lunes, 7 de diciembre de 2009

Del teísmo a la idolatría

David Hume nos ha legado innumerables perlas en un pensamiento preciso y variado, entresacamos hoy alguna de esas perlas de la obra que he publicado sobre este escocés, padre del escepticismo moderno y tío del liberalismo. De entre las joyas de su pensamiento está su exposición sobre el origen de la creencia religiosa. Hume atribuye la creencia en seres divinos a causas y principios que se derivan de nuestra naturaleza humana. Para él está claro que la creencia en una inteligente potestad invisible ha sido siempre muy generalizada entre la especie humana en todos los lugares y en todas las épocas, sin embargo, no ha sido uniforme en lo que respecta a las ideas que ha sugerido. Por ello va a investigar la variedad de pueblos para obtener una idea de cuál pueda ser la originaria manifestación religiosa. Esta investigación da como resultado, para nuestro filósofo, que el politeísmo como atestigua la historia –pero también como resultado de sus prejuicios ilustrados– tuvo que ser la religión primera de la humanidad. Esto se hace más palpable por el hecho de que el progreso del pensamiento humano se hace siempre de lo inferior a lo superior, de lo más imperfecto a lo perfecto, así las ignorantes multitudes tuvieron que adoptar primero una noción tosca y familiar de los poderes superiores, antes de alcanzar la idea de un Ser Supremo, ordenador de todo el sistema de la naturaleza.
Por tanto es el politeísmo el primer sistema religioso, pero lo que interesa es saber cómo surge la religión, aunque sea politeísta. Surge de la preocupación por los sucesos de la vida y de las incesantes esperanzas y temores que genera, sobre todo estos últimos. Así ya tenemos un punto de partida: el miedo es uno de los orígenes de la religión en la naturaleza humana, el otro es el asombro ante la maravilla de la Creación. Aquellos bárbaros, con sus estrechas capacidades, preocupados y agobiados por la muerte, la venganza, la comida y otras necesidades, escudriñan con temblorosa curiosidad el curso de las causas futuras examinando los diversos y contrarios sucesos de la vida humana. Y en este inquieto escenario, con ojos aún inquietos y asombrados, ven las primeras, oscuras trazas de divinidad.
Son las causas desconocidas las que se convierten en objeto de las esperanzas y miedos de aquellos hombres, asignando tantas deidades como causas hay que les provocan miedo o que les inducen a esperar. Aquí surge también otra de las características de la religión en el hombre, es la tendencia a transferir a esas causas cualidades que nos son familiares, incluso imagen humana, lo que conocemos como antropomorfización. La tendencia es convertir a la divinidad en un ser tiránico y despótico que actúa a su antojo sin tener en cuenta a los seres humanos, es más, burlándose de ellos y exigiendo sacrificios y sometimiento, y el alma, hundida en la desconfianza, el terror y la melancolía, recurre a todo posible método que logre aplacar a esos secretos poderes inteligentes de los que suponemos depende enteramente nuestra suerte. Así se fundamenta la práctica religiosa, como un intento del ser tembloroso por aplacar a esas causas desconocidas, o atraer su favor: surge la devoción.
Esta devoción, que se tiene por todas las deidades en cualquier grupo humano, tiende a ser mayor, debido a circunstancias concretas, por una de las diversas deidades. Ya sea por que esa deidad representa un bien muy necesario, o al contrario, un mal muy dañino. La cuestión es que sus devotos intentarán por todos los medios insinuarse en su favor, no escatimarán elogios y exageraciones, irán inventando nuevas formas de adulación, hasta llegar a la infinitud, más allá de la cual no cabe ulterior progreso. Llegamos así al teísmo desde el politeísmo, habiendo pasado por el henoteísmo, los tres pasos progresivos de todo grupo humano en la religión, al decir de Hume.
Pero la cosa no queda aquí. Al haber elevado tanto a la deidad, se la ha alejado demasiado como para que pueda atender los ruegos. Sus devotos la sienten muy lejos y surge la necesidad de intermediarios: semidioses que, ahora, están demasiado cerca de los hombres, se convierten en los objetos de la devoción y volvemos a caer en el politeísmo, más exactamente, en la idolatría. Así se produce un flujo y reflujo entre politeísmo y teísmo que degenera finalmente en idolatría.
Por tanto, el miedo, la esperanza y la contemplación de las maravillas de la creación son el origen de la religión en el hombre. Las dos primeras causas engendran el politeísmo, la última, una creencia en una deidad creadora y soberana del universo. El politeísmo exige la devoción cuya madre es la ignorancia, y cuyo hijo es la superstición y el fanatismo. Este proceso se convierte en un bucle que lleva a la humanidad de lo imperfecto a lo perfecto, para recaer otra vez en la imperfección, pero ahora peor, de la idolatría. No es difícil ver el símil con la religión cristiana. Se pasa del teísmo al politeísmo de seres intermedios y se degenera en la idolatría. Como Hume tiene en esto toda la razón, siempre es necesaria la crítica profética para depurar toda religión, también la verdadera.

2 comentarios:

Martín Gelabert dijo...

Como siempre una reflexión interesante la tuya. Algún comentario por mi parte. En primer lugar un asunto menor que confirma en parte lo que dices sobre la primacía del politeísmo: los patriarcas bíblicos, Abraham por ejemplo, no eran monoteístas, en todo caso Abraham fue monolatra. Pero yendo al fondo del asunto que planteas me pregunto si no habría que investigar las posibilidades a una alternativa al origen de la religión. Al margen de las correlaciones que pueda haber entre religión y miedo, sentimientos de dependencia, suspiros de la criatura oprimida o deseos ilusorios de protección paterna, la cuestión sería si más profundo que todo esto no habrá algo en la estructura personal del hombre que explique el hecho y el sentimiento religioso. Por ejemplo, la religión como expresión de la estructura autoconsciente y relacional de la persona.

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Estoy convencido, Martín, de que la religión está en los genes mismos del ser humano, por decirlo de alguna manera. No se trata del miedo o de la admiración, hay algo más profundo. Al final de mi reflexión sobre Hume queda que la religión es un índice de humanidad y una especie de estructura natural que suple las enormes carencias de este "mono desnudo". Creo que eso mismo está latente en Hume cuando habla de la "naturaleza humana", pero él no supo o no pudo verlo. Si algo aporta mi libro es ese avance sobre Hume y sobre toda una corriente científica actual: el hombre tiene en sí mismo como marca de fábrica el deseo de búsqueda de sentido. A esto se le puede llamar metafísica y también religión, ambas nacen de la naturaleza humana.

Gracias por tus precisas intervenciones.

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