Llevo algunos días observando los acontecimientos para ver si el milagro se produce, pero nada, nunca hay milagros, ni siquiera los viernes. Qué le vamos a hacer, la realidad es así de tozuda. Los líderes mundiales reunidos en Toronto (ciudad que permite un gracioso juego de palabras) han acordado que no se puede poner una tasa a las transacciones financieras ni a los bancos, que tampoco se pueden poder normas que limiten la circulación del capital y que los responsables del sector financiero serán capaces de regularse ellos solitos. Claro que así expuesto sí que suena a milagro. Porque ahora sólo un milagro puede evitar que el mundo caiga en una quiebra brutal de la economía real que se lleve por delante los ingresos de miles de millones de seres humanos. No hace falta ser profeta para prever los acontecimientos: si los que controlan los capitales financieros no tienen incentivos para frenar las especulaciones, seguirán haciéndolo y llevarán la economía hacia burbujas cada vez mayores. La última burbuja que inflaron, muy inteligentemente por su parte, fue la de la deuda pública. Primero consiguieron que los estados financiaran la quiebra de las sociedades de inversión para, acto seguido, comprar con el dinero donado la misma deuda que los estados emitieron para rescatar a los bancos. Una vez que tenían la deuda, especularon contra ella con el fin de obtener más ganancias y de llevar a los estados al borde de la quiebra. Para ello, se escenificó la quiebra de Grecia y la posible de España. Una vez convencida la opinión pública de las nefastas consecuencias de la deuda pública, se exige a los países que la reduzcan, pero para ello no se toman las medidas lógicas: aumento de impuestos de los capitales y recorte de las prebendas privadas, sino que se exige y consigue una "desconstrucción" del estado social que lleva más de cincuenta años construyéndose en Europa.
La próxima burbuja es la de las quiebras sistémicas de los estados. La única forma que tiene el capital especulativo de elevar su tasa de ganancia es destruir, se trata de un capital, como todo capital, vampiro: no tiene vida propia y ha de vivir de la vida de otros. Hay dos formas de destruir. Una mediante la guerra, y ya hay muchas en el mundo que permiten generar ganancias con la destrucción; otra mediante la especulación contra los estados. El siguiente paso es intentar destruir los estados con el fin de sacarles la máxima riqueza posible.
Ahora mismo hay seis grupos de "capital riesgo" que están tomando posiciones contra los estados europeos. La única forma de frenarlos habría sido aprobar leyes que impidan la especulación, como por ejemplo, algo tan simple como prohibir la compra en descubierto de deuda pública o poner una tasa a las transacciones de capital. Pero ni para algo tan simple y que salvaría la economía real, se han puesto de acuerdo.
Estas reuniones de los líderes mundiales muestran a las claras que no son sino títeres en manos del Capital y que es éste el que gobierna el mundo. Creo que las personas de bien deberían dejar de creer en los milagros y empezar a creer en las revoluciones, porque ya sólo una revolución del sistema social y económico nos puede salvar de una catástrofe inminente. Se trata de que no nos dejemos engatusar por los cantos de sirena que nos llaman al conformismo y a la aceptación de todas las medidas que nos están imponiendo como si fuesen inevitables, algo así como fenómenos de la naturaleza. No seamos tan to(ro)ntos como nos hacen creer.
1 comentario:
La pregunta ingenua del que nada entiende es: ¿por qué no se puede poner una tasa a las transacciones financieras y a los bancos? ¿Por qué el único modo de financiar el deficit público es vendiendo deuda pública en los mercados financieros? ¿Por qué no se puede conseguir el dinero poniendo impuestos al sistema financiero en vez de pedirle que compre deuda pública? No olvidemos que el gasto público sirve para pagar escuelas, hospitales, carreteras, pensiones, subsidios de paro.
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