miércoles, 17 de noviembre de 2010

Identidad y diferencia

Vivimos una sociedad que había entronizado el respeto a las diferencias de todo tipo como la máxima expresión de la convivencia humana y el mayor progreso de occidente. Frente a tantas culturas que no respetan la diferencia, occidente se ha convertido en el lugar de la diferencia por excelencia. Este respeto a las diferencias se vive como una especie de marca de identidad de la sociedad postmoderna globalizada, de tal modo que la identidad de occidente es el respeto a las diferencias. Dicho en otros términos, el ser de occidente es reconocido como la distancia que separa las identidades, pero estas quedan marcadas de forma indeleble por la diferencia absoluta. Esto no quiere decir, en contra de cierto Heidegger, al menos el de 1957, que la identidad se reconozca sólo desde la diferencia y que por tanto la diferencia con lo otro sea la determinación real de la identidad del mismo. No, esto viene a confirmar que las identidades desaparecen y que la diferencia se convierte en una especie de marco de referencias evanescente desde el que se puede ir determinando a gusto del poder las identidades que en cada momento están a bien con la Diferencia, ahora sí con mayúscula.
La Di-ferencia, confirma así su etimología latina: di-fero, que puede ser tanto el envío hacia otro como lo que ha devenido en los últimos tiempos, el doble comandamiento de la identidad hacia una relatividad absoluta que deviene una nada de sentido en medio de un conflicto de identidades sociales irresoluble. Lo que dicho en cristiano -nótese la ambivalencia del término aquí- quiere decir que la Diferencia es el nuevo nombre de la opresión postmoderna globalizada. El mandato del Gran Otro es: "respeta, no seas, porque ser algo es impedir la diferencia de lo otro". Este mandato se ha convertido en el corazón de una situación represiva sublimada. Nadie se atreve a afirmar una identidad porque es tomada como una especie de posición cerrada que impide ser a los otros. Cualquier posicionamiento es tenido por un exceso tiránico contra los otros. Cualquier afirmación taxativa, un atentado contra el derecho a la diferencia.
Salir de esta dictadura de la Diferencia es posible si volvemos los pasos hacia la distinción escotista entre individuo y persona. Mientras el individuo, la individualidad es por naturaleza propia incomunicable, la persona es el fruto de la comunicabilidad más absoluta. La persona dice relación y se construye desde ella, la individualidad es el núcleo del ser incomunicable, es su misterio. Esto nos abre el camino a entender la identidad de otro modo, de otro modo que ser. La identidad nace de la relación, es decir, la persona en tanto que es relación afirma su identidad. Por otro lado, la diferencia tiene su base en la individualidad, no en la distancia con lo otro o los otros. Como se puede ver, justo lo opuesto a lo que la sociedad postmoderna globalizada nos impone: la identidad desde la diferencia. No, la identidad es fruto de la relación, la diferencia nace de la individualidad, por naturaleza incomunicable.

* A Vicente Llamas Roig

3 comentarios:

Martín dijo...

Estoy plenamente de acuerdo. El otro es constitutivo de mi personalidad. Yo no soy si no soy desde otros y con otros. El yo siempre está referido a un nosotros. Y cristianamente hablando, como tú dices, no hay que olvidar que somos porque nos hemos recibido de otro. Y cuanto más nos recibimos más somos. Decía Blondel: "saliendo de nosotros mismos es como mejor nos poseemos". Personalmente estoy preocupado por las posiciones sociales, religiosas y políticas que buscar defender la identidad "en contra de", en "oposición a". Este tipo de posturas estimula lo más perverso que tenemos y sólo puede conducir a la guerra.

Desiderio dijo...

Le leí a Hegel una frase —que me pareció sorprendente leérsela a él— que venía a decir que para que uno se supiera persona necesitaba ser interpelado así, necesitaba ese trato de alguien. Yo creo que esto viene a coincidir de alguna manera con ese sustrato común del que hablas. Y curiosamente, desde el sabernos todos partícipes de ese sustrato común, de esa dignidad humana, de esa personeidad, no sólo no nos amenaza el otro sino que lo buscamos, lo necesitamos para ser nosotros mismos, para ser nosotros mismos con el otro. Muy distinto es esto de lo que nos encontramos en el panorama actual. Sí, se respeta al otro, se tolera… ¿sí?, ¿es así? ¿No será más una indiferencia fruto de alguien que no es consistente en sí mismo, un ‘dar igual’ de alguien que se siente amenazado a comunicar su yo más profundo —a lo mejor porque no lo tiene, o mejor dicho, porque no lo ha buscado— y que prefiere eludir esa puesta común en aras de una tolerancia hueca y vacía? Sólo desde la verdadera relación, fruto de una identidad madura, aceptamos y respetamos la infinidad de individualidades.

Winibal dijo...

“Oh, Pamela, eso es lo bueno de estar partido: el comprender en cada persona y cosa del mundo la pena que cada uno y cada una tiene por su propia incompletez. Yo estaba entero y no entendía, y me movía sordo e incomunicable entre los dolores y las heridas sembrados por dondequiera, allí donde, de entero, uno menos se atreve a creer. No soy yo sólo, Pamela, un ser cortado y arrancado, sino tú también, y todos. Y ahora yo tengo una fraternidad que antes, de entero, no conocía: con todas las mutilaciones y las faltas del mundo. Si vienes conmigo, Pamela, aprenderás a sufrir con los males de cada uno y a sanar los tuyos curando los de ellos”.
I. CALVINO, El vizconde demediado, p.73

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