El actor estadounidense, Leonardo DiCaprio, presentó en 2007 una película-documental sobre los efectos del modelo de vida actual sobre el planeta. En ella se hace un repaso por los males que estamos infringiendo a la vida en la tierra. Nos encontramos ante el colapso de la civilización tal y como la conocemos hasta ahora. Por poner unos ejemplos podemos aprovechar los datos documentados con imágenes de cómo la industria pesquera a gran escala es capaz de extraer ingentes cantidades de peces con los sistemas de deriva, de los cuales se devuelven, muertos, el 60% a los océanos, por lo que se calcula que en 2050 los océanos estarán virtualmente muertos. O también, cómo somos capaces de modificar el ADN de los alimentos con la única intención de poder utilizar más pesticidas; se incluye también un análisis bastante profundo sobre cómo la geopolítica del petróleo está modificando las relaciones políticas y económicas a escala planetaria y la imposibilidad de seguir al ritmo del consumo actual, parecemos un ser que se auto devora: a más consumo, más extracción de petróleo y más contaminación. Somos verdaderos depredadores del planeta, esta es la conclusión a la que llega el documental, como casi todos los informes realizados desde dentro del orden capitalista. Por ello las soluciones que proponen no pasan de ser meras anécdotas que no resolverían el verdadero problema: la voracidad del modelo económico, basado en la reproducción ampliada o crecimiento constante. Todo el mundo puede entender que en un planeta finito no puede darse un crecimiento económico infinito, y sin embargo es esto lo que supone el capitalismo.
Es falso que seamos "los hombres", así en general, los causantes de la destrucción del planeta. Los más de mil millones de hambrientos poco tienen que ver con esto; los cuatro mil millones que viven en la pobreza o miseria tampoco; los que estamos atrapados en las redes de la sociedad de consumo, somos incapaces de hacer otra cosa que colaborar vellis nollis; por tanto, es el modelo económico el que hay que cambiar. No se trata de sustituir los vehículos contaminantes por otros "ecológicos", sino avanzar rápidamente hacia un modelo de transporte colectivo y ecológico; no se trata de llevar a cabo una utilización racional de la energía, sino de reducir drásticamente el consumo energético; no se trata de ser más selectivos a la hora de producir carnes y obtener el pescado, sino de reducir su ingesta en los países enriquecidos, donde el consumo de carne por persona y año supera los 100 kilos, siendo esta cantidad insostenible a nivel planetario y nada recomendable dietéticamente.
Quiero creer que aún estamos como los obreros de la hora undécima que cita Jesús en el Evangelio. Aunque falta poco para que termine la jornada, aún podemos ponernos manos a la obra y el salario sería el mismo: salvar la civilización humana. Todos los indicadores demuestran que el daño ya es irreversible, pero aún estamos a tiempo de evitar lo peor, aún gozamos de una prórroga, pero seguramente no habrá más, aprovechémonos de esta circunstancia y hagamos todo lo posible por cambiar nuestro mundo, por cambiar nuestra mente. En el lenguaje evangélico se llama a esto metanoia y Reino de Dios.
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