domingo, 10 de octubre de 2010

Un desastre oculta el anterior

Las circunstancias en las que se ha producido el desastre de Hungría -la rotura de una balsa de productos tóxicos altamente contaminantes- son reveladoras del mundo en que vivimos en este poco avanzado siglo XXI. Este desastre, parece que lo hemos olvidado ya, viene a sumarse a la lista negra que hace poco mantenía en el candelero público la última barbaridad medioambiental. Sí, estoy hablando de un cierto derrame de petróleo en el Golfo de México, derrame que parece sucedió en el medioevo, toda vez que ha perdido espacio entre las noticias diarias. Sin embargo, las consecuencias a largo plazo son de una verdadera hecatombe mundial y esto no llega al ciudadano, preocupado como lo tienen con las últimas noticias que al editor del medio se le ocurre que lo son. Me gustaría que alguien fuera capaz de explicar por qué no es noticia que el ecosistema marino del Caribe está muy alterado y que la cadena trófica ha quedado gravemente dañada. También sería interesante que estos datos se guardaran perfectamente para que cuando las consecuencias sean evidentes podamos relacionar los efectos con las causas y así poder tomar medidas. Pero, he aquí, que hay un guión que se repite sistemáticamente y que consiste en evitar que los simples ciudadanos puedan establecer la relación de causa y efecto entre un modo de vida dilapidador de recursos y suicida en lo ecológico, y los resultados más graves del mismo.
Volviendo a lo de Hungría, es necesario que nos percatemos de que hay un modelo económico que es absolutamente independiente y que hace lo que le parece más provechoso para sí. Los responsables (por llamarles algo) políticos han escenificado en público lo que muchos sabemos, que no tienen el poder para impedir esto. No se trata de corrupción o de incompetencia, es que no poseen los medios para impedirlo, porque el neoliberalismo se ha encargado de que los gobiernos no tenga ningún poder contra las empresas. Fue patético ver al presidente húngaro decir que intentarían que los responsables pagaran en proporción al daño causado. La empresa se ha apresurado a indicar que no puede dejar la producción porque eso supondría el cierre y el despido de miles de trabajadores, a lo que los sindicatos han asentido reverencialmente.

La intervención pública del presidente dejó clara su incapacidad y su sumisión al poder económico. Es lo mismo que sucedió en España con Aznalcóllar. La empresa sueca, Volidén, se fue de rositas tras provocar daños económicos por valor de 200 millones de euros. Casi no asumió ningún gasto y además dejó el país para que la justicia no tuviera nada que embargar. Y todo esto con la anuencia del poder político.
Asusta pensar que cada año tenemos un desastre de estas características en el mundo y que van siendo pocos los medios naturales que no se ven afectados por la actividad industrial descontrolada. Quizás más grave es la destrucción silenciosa de la naturaleza que el modelo de destrucción organizada capitalista está llevando a término de manera absolutamente fría y racional. Esa destrucción está envenenando los ríos y los mares, el aire y las tierras y está poniendo la vida de nuestra especie tal y como la conocemos en grave riesgo para el futuro.

*Informan algunos medios del alto riesgo de que se produzca un escape aún mayor en el futuro.

1 comentario:

Martín dijo...

Me parece muy justo eso que dices: lo grave de todas estas catástrofes es que tienen repercusiones irremediables en la vida humana. Unas a corto plazo, pero quizás sean más graves las repercusiones a corto y medio plazo. Claro que aquí se aplica el "ojos que no ven", en realidad: ojos a los que se impide ver. Muchas decisiones que hoy se toman son "pan para hoy y hambre para mañana", o mejor: pan para hoy para algunos y hambre para hoy y para mañana para el resto.

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