viernes, 24 de diciembre de 2010

Una linterna, al menos.

Ya que hay poca luz en el mundo, traigamos una linterna al menos. La linterna de Diógenes podría servir, aunque yo prefiero la que iluminó al Niño entre animales en un humilde pesebre de Belén. Aquella pequeña luz iluminaba una estancia oscura en la que unos pastores quisieron ver la salvación de la opresión de los de siempre. Aquella lámpara les permitió ver que un niño había nacido como signo de salvación para los que esperan en el Señor, porque el Señor es fiel y cumple sus promesas. Pero la Luz verdadera era ese mismo niño, en él toda la historia cobrará sentido, todas las promesas de liberación se veían cumplidas, todas las lágrimas enjugadas, todas las muertes reasumidas y todas las luchas potenciadas.

Volvemos a buscar la Luz que ilumine nuestras tinieblas, cada vez más profundas. Una Luz que bañe este valle de lágrimas en el que han convertido la hermosa Creación de Dios los sinvergüenzas de siempre, con su egoísmo, avaricia, vanidad y prepotencia. Los gritos desgarrados de las madres que ven morir a sus hijos de inanición; el llanto amargo de los que son despojados de sus derechos; el lamento sordo de los que ya no esperan nada; todo esto y más dolor aún que vendrá, es asumido por Dios en el llanto de un bebé que en Belén vino como Luz para todos los que anhelan la salvación de Dios. Un llanto que prefigura el grito desgarrado en la cruz y que revienta todos los templos sagrados y descorre los velos que protegen el sentido de la historia. Ya no hay nada sagrado excepto el sufrimiento de tantos inocentes que gimen y su gemido es el de la tierra con dolores de parto.

Ahora, más que nunca, estamos necesitados de Luz, aunque sea la de una pequeña linterna que brilló con fuerza en Nazareth y se extendió por todos los rincones de la tierra. Ahora más que nunca hemos de buscar la Luz, aunque sea la de una lámpara de aceite que consuma la plegarias de los pobres. Ahora y siempre, necesitamos la Luz, la que ilumina a cuantos esperan humildes en el Señor y este no los defrauda. Porque el que espera en el Señor no gustará la muerte, el Sheol no lo tragará, el Señor se acordará de él el Último Día, el Día de la Ira en el que los soberbios, potentados y mentirosos desaparecerán como un hilo de humo que sube hasta el cielo. Ese Día será grande y los pobres del Señor reirán por fin y serán saciados y su gozo no tendrá fin. Un poco de Luz, Señor, aunque sea la de una linterna, para ver el camino de la historia. Un poco de Luz, aunque sea de Diógenes. Me gusta imaginarme a Diógenes y sus perros adorando al Niño en Belén mientras Nietzsche, Marx y Freud recogen leña para calentar la estancia.

¡Ojalá rasgases el cielo y bajases con tu presencia que abrasa los sarmientos y hace hervir el agua!

Dejo una canción hermosa para escuchar en calma. De Silvio, por supuesto:




5 comentarios:

Martín dijo...

Con mis mejores deseos para tí y para todos tus lectores de que la Luz nos renueve y nos haga ver. Feliz Navidad.

Desiderio dijo...

Que esa luz nos ilumine para ver con los ojos del corazón. ¡Feliz Navidad!

Bernardo Pérez Andreo dijo...

Que tengas una Feliz Navidad, Desiderio. Y que tanta luz que has aportado a este blog siga iluminándonos.

Un abrazo

Anónimo dijo...

Feliz Navidad Bernardo.
Gracias por tu mirada clar-i-vidente sobre la realidad, linterna en la búsqueda de la Verdad. La que nos hace libres.

José Antonio dijo...

Cuando llegan estos días de navidad, todo el mundo se llena de buenas intenciones y buenos deseos; mi mayor deseo, es que todos los que creemos en Jesús y en su mensaje, tomemos conciencia de nuestra condición de cristianos y hagamos de esta vida, de nuestra vida, una navidad continua donde el pesebre y la luz de Jesús perdure en nuestros corazones.
Un abrazo a bernardo y a todos los lectores.
José Antonio.

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