Al hilo de la celebración de la feria ARCO, recupero unas reflexiones que he publicado en algún artículo sobre la postmodernidad en relación a la obscenidad del hombre postmoderno. Entiendo el término obscenidad en un sentido casi etimológico: lo que está fuera de escena. De esta manera, y de la mano de Baudrillard, veníamos a prefigurar hace unos años esto que vemos cada vez más claro hoy día: que el hombre está siendo sacado de sí mismo hacia una nada que lo borra de la escena del mundo.
El universo doméstico ha sido convertido en el universo total y las grandes estructuras humanas reducidas al ámbito de lo pequeño, concreto, local. El cuerpo humano, el medio natural y el mismo tiempo tienden a desaparecer de la mano de los media y la publicidad[1]. El espacio público es monopolizado de modo que no es un espectáculo en el sentido tradicional, sino que se torna el lugar donde vivir por excelencia. Mientras, el espacio privado deja de ser un secreto para convertirse en el espectáculo por excelencia. Lo que tenemos como resultado es una obscenidad global «donde los procesos más íntimos de nuestra vida se convierten en el terreno virtual del que se alimentan los medios de comunicación».
La ruptura de los órdenes privado y público, es más, la confusión de ambos, nos lleva a la pérdida de la alienación del sujeto. En la modernidad el sujeto era alienado en la misma diferenciación de espacios –virtudes públicas, vicios privados–, pero en la postmodernidad, la confusión de espacios lleva a la desaparición de la alienación y la consiguiente futilidad de una lucha por romperla. Lo que realmente se da es la obscenidad que empieza cuando no hay espectáculo, cuando todo se vuelve transparente y visible de inmediato, cuando todo queda expuesto a la luz de la comunicación y la información, de modo que «ya no formamos parte del drama de la alienación; vivimos en el éxtasis de la comunicación». Este éxtasis obsceno de información y comunicación lleva a la pornografización del ámbito social. Todo es pornografía, no solo sexual, que en internet ocupa el cincuenta por ciento de los webs, sino también informacional, comunicativa y social. No es la obscenidad tradicional de lo oculto, reprimido o prohibido; se trata de la obscenidad de lo visible, de lo que se ha hecho transparente y no puede contener secreto alguno.
El hombre obsceno postmoderno queda sometido a los estímulos informacionales que le suscitan los media, y no es capaz ni de salir de la situación estimúlica ni de responder a ella cabalmente, con ello queda expuesto a una ruptura de su ser íntimo y de lo más propio de esta intimidad: los afectos. Nada hay que enraíce al hombre postmoderno, puesto que todos y cada uno de los afectos que configuran su ser han sido arrancados para colocar en su lugar las más burdas pasiones. Es un caso que cualquiera puede comprobar, cada vez cuesta más que las personas se sienten serenamente a contemplar, apreciar el arte, la naturaleza, o reflexionar concienzudamente. Los que tenemos responsabilidades docentes somos muy conscientes de esta situación. No se da por casualidad sino debido a que el espíritu humano está siendo sustituido paulatinamente por una maraña de pulsiones que no pueden ser manejadas por unos seres humanos a los que se ha quitado el objetivo y la guía vital. De lo que se trata es de satisfacer los deseos lo más rápida e intensamente posible.
El hombre obsceno postmoderno es una creación concienzuda de este mundo globalizado donde los únicos intereses son los del mercado. El arte no va más allá de la mercantilización misma y ha perdido la capacidad de ser vehículo de humanización, como tristemente vemos en la instalación que Murcia aporta a ARCO.
[1] Jean Baudrillard, «El éxtasis de la comunicación», en Hal Foster (Ed.), La postmodernidad, Kairós, Barcelona, 2002, 190.
3 comentarios:
No sé si viene muy a cuento lo que voy a decir, pero tu reflexión sobre lo privado hecho explícito y puesto sobre la escena, en la que nada hay oculto (estoy de acuerdo con el análisis) me ha llevado a una reflexión un poco más "espiritual" (aunque siempre cabe preguntar qué es eso de más espiritual, porque todo viene del espíritu): lo que ahora está de moda es la confesión pública de los pecados, en la televisión, en los medios; una confesión en la que no hay ningún arrepentimiento, ninguna referencia a Dios. Solo referencias al dinero que se va a cobrar por contar tanta miseria y tanto pecado.
Has dado en la diana de lleno, Martín. La mayor "obscenidad" de todas son esos programas del "corazón" donde se destripa la intimidad del que allí se presenta. Lo que por su propia esencia debe ser privado, de ahí la confesión privada de los pecados, se hace público, pero sin ningún rubor. Como digo últimamente, estamos en una sociedad donde se presume del pecado, como la avaricia que nos tiene viciados.
¡ Que modelnos semos, oiga, en Arco !. Todo es arte, hasta la provocación de la foto, cuadro que se ha vendido por 50000 euracos de nada. Y va el autor y dice que está en la linea de lo de alianza de civilizaciones. Manda h*evos !! Tod se compra y se vende. Todo tiene su precio, religiones incluidas.
Publicar un comentario