martes, 5 de octubre de 2010

El negro brillo del oro

En Nigeria nos encontramos con un país ejemplar para comprender cómo funciona la globalización postmoderna. Mientras es un país rico su gente está empobrecida. Es un país rico en recursos naturales, rico en materias primas, rico en hidrocarburos, rico en minerales preciosos, rico en población. Pero es pobre en cuanto al disfrute de esa riqueza, porque toda ella es apropiada por las grandes compañías extranjeras que explotan los recursos con la anuencia de las autoridades locales y la inestimable ayuda de las dos máximas instituciones financieras: el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
El problema es ampliamente conocido y las causas han sido de sobre explicadas, también en este blog, pero ahora nos interesa reseñar una noticia que ha saltado a los medios de comunicación occidentales: 400 niños nigerianos han muerto contaminados por plomo, mercurio y cobre. Otras 18.000 personas están contaminadas y el número puede ser mucho mayor. Ha sido este número tan elevado de niños muertos el que ha permitido que la noticia entre en los medios occidentales, un número inferior no sería tenido en cuenta. A esta cifra se ha llegado tras un tiempo de exposición de un número considerable de familias a estos minerales. Pero la exposición no ha sido debida a un escape accidental, ni a una contaminación fortuita, sino a una exposición prolongada a estos minerales que van unidos al oro y que deben ser separados de él. Las familias se llevan las tierras a sus casas y allí separan el oro del resto de minerales, entrando en contacto toda la familia con los tóxicos. Médicos Sin Fronteras teme que la incidencia sea muy superior a la estimada y que nos encontremos ante una verdadera catástrofe humana, provocada por la extrema pobreza en la que viven estas familias.
Lo verdaderamente terrible es que el oro así extraído y que ha costado tantas vidas de niños, no tiene ningún problema para entrar en los mercados internacionales del oro. Los mercaderes de la muerte compran este material a muy bajo precio, tan bajo que las familias nunca podrán salir de la miseria en que se encuentran y que de ninguna manera pagará el precio tan elevado que a ellas les ha costado su extracción. Un precio que permite a los mercaderes enriquecerse y que eleva los stocks internacionales de un producto, el oro, que no para de subir de precio. Es terrible pensar que el hermoso brillo amarillo del mineral encerrado en las cámaras acorazadas de los bancos, esconde y oculta el asesinato de tantos seres humanos que dejan su vida en su extracción. De alguna manera, esta realidad es una metáfora de lo que sucede hoy en el mundo globalizado: unos pocos que se enriquecen a la luz pública a costa de tantos millones que mueren en la oscuridad de una choza. Sería necesario que los profesionales de la información llevaran sus la luz a aquellos lugares, pero no para hacer de ello escarnio ni para producir la bazofia que vomitan los medios, sino para aclarar las conciencias adormecidas de las gentes de bien que pueblan los países enriquecidos.

3 comentarios:

Martín dijo...

Desgraciadamente yo soy cada vez más escéptico en que este tipo de noticias vayan a remover las conciencias occidentales. Esas cosas siempre pasan muy lejos. Por eso su incidencia es poca en los países ricos. Todos sabemos que muchas cosas que compramos tienen su origen en explotación infantil o no, pero explotación, y seguimos comprándolas. Aquí la buena pregunta sería cómo apearse del mundo. Pero no podemos. Lo que sí podemos es ayudar a los de cerca. Cada día me encuentro con necesidades de todo tipo. En nuestra reacción ante ellas está la prueba de nuestra buena o mala conciencia.

Desiderio dijo...

Cuando leo noticias como ésta lo primero que me sobreviene es impotencia. Impotencia porque ese ‘orden mundial’ es común al género humano desde que tiene conciencia, desde que se inventó el arco y las flechas; impotencia porque ese ‘orden mundial’ está tan arraigado en las estructuras de pecado que parece poco menos que imposible; impotencia porque no dejo de ver a mi alrededor comportamientos que asemejan la de esos terribles depredadores; impotencia porque incluso en las personas que somos ‘de bien’ no dejo de ver comportamientos mejorables en muchos aspectos,… En fin, impotencia porque hay mucho que cambiar y tenemos mucho que cambiar nosotros mismos.

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Lo de la "buena gente" casi lo he puesto por cortesía. En realidad creo que cada vez nos estamos embruteciendo más y que nuestro nivel de sensibilidad para los problemas de los otros están alcanzando un umbral mayor. Lo dicho del oro valdría, mutatis mutandis, para cualquiera de los productos que en este mundo globalizado son producidos en países empobrecidos. A mí esto no me produce impotencia, como dices, Desiderio, sino mucha rabia e indignación y más ganas de seguir combatiendo este desorden mundial, con la palabra y con el compromiso.

Un saludo

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