lunes, 13 de septiembre de 2010

De la pacificación

Como es sabido, uno de los instintos que todo ser vivo tiene es el de la conservación y, unido a este, la reproducción en tanto que conservación de la especie. Para asegurar la conservación del individuo, la sabia naturaleza no lo ha dejado al azar, ha marcado su ser con dos instintos que proceden de la misma necesidad: la agresión y el sexo. Mediante éste se asegura la reproducción de la especie, mediante el otro la conservación del individuo. Ahora bien, lo que no es tan sabido es que hay otro instinto inscrito en nuestros genes, el de la pacificación. Si sólo nos impulsara la agresión sería imposible la pervivencia de la especie, puesto que cada cual buscaría su propio beneficio y acabaría todo en una guerra omnium contra omnes. Para asegurar la permanencia de las especies que dependen de grupos, la naturaleza inscribe, al igual que la agresión, la pacificación, como forma de lidiar el conflicto entre los intereses individuales. Entre los primates más cercanos a nosotros, específicamente los chimpancés, las peleas por el rango social, por la comida, por el lugar de descanso o por cualquier cosa, son constantes. Si no hubiera una mediación el grupo acabaría en una batalla campal que degeneraría en la destrucción del mismo. Pero esto no ocurre, sencillamente porque el proceso evolutivo ha ido seleccionando a aquellos individuos que se dedican a establecer mediaciones. No es cierto que la selección prime al más fuerte, en los grupos sociales se prima al que mejor gestiona lo común. Se han estudiado casos en libertad de grupos de chimpancés donde han desaparecido los individuos pacificadores e inmediatamente el grupo desaparece como tal. La evolución, por tanto, favorece la pacificación, porque los grupos donde prima la violencia ya han desaparecido.
La teoría política al uso, de corte hobbsiano, nos dice que el hombre es malo por naturaleza, es decir, tiende al egoísmo y la agresión, y sólo un orden social fuerte es capaz de someterlo. Sin embargo, nada de esto vemos en la naturaleza ni en los grupos humanos. Los antropólogos han constatado que entre los distintos grupos humanos existen sistemas de pacificación que nacen de necesidades naturales. A lo largo de la historia se han institucionalizado entre los humanos los instintos naturales de confianza, paz y respeto. Algunos afirman que estos instintos provienen de las hembras como medio de evitar el infanticio, sea provocado o casual. Si el grupo está en concordia, los infantes no sufrirán peligros. Sea como fuere, la necesidad de paz es tan natural como la agresividad, no es sólo un producto cultural. La cultura modela los sistemas de pacificación, pero su necesidad es natural. La mayoría de tradiciones conserva alguna institución pacificadora como el grupo de ancianos o cualquier tipo de consejo. Normalmente es toda la comunidad la que toma partido en la gestión del conflicto.
Entre nosotros, se adopta una especie de dualismo moral, mientras en público hay que dar la cara de concordia y buenas relaciones, en privado se pueden mantener los "verdaderos sentimientos". Esto es explotado de forma sistemática por el poder que se torna así imprescindible. La idea es hacernos creer que todos somos perversos y que sólo una autoridad fuerte externa puede mantenernos dentro de los límites. Pero la violencia sólo se desata en nuestra sociedad como expresión de la lógica del poder. La violencia se enseña, se propaga y se jalea. Sólo hay que ver una hora de televisión, a la hora que sea, para darse cuenta de la cantidad de violencia que se está inyectando en la sociedad. Hace sólo cuarenta años, una persona normal que no hubiera vivido una guerra o un desastre natural, tenía muy pocas probabilidades de presenciar un crimen. Hoy, cualquier adolescente ha presenciado cientos de asesinatos, violaciones, torturas y demás perversiones con sólo ver la televisión. Esto unido a la delgada línea que separa ficción y realidad en la sociedad postmoderna, nos prepara para las peores barbaridades que podamos imaginar. Si en lugar de enseñar esto se educara en el respeto, la justicia, la solidaridad y, por qué no, la belleza, estaríamos en el camino de la paz. La pacificación está inscrita en nuestros genes, pero hay que educarla.

2 comentarios:

Martín dijo...

Interesante idea esa de que la idea es hacernos creer que todos somos perversos, para así hacer necesario el poder. Somos como niños malos que necesitamos la constante presencia del padre poderoso. Eso tiene una traducción religiosa, con las doctrinas del pecado original. Pero no hay que olvidar que previo al pecado está la buena creación de Dios, creación buena que permanece. El pecado no la destruye, como mucho la condiciona. El pecado, el mal humano, no es necesario. Es histórico. De ahí la necesidad de educación en el bien, como notas. Lo malo es que el poder va unido, y a veces es lo mismo, que el dinero. Esos programas de televisión que fomentan la violencia son programas en los que también hay mucho dinero en juego. Sería interesante, a la luz de tu reflexion, analizar la relación entre poder, violencia y dinero en esos programas.

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Si la tradición metafísica había establecido los trascendentales del Ser: uno, verdadero y bueno, los trascendentales del mal, por así llamarlo, serían poder, violencia y dinero. Está claro que lo que apuntas sobre la televisión es la expresión de ese mal que se intenta imponer. Yo también creo que la Creación Bueno de Dios prevalece, por eso no puedo admitir las posiciones hobbsianas que imperan en la actualidad.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...