domingo, 4 de julio de 2010

Fútbol, opio y globalización.

No nos coge por sorpresa esta realidad del fútbol que se ha convertido en la nueva religión, vale decir en el nuevo opio de las masas consumistas globales. Tan pronto como 1992, Roland Robertson exponía en su Globalization: Social Theory and Global Culture (Sage, London), que el fútbol era la nueva religión de la globalización. Cuando apenas se empezaba a hablar de la globalización, este sociólogo ya hacía apología de la misma y determinaba las cinco fases de su constitución. Para Robertson la globalización es el proceso por el que lo universal se particulariza y lo particular se universaliza. Es la famosa teoría de la igualdad entre el ser y el pensar, entre el ser y el deber ser, entre la razón y la historia. Por ello concibe la globalización como un proceso multidimensional desarrollado en cinco fases. En la primera, fase inicial, se produce el desarrollo de las comunidades nacionales en Europa entre 1400 y 1750. La segunda fase o fase de desarrollo produce el nacimiento de las relaciones internacionales y del concepto de ciudadanía (1750-1875). La tercera fase es la de expansión (1875-1925) en la que nacen los cuatro puntos de referencia del análisis de Robertson: la creación de una sociedad internacional sobre el concepto de humanidad, y su correlato en los derechos humanos. En la cuarta fase se produce la lucha por la hegemonía (1925-1965) con el nacimiento de los conflictos internacionales y la separación en mundos diferentes (primero, segundo, tercero). La última fase, que llega hasta hoy en día, es la fase de incertidumbre, donde se crea el mundo multicultural, poliétnico y global que conocemos.

Estas cinco fases demuestran, al parecer de Robertson, que la globalización es un proceso con una autonomía general y una lógica propia que operan con independencia de los procesos sociales. Algo así como la propuesta kantiana de su filosofía de la historia: la historia revela un proceso autónomo de creación de una sociedad de estados regulada que lleve a la paz perpetua. Robertson se muestra como un redomado hegemónico en la más pura línea del pensamiento occidental. Para llegar a término, el proceso globalizador necesita de una especie de motor que impulse tanto los cuerpos como las conciencias y las voluntades, este motor es el fútbol. Lo mismo que la religión actuó en el mundo antiguo como argamasa social para compactar el conjunto de seres que componen una sociedad, hoy es el fútbol el que sirve de aglutinador global. El fútbol es la nueva religión de la globalización. Con sus lugares de culto reales y virtuales, con sus mitos y sus ritos, con sus dogmas y sus sacramentos. En fin, el fútbol es el nuevo opio de la masa. Pero, igual que Marx aducía críticamente la perspectiva alienante de la religión, también era capaz de ver que la religión actuaba a modo de mínimo de humanidad en medio de aquella realidad asfixiante. También son palabras de Marx aquellas de que la religión es el grito de la criatura agobiada, el corazón en un mundo sin corazón. Quizás hoy quepa decir lo mismo del fútbol: el grito de las criaturas enajenadas, el corazón en medio de un mundo donde ya no hay verdaderos sentimientos y todo queda reducido a emociones abruptas, como las que se soltaron ayer tras el triunfo de la selección española de fútbol: millones de seres humanos expresando individualmente una emoción que nunca llegará a ser verdadera comunión en lo humano.

2 comentarios:

Martín dijo...

Más allá de nacionalismos, el fútbol se ha convertido en un factor de cohesión en esta España nuestra. Eso es lo que nos une. ¿Frágil? Sin duda. Pero ya que no tenemos valores auténticos, al menos tenemos sucedáneos. Sería interesante descubrir la "falta" debajo de los sucédaneos. ¿El Barça es más que un club? Eso decían y eso dicen. ¿Por qué más? ¿Por qué representa un sentimiento nacional? La nación representada por una pelota. ¿La bandera la representa mejor? ¿Por qué? Nos conformamos con poco. Pero buscamos mucho.

Joaquín dijo...

Algo le falta al fútbol para ser religión, y es que no promete la salvación sino a muy pocos elegidos (los ganadores del torneo). Los demás quedan en el camino (en octavos, en cuartos...)

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