas, si me permites, recurso literario porque sí me lo permites: Ya Tomás de Aquino decía que el acto del creyente no termina en el enunciado sino en la Realidad divina al que el enunciado dogmático se refiere. En este sentido Kasper es tomista. Y sobre las causas segundas como mediaciones para la aparición del alma, hay un texto poco conocido de Juan Pablo II que dice que son los padres los que transmiten la imagen de Dios en la nueva creatura. Si transmiten la imagen (o sea lo más), seguro que también transmiten el "soporte" que hace posible la imagen, o sea, lo que se ha dado en llamar "alma", sin entrar en más precisiones sobre el término. Saludos Bernardo.
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