Una de las figuras literarias que pueden ser utilizados con mesura para conseguir un efecto en el lector es el oxímoron: combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido. Con esto, el escritor puede ampliar el lenguaje con el fin de cumplir su objetivo que no es otro que expresar la realidad. Hoy sucede algo así, pero con la misma realidad, es la propia vida la que se está convirtiendo en un oxímoron. Dicho de otra manera, la realidad es a la vez aguda (oxys) y roma (moron), afilada y estúpida. Podemos verlo, por seguir con el post The final countdown, en lo que sucede con las arenas bituminosas de Canadá. En una extensión como Andalucía se están extrayendo las arenas bituminosas de las que se extrae petróleo después de un laborioso proceso de refinamiento. Para su extracción hay que talar los bosques y quitar la primera capa de tierra fértil con el fin de llegar a las arenas que contienen el precioso elemento. Grandes maquinarias de miles de toneladas de peso se encargan de arrancar estas tierras y transportarlas hasta los lugares de refinado. Una vez allí hay que utilizar cinco litros de agua por cada kilo de producto a refinar y todos los lodos van a parar a los ríos y al mar. La contaminación se extiende al hielo y a la nieve, por lo que estos adquieren el color propio del oro negro, mientras que las arenas bituminosas se convierte en petróleo listo para su uso. El proyecto incluye extraer todas las arenas y, con posterioridad reponer los bosques, dentro de 75 años. Como diría el otro, para entonces todos calvos. Mientras lo que tenemos es contaminación y destrucción del medio marino que limita con el lugar.
Por otro lado, nos encontramos con el problema, ya acuciante, del calentamiento del planeta producido por el cambio climático, cambio que sólo niegan los cegados por intereses y los necios. Algunos, más avispados, prefieren reconocerlo, pero de forma que nada cambie. Bill Gates, por ejemplo, está financiando un proyecto que, en sí mismo, supone el reconocimiento de nuestra impotencia. Se trata de inyectar agua de mar en las nubes para blanquearlas, consiguiendo con esto que las nubes oceánicas reflejen más luz solar y así enfriar el planeta (ver la imagen). Puede parecer una locura, pero no nos equivoquemos, es una barbaridad. Si fuera sólo una locura no pasaría de ser un gasto inútil, el problema es que esto se está preparando y cuando se realize no sabemos cuales serán las consecuencias. El proyecto de blanqueamiento de nubes es la respuesta al oscurecimiento del hielo y la nieve de Canadá. Como se ve, vivimos en una época de donde la misma realidad es un oxímoron, una blanca oscuridad. Ojalá y fuese una oscura claridad, o mejor, una nube del no-saber, pero sin blanquear.
2 comentarios:
El problema ecológico es un asunto político y, en definitiva, un asunto moral: explotamos unos recursos que hoy parecen beneficiarnos a costa de los problemas graves que dejamos a nuestros hijos y nietos. Más que reconocer nuestra impotencia, lo que hay que reconocer es nuestro egoísmo, nuestro pecado para, una vez reconocido, hacer propósito de la enmienda, un propósito que se manifiesta con hechos. Me parece que, además de denunciar, cosa muy muy necesaria, hay que empezar a preguntarse qué puedo hacer yo, aunque sea muy poco, porque este poco forma parte de mi protesta y, al menos, es un signo, un sacramento que dirían algunos. Vivimos de signos, de sacramentos.
Sí, Martín, aquellas pequeñas cosas que cada cual puede hacer son necesarias para testimoniar nuestro compromiso con otro mundo posible.
Me propongo un post con esas pequeñas cosas y otras más grandes que también podemos hacer. Pero, para mí, es muy importante cambiar la mentalidad, convertir las mentes, porque será la única manera de empezar. Luego vendrán los gestos y quizás hasta una revolución, cosa que sólo Dios sabe.
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