Son tiempos difíciles, porque los medios de comunicación han sido acaparados por el capital más brutal de todos, el ideológico, el que es capaz de hacer ver lo bueno como malo y viceversa, pecado este que Jesús tipifica como imperdonable, el pecado contra el Espíritu Santo. Una vez que no se puede distinguir entre lo bueno y lo malo, puede hacerse con el hombre lo que se quiera. Por ejemplo, convencerle que es bueno cobrar menos y trabajar más para que el empresario engorde su cuenta de resultados; que hay que cotizar más años para cobrar una pensión inferior porque se reducen sistemáticamente las cotizaciones de las empresas; que hay que hacer planes de pensiones privados controlados por los mismos fondos de inversión que especulan con los cereales; que hay que reducir el presupuesto en educación y sanidad y trasladar estos bienes al sector privado que, eso sí, recibe enormes subvenciones, subvenciones que no son malas ni van contra el libre mercado. En fin, que la gente acaba entendiendo que es bueno lo que quieren los capitalistas y malo el resto.
Pero nada de esto es verdad y es posible que el principio del bien que radica en todo ser humano acabe impulsando una protesta social que elimine esta perversión moral e intelectual que nos arrasa hoy. Por eso hay que explicar muy bien, porque cuando se explica la gente normal lo entienden, que las cosas no son por naturaleza propiedad de nadie. Nadie tiene derecho más allá de aquello que permite su supervivencia y aún así, como dice la Doctrina Social, sobre la propiedad pesa una hipoteca social. Siguiendo a Santiago Alba Rico, dividimos los bienes que en el mundo hay en tres y sólo tres tipos: bienes generales, bienes universales y bienes colectivos. No existen bienes privados porque nadie nació con nada y todo lo que tiene es un don, empezando por su vida y continuando por todo lo que la sostiene.
En el mundo existen cosas que es necesario que existan, otras que existan las suficientes para cada ser humano y otras que deben existir las suficientes para ser compartidas. Las primeras son los bienes universales, basta con que haya uno para ser contemplado o disfrutado. Así, el sol, las estrellas, el color verde, la amistad, son bienes universales, no pueden ser poseídos por nadie y basta con su presencia para hacer mejor el mundo. Nadie puede poseer la belleza, pero la belleza hace mejor a la humanidad. Por otro lado, hay bienes que no basta con su existencia o con la presencia de una unidad, es necesario que exista uno para cada ser humano, son los bienes generales, los que deben ser generalizados, como el pan, las casas, la ropa. Mientras que de la belleza o la santidad basta un ejemplo, del pan es necesario que haya para todos. Los bienes generales producen derechos en los hombres, el derecho a comer, a vestir, a estar sano...
Los últimos bienes son aquellos que no pueden ser generalizados porque ello implicaría su desaparición: son los bienes colectivos. El transporte en turismos particulares no es un bien general, como el capitalismo quiere, pues cada ser humano no puede tener uno sin que perezca el mundo entero. El transporte, la cultura o la educación, son bienes colectivos. Que deben ser puestos en común para que cada uno reciba lo que necesita. El capitalismo, en su voracidad suicidad, ha confundido lo colectivo con lo general y mediante una violencia extrema ha intentado imponer el consumo desaforado de bienes que son colectivos como si fueran generales. El último paso es la privatización de los bienes universales. Llegado el momento se intentará que unos pocos disfruten como si fueran propios los bienes que la tierra y la historia han puesto al servicio de todos: el sol, las estrellas, los colores, los genes... El capitalismo es el primer sistema que pretende privar a los hombres de los bienes universales, es la gran utopía de la apropiación de todo, de la ruptura de los límites, de querer ser como dioses. Es el gran pecado contra Dios y contra el hombre, es Satanás mismo. Lamento mucho que la Iglesia no se haya dado cuenta aún de quién es el verdadero Anticristo.
3 comentarios:
Permíteme que haga de tu último futuro un presente: "llegado el momento se intentará". Ese momento ha llegado: el sol, el aire, el agua, ya son propiedad privada, hay que pagar para poseerlos. Es el no va más del capitalismo puro y duro.
Sí, por desgracia es así. A ver cuando empezamos a responder con la contundencia que se merece tal circunstancia.
Saludos
Hace pocas semanas hemos bautizado a mi hijo en el capitalismo. Con ocasión de su bautizo unos amigos le han comprado y regalado Cassiopeia (una estrella) y temo que este acto haya sido el verdadero bautismo para mi hijo. Pienso que el problema que planteas y que me afecta gravemente sobre todo cuando lo veo plasmarse en mi familia, se debe a la extirpación de ese principio del Bien que está en la raiz de lo humano y la suplantación de este por el Bien mercantilzado en la postmodernidad globalizada. En el capitalismo el Bien se sitúa en el exceso, en contraposición al Bien natural del ser humano que sobre todo se encuentra en los límites. Si se vive el Bien desde los límites entonces la división de los bienes que hace Alba Rico resulta obvia y sería la regla porque apunta la diferencia en cuanto a la relación que debemos tener con cada bien en particular para alcanzar el Bien absoluto; pero he aquí el problema que en el capitalismo todos los bienes son lo mismo porque ni siquiera son tales, sino que todos, sin distinción, son mercancías. Sabemos que mucho siempre ha sido insufiente y poco bastante. Es así que en el capitalismo, que es un exceso, el Bien (la marca, la felicidad en la sociedad de consumo) sólo pueda conseguirse a través del consumo „siempre insuficiente“ de los bienes (las mercancías) expuestos en la publicidad (lo bello). Esta sensación de“ insuficiencia“ que sentimos los individuos de la sociedad capitalista es la que nos lleva a vivir para sí, hasta el extremo de mercantilizar una estrella, de vernos a nosotros mismos como mercancías, de zamparnos el universo y autodevorarnos producto de nuestra hambre insaciable. Al reconocer los límites se crean las relaciones que nos permiten vivir más allá del bien y del mal, en el don de sí, porque ambos permanecen en su lugar; si elegimos el exceso, en cambio, el bien y el mal se tornan ídolos, pudiendo mostrarse lo bueno como malo y viceversa, corrompiendose el hombre hasta verse presa de su autodestrucción y la de su entorno. Veo, con tu ayuda Bernardo, un Bien que se revela en lo „poco“, en la austeridad y en la castidad, en la pobreza; un Bien al que llegamos movidos por la belleza que se desprende de tomar de la Tierra lo que necesitamos con la misma dulzura con la que ella nos toma –poco a poco- para transformarnos en agua, aire, fuego, verdor. Lo que tu haces Bernardo es liberar nuestra mente del falso Bien en el que vive.
Dispongo de tu permiso para extenderme, disculpen de todos modos los lectores.
Un fuerte abrazo
René
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