lunes, 20 de septiembre de 2010

Habrá un día...

Hoy se reúnen los líderes mundiales en Naciones Unidas para evaluar el grado de (in)cumplimiento de los objetivos del milenio. Estos objetivos, ocho en total, fueron la última expresión de la utopía ilustrada ante tanta miseria que el modelo de desarrollo capitalista ha provocado desde que se impuso en el mundo entero, especialmente desde que la trágica pareja Reagan-Thatcher impusieran su zafia mirada sobre las conciencias de sus súbditos. La sociedad no existe, decía la ínclita señora; el estado es el enemigo, gritaba el otrora vaquero de Holliwood. Con estos mimbres se construyó un mundo donde sólo los que poseen los medios de producción y de comunicación pueden vivir y las inmensas mayorías son excluidas del principio básico de la vida. Al cabo de veinte años de gobierno del mundo ultraliberal, en el simbólico año 2000, los líderes mundiales decidieron que el mundo no podía seguir así y que en cuestión de pocos años había que remediar todo lo que estaba al alcance de la ciencia y de la economía: reducir en 2015 el número de hambrientos a la mitad, acabar con el analfabetismo, la falta de sanidad, el sida y cuidar el medio ambiente, eran todos fines loables y, además, posibles. Hubieran bastado el 0,7% de los recursos de los ricos o el 20% del presupuesto de defensa, para acabar con tal lacerante situación. Por eso, aquellos líderes, que aún habían vivido las ilusiones de la ilustración, que creían en el hombre, se propusieron el último grito de la utopía decimonónica: acabemos con la miseria extrema en el mundo. Eso sí, sin reducir ni un ápice la riqueza de las naciones enriquecidas tras siglos de expolios y crímenes contra la humanidad. Pero aquello era bueno, estaba bien planteado y sólo se trataba de ponerlo en funcionamiento.

Ese mismo año quiebra la burbuja de las empresas de internet y deja al descubierto un enorme agujero en las cuentas de resultados de las grandes empresas que cotizan en Wall Street. Los responsables pensaron "a grandes males, grandes remedios". 11 de septiembre de 2001: tres edificios en el centro financiero mundial sepultan las ilusiones de paz y prosperidad y las pruebas del mayor delito financiero de la historia. Aquel inquietante atentado contra las conciencias de los felices habitantes del norte enriquecido permitirá emprender la mayor estrategia guerrera de la historia, con un despliegue financiero que llevará al mundo enriquecido a salir de su propio pozo, pero que enterrará definitivamente al mundo en el agujero de la guerra eterna. En 2003 ya estaba claro que nada había que hacer con los objetivos del milenio, porque la agenda ya era otra. Para entonces, los indicadores de pobreza y miseria se habían disparado y aún no nos habíamos enfrentado a la mayor de las mentiras que hemos sufrido: la crisis financiera mundial de 2007-2010. Ahora sí que tienen la excusa para no hacer nada de nada, y la pobreza aumenta en la misma proporción que la destrucción de medio ambiente.

En los próximos meses asistiremos a una nueva hambruna mundial provocada por el alza especulativa de los precios del trigo en la bolsa de Chicago. En dos meses su precio ha pasado de los 250 $ a 450$ y sigue en alza. La causa no ha sido la disminución de la producción ni el cierre de exportaciones de Rusia, como se ha dicho. No, nos encontramos ante la tercera mayor cosecha de la historia. La especulación ha sido producida porque la rentabilidad del dinero era escasa en la bolsa tradicional debido a la imposibilidad de seguir poniendo dinero en circulación. Pero también ha sido producida porque los especuladores acaparan los derechos de compran sobre el trigo en previsión de un demanda posterior, y no se equivocan, los seres humanos siempre necesitaremos comer.
Así es que aquí estamos, los líderes mundiales reunidos para constatar el fracaso de la utopía ilustrada y para decirnos a todos que debemos hacer mayores esfuerzos. Espero que sean muchos los que se acuerden que esos mismo líderes son los que han regalado a los bancos, es decir, a los ricos, o sea, a los que provocaron la crisis, 8 millones de millones de euros. Sin embargo, no hay 100.000 millones de euros para solucionar la pobreza. En fin, que seguro que el bueno de Labordeta seguirá cantando aquello de "habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra que ponga libertad". Este buen hombre no fue nunca un iluso, bien sabía él que "esa hermosa mañana, ni tú, ni yo ni el otro la lleguemos a ver, pero habrá que forzarla para que pueda ser". Ya no estamos a tiempo de forzar nada y la pendiente hacia la catástrofe humana es empinada, pero aún estamos a tiempo de vivir esto con dignidad y la única manera de ser digno en esta situación es indignarse.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Somos como esos viejos árboles
mecidos por el viento
que llega desde el mar

vamos a echar nuevas raices
por campos y veredas
para poder andar

vamos a hacer con el futuro
un canto a la esperanza
y poder encontrar tiempo

cubierto con las manos
rostros y labios
que sueñan libertad

Juan Antonio Labordeta.

In memoriam

Bienaventurados
aquellos que trabajan
por la Paz, la Justicia
la Libertad

Anónimo dijo...

Fe de errata: el nombre de Labordeta es José Antonio
Disculpen

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