Un amigo, René Cea, mi querido médico, como decía Pablo de Lucas, se marchó con su mujer a Alemania y allí ha nacido Pablo. La experiencia, me cuenta en un correo cargado de reflexiones, ha sido maravillosa, pero también le ha suscitado profundos interrogantes que plasma en magníficos párrafos de los que me he permitido extractar uno. Por su contenido se puede ver que la experiencia de la paternidad le hace al cristiano ir más allá de sus límites y romper cualquier mismidad egolátrica que lo encierre en sus estrechos límites y lo abre a la dimensión del absoluto como amor que se entrega. En el párrafo siguiente reflexiona René sobre las consecuencias que tiene la Nueva Creación, me recelo yo que al calor de la experiencia con su recién nacido vástago:
"Pienso la nueva creación como una transfiguración sacramental del mundo, los sacramentos son tales en la medida en que podemos reconocer en ellos la Substancia, la otredad del Otro inalcanzable; los sacramentos son mirabilia. Me he dado cuenta que en la globalización algo no ha dejado de ocurrir, esto es la transustanciación; el acto sacramental por el que el pan y el vino son el cuerpo y la sangre de Cristo, se ha extendido a cada cosa del medio en que vivimos, nos hemos rodeado queriéndolo o no de sacramentos. Por eso pienso que en el fondo no se trata de aplicar el mal menor y consumir productos ecológicos por muy “justo” que sea el comercio, sino de asumir el mal mayor acudiendo al acto sacramental por el que el ordenador desde el que estoy escribiendo pasa a ser el cuerpo y sangre de los miles de millones de personas que pierden su espíritu y su vida en él. Los mismos objetos que nos atrapan bajo la égida del consumo capitalista pueden hoy ser transustanciados y convertidos en sacramentos que devuelvan el Deseo al corazón del hombre. Estos “nuevos” sacramentos podrían ser los sacramentos que nos lleven a la Nueva Creación, porque nos permiten rebelarnos contra el mal no en el sentido de luchar contra el mal, sino como la sublimación de este en el amor, que nos permite trascender nuestra mismidad postmoderna para vivir más acá (porque nos acerca a lo que realmente somos) del bien y del mal, en el servicio y la entrega oblativa a ese otro que es el referente del Otro cuya otredad es el origen de nuestra verdadera mismidad".
Me parece maravilloso cómo puntualiza René el hecho de que el mal que se nos da en el mundo globalizado sólo puede ser redimido si es asumido. Únicamente siendo conscientes de nuestra participación en el mal del mundo podremos redimirlo. Los productos de la sociedad postmoderna son "sacramentos" del pecado, por decirlo así, de este mundo. En ellos se produce la transustanciación de la humanidad en productos consumibles, destruibles. Vivir así este mundo es ya una manera de salvarlo. Gracias a consideraciones de este tipo podremos salir del marasmo en que nos ha metido el proceso globalizador en que nos vemos.
Con afecto para René y su familia.
2 comentarios:
El maravilloso y siempre nuevo misterio de cada nacimiento es uno de los mejores signos de la presencia de Dios en el mundo. La vida sigue, a pesar de todo y con ella renace la esperanza contra toda desesperanza. La paternidad-maternidad, que solo desde el amor es verdadera, encuentra ahí la mejor garantía de ser transmisora de la esperanza divina que es la vida. Desde Lisboa un abrazo para tí y mi enhorabuena al hijo de René por tener los padres que tiene.
Fue una sorpresa y una alegría que mis reflexiones me lleven nuevamente a involucrarme en este Blog. Pero debo decir que mi reflexión bien podría considerarse un vástago de lo que se expresa aquí, porque sin este seguramente no llegaría a las conclusiones que estoy llegando. Gracias Bernardo, porque esto hace que me sienta aún más comprometido en la cosntrucción de la utopía. Sirva esta intervención también para animar a Martín, que sé que estás en los fundamentos de lo que se escribe aquí; a Desiderio, sin el cual esto tendría menos chispa; e igualmente a todos los lectores y comentaristas que posibilitan la existencia de este espacio. Gracias a todos. René Cea
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